Opinión

¿Cuántos minutos de silencio hacen falta para acabar con la violencia machista?

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Nunca he entendido a esas personas que callan cuando surgen los conflictos. En lugar de iniciar diálogos para entender la situación y resolverla, prefieren mirar a otro lado. Incluso hacen como que el problema no existe con la esperanza de que cuando vuelvan a mirar haya desaparecido por sí mismo. Que se haya esfumado sin dejar rastro. Esa actitud infantil, la de los niños que se tapan los ojos ante lo que no les gusta o les asusta, se mantiene en muchas personas adultas. “Es mejor dejar que pase un tiempo para ver si todo se relaja” “Mañana veremos las cosas de otra manera” “Quizás suceda algo que haga que todo cambie” Y así se van sumando los minutos, las horas, incluso las semanas. Y cuando por fin deciden hablar y mirar el problema a la cara, no solo no se ha ido, sino que se ha multiplicado.

Últimamente nos hemos acostumbrado a ver en las noticias al personal de las instituciones públicas en la puerta de sus edificios guardando minutos de silencio por las víctimas de la violencia machista. Es todo un ritual. Hay que ponerse en una sola línea para que se aprecien bien todos los rostros en la foto. Manos juntas. Semblante serio. Mirada cabizbaja. Conviene sostener algún cartel con eslogan genérico. “Contra las violencias machistas”. “Stop violencia”. “Basta ya”. ¿A quién llegarán estas consignas? ¿Quién se sentirá interpelado? ¿Acaso los maltratadores? ¿O los machistas? ¿Pensarán “pues es verdad, menos mal que me lo habéis recordado”? ¿Y qué sentirán las familias de las mujeres asesinadas? ¿Conseguirán reparar su dolor esos lapsos de tiempo sin mediar palabra?

Como mujer, esos minutos de silencio tampoco me tranquilizan. Lo que les ha sucedido a aquellas por quienes callan me puede ocurrir a mí el día de mañana. Y si el tiempo que piensan dedicar a reflexionar sobre lo ocurrido se limita a un escaso minuto… Vamos apañadas. Me consta que muchas de las personas que guardan ese silencio también dedican horas y esfuerzo en trabajar contra la violencia machista, pero la mayoría se prende el lazo morado porque toca y luego no hacen nada. Algunos hasta se atreven a negar que exista esa violencia específica.

Los minutos de silencio son actos simbólicos que forman parte de la comunicación. Pueden ayudar a poner el foco en un asunto y servir de protesta. Su origen está en los homenajes a las víctimas de los conflictos bélicos y las catástrofes. Cuando los realizan los integrantes de un equipo deportivo o profesionales sin relación directa con las víctimas resulta emocionante. Cuando quienes callan son personas que podían haber hecho algo para evitar esa situación, pero no lo hicieron, pueden resultar frustrantes y hasta insultantes.

Para que un acto simbólico funcione y sea efectivo es importante tener en cuenta el contexto y la época. Hace más de veinte años, cuando se empezaron a contabilizar los asesinatos machistas, quizás no era tan habitual ver a las puertas de los ayuntamientos a alcaldes y alcaldesas denunciar estos delitos. 1.272 víctimas mortales después y con un alarmante incremento de las denuncias por parte de las mujeres cada año, esos minutos de silencio que no dejan de acumularse ya no son percibidos como algo positivo sino como ineficacia o indiferencia. Cada minuto de silencio que se suma, es tiempo que no se está dedicando a combatir el machismo.

Denunciar es necesario, pero ese trabajo ya lo están haciendo las mujeres y los hombres que nos manifestamos día tras día. Lo hacen las asociaciones y las activistas. Se realiza en los congresos a través de las conferencias y los talleres. Se señala constantemente en campañas de concienciación y con materiales didácticos. La violencia machista está más que visibilizada y denunciada, lo que urge ahora es eliminarla. A nuestros representantes los hemos elegido para crear leyes, repartir recursos y proteger nuestras vidas, no para que posen con la expresión compungida.

Un mensaje más adecuado para esas familias que han perdido a sus madres, a sus hermanas y a sus hijas, podría ser aparecer hablando en mesas de reuniones con personas expertas, visitando centros de acogida, ampliando al personal correspondiente, proponiendo y aprobando medidas, dedicando tiempo a formarse, o aprendiendo de todas esas charlas sobre violencia machista que tantas veces inauguran, pero jamás terminan.

Lo simbólico en este momento debe desprenderse de la propia acción, para que se lance un mensaje contundente a quienes maltratan y niegan la violencia machista. “Estamos trabajando activamente y no vamos a parar” debería ser el eslogan implícito en cada propuesta activa. Lo que no se pronuncia no existe. Lo que no se mira de frente no se percibe. Lo que no se habla no se resuelve. La única manera de acabar con la violencia machista no es callar, sino actuar.