Asesinos de mujeres y niños, me niego a llamaros “hombres”. Ejecutores, sí, pero “hombres” no, a ver si empezáis a enteraros. Y no lo digo porque no os reconozca la condición humana: por desgracia, matar sin necesidad ninguna de hacerlo, es decir, sin que sea un acto imprescindible para la propia supervivencia, es una característica que nos define y nos distancia de la mayoría de las demás especies animales, mucho más respetuosas consigo mismas que nosotros.
Lo que os niego, entendedlo de una vez, es precisamente la masculinidad, eso que tanto reclamáis para vosotros: no sois “hombres”, no os equivoquéis, sois “nenazas”, como quizá vosotros mismos llamabais en el colegio a aquellos chicos que no se hacían los machitos, los que no molestaban a las niñas y no resolvían los conflictos a puñetazos. Nenazas de mierda, cobardes, caguetas. Vosotros, los tres asesinos del sábado, y todos los demás, los miedicas que seguís necesitando disimular vuestra propia debilidad a gritos y golpes contra quienes son más vulnerables físicamente que vosotros. Todos los miserables maltratadores, todos los tiranos repulsivos que tratáis de convenceros de que sois “algo” en la vida porque habéis conseguido, o eso queréis creer, convertiros en los amos de vuestras mujeres y a menudo también de vuestras criaturas.
Que sepáis que os hemos pillado: lo que os pasa es que estáis muertos de pánico. ¿Cuánto miedo os devora la cabeza, gallinas? Tanto, que os ha podrido, y apestáis. ¿Será que tembláis ante la idea de que una mujer pueda ser más poderosa que vosotros porque es más libre, más consciente, más responsable, más generosa? ¿Teméis que vuestra pareja dé pruebas a los demás de que no valéis nada? ¿Os asusta pensar que esa persona a la que habéis hecho creer que queríais descubra vuestras miserias, vuestra incapacidad? ¿Vivís tan humillados ante otros —jefes, poderes diversos— que os vengáis imponiendo el terror donde más fácil os resulta, como hacen todos los miedosos? ¿Sentís tan poco autoestima que necesitáis dominar por la fuerza a quienes no tienen capacidad para defenderse?
Eso es lo que os pasa, que vivís aterrados porque, en realidad, sabéis que no servís para nada, que sois una caterva de inútiles, que únicamente generáis dolor y asco. ¿Es la violencia lo que os hace sentiros bien? No os equivoquéis. En algún momento de la noche, entre el sueño y la vela, en ese instante en el que a veces se te vienen a la cabeza los monstruos, algún día, os veréis a vosotros mismos: bichos, cucarachas negras y feas que añadirán más miedo a vuestro miedo.
Quizá, eso espero, os ocurra en los momentos finales, cuando estéis a punto de moriros. Porque también vosotros moriréis, no deberíais dudarlo, por muy inmortales que os creáis ahora. Y entonces, cuando os vayáis del mundo con ese horror impregnándolo todo, permaneceréis para siempre en el infierno, del que ya no os salvarán ni vuestras mentiras, ni vuestros engaños, ni vuestras voces ni vuestros puñetazos. Ahí os quedaréis por la eternidad, como cucarachas muertas boca arriba. Despreciados hasta por vosotros mismos.
Qué lástima que vinierais al mundo. Sobráis, tíos, a ver si os vais dando cuenta, estáis de más. Vuestras vidas son un desperdicio. Dais asco. Sois la escoria de la sociedad, lo más bajo de lo bajo, lo peor de lo peor. Pura basura. Cualquiera de esas mujeres a las que machacáis en nombre de vuestra bazofia de masculinidad, os da mil vueltas. Es infinitamente más valiente, más fuerte, más “hombre” que vosotros, degenerados de la especie.
Vamos a acabar con vosotros, podéis estar seguros. Nos está costando, claro: las plagas de cucarachas no son fáciles de exterminar. Pero lo conseguiremos. Entre todos, os dejaremos patas arriba, inertes, inservibles, incapaces de seguir generando el mal. Os demostraremos que no os queremos aquí. Os señalaremos con el dedo, escupiremos a vuestro paso, os perseguiremos, os asustaremos —aún más— de día y de noche, os despreciaremos cada minuto de vuestras vidas, maldeciremos vuestro nombre, os arrinconaremos en la esquina más mugrienta del planeta, y os quedaréis allí temblorosos, solos, diminutos, aislados en vuestro propio pánico de nenazas. Entre todos.
Que os den, cobardes, que os den. Que los fantasmas de las mujeres y los niños a los que habéis asesinado os amarguen cada instante de lo que os quede por vivir, que el desprecio de todos los demás, en su nombre, no os deje ni respirar. Vais a preferir estar muertos a seguir viviendo, os lo aseguro, maltratadores, tiranos, asesinos del miedo. Asquerosas cucarachas del mundo, que jamás, jamás, seréis “hombres”.