A quien no le han contado cuentos cuando era pequeño. Quién no ha leído un cuento cuando era un niño. A mí me han contado muchos cuentos y yo he contado muchos cuentos. Aunque los cuentos no son solo para los niños.
Los cuentos comenzaron antes que la escritura. Antes de que las historias se escribieran ya se contaban de manera oral, ya existían los cuentos. El Mythos. Todo se explicaba mediante relatos, mediante cuentos, antes de que alguien comenzara a buscar una explicación racional a todo lo que acontecía y diera comienzo a la Filosofía.
Hoy seguimos buscando esas explicaciones, queremos saber por qué las cosas son como son y no de otra manera, pero nos siguen encantando los cuentos. Es parte de nuestra naturaleza humana que nos cuenten cuentos.
Un cuento no es una novela. Hay muchas diferencias entre un cuento y novela, comenzando por la estructura. También existen muchos tipos de cuentos. Microcuentos como el tan conocido de Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Cuentos clásicos como los de Andersen. Cuentos de misterio e imaginación, quién no hay leído a Edgard Allan Poe. Cuentos que nos describen lugares y tiempos que no conoceremos, como los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving que nos llevan a un pasado que ya no existe. O los cuentos de Bradbury que nos han llevado y nos siguen llevando a otros planetas o a un futuro que no sabemos si algún día existirá.
Hay cuentos espléndidos, cuentistas que han pasado a la posteridad por sus cuentos. También hay novelistas, pongo como ejemplo a Melville, que han escrito cuentos cuyos personajes, como Bartleby el escribiente, recordaremos para siempre. Es imposible ni tan siquiera aproximarse y poder construir el mapa del territorio donde habitan los cuentos, los cuentistas y los personajes que para siempre nos acompañarán.
Cualquiera puede contar un cuento, no sólo leerlo, que también. Cualquiera puede contar un cuento. Lo que es muy importante, por no decir imprescindible, cuando uno cuenta un cuento o, si eres escritor, cuando escribes un cuento, es conseguir la confianza de quien te escucha o te lee, una confianza que es un pacto tácito donde el lector o escuchador se compromete a creerse lo que le estás contando. No es un engaño. El cuentista dice «voy a contarte un cuento» y quien escucha o lee responde «y yo sé que todo es fantasía, pero me lo voy a creer». Ambas partes saben que todo es invención, pero cuando se lee o se escucha un cuento uno se compromete a creer que todo es verdad. Ese es el encantamiento que reside en los cuentos. Siendo ficción, tanto el autor como el receptor viven en ese mundo durante un tiempo, el que dura el cuento. Y qué felicidad sumergirse en ese mundo.
Pero hay otro tipo de cuentos, que supongo existen también desde que el hombre es hombre, que no se parecen en nada a los cuentos de los que te he hablado anteriormente y contra los que me rebelo.
Estos cuentos son los que nos cuentan, muy a menudo, cada vez más a menudo diría yo, políticos y gobernantes. Y me rebelo contra ellos porque rompen el pacto tácito que debe existir al contar un cuento: el yo me lo creo aunque sé que todo es invención. Estos nuevos cuentistas vienen no con ficciones, sino con mentiras o peor, medias verdades. O peor aún, mezclan verdad y mentira y esperan que lo creamos todo como si fuera verdad. En realidad, no cuentan cuentos, pero quieren que nos lo creamos todo. Y yo me rebelo contra estos cuentistas.
El poeta León Felipe nos recordó en sus versos que no sabía muchas cosas, pero sabía todos los cuentos:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, tampoco. Y tampoco sé todos los cuentos.
Pero sí sé que a veces me quiero ir a vivir a un cuento, pero de los de verdad, donde todo es inventado pero no quieren engañarme.