Hace unos días cenaba con unas amigas en la típica salida de “chicas”. Mujeres profesionales tanto del ámbito de la educación como de la empresa. Hablábamos, claro, de nosotras las mujeres. Como en todos los grupos, había gente más escéptica y realista y otra con un concepto idealizado de cómo debería ser una sociedad avanzada. ¿Estamos “progresando”? ¿Nos estamos liberando de todos esos roles opresores que nos tuvieron encasilladas?
La verdad es que de todo un poco. Pero aquello del “eterno” masculino o femenino se hacía presente a pesar de no estar invitado. La idea en la que siempre habíamos creído era que, cuanto más igualitaria fuera una sociedad en materia de género, más similares serán hombres y mujeres. Y que nuestras elecciones profesionales ya no estarían constreñidas por la tradición o el patriarcado. La mujer en una sociedad así, con una educación no discriminatoria, demostraría una distribución similar para ambos sexos en carreras, puestos de trabajo o jerarquías. Entonces, ¿por qué había campos que parecían excluirse mutuamente? No aparecía, por ejemplo, un número similar de vocaciones en las disciplinas científicas, en las matemáticas o en el mundo nerd de la informática.
Años dando por sentado que con profesores motivados, campañas de todo tipo o estímulos a las empresas florecería una mujer nueva, con intereses, rasgos de personalidad y patrones de comportamiento totalmente similares a los de los hombres. Sin embargo, no es lo que sucede en realidad. Como saben, las mujeres están en gran medida subrepresentadas en las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Esto se ha interpretado como resultado de una discriminación de siglos, agravada por la falta de modelos femeninos. Pero, investigadores como Susan Pinker, en su libro del 2009 La paradoja sexual, nos dicen que esto es cierto a medias: en los países donde hace más años que están instauradas las leyes de igualdad como en Escandinavia, esta brecha STEM persiste y hasta va a peor. Varios estudios han encontrado que algunas diferencias psicológicas entre sexos, como las de personalidad, son mayores en países con mayor igualdad de género. Lo mismo ocurre en los países que tienen más educación, son más prósperos y, por lo demás, tienen mejores condiciones de vida. Esto se conoce como la paradoja de la “igualdad de género”, o, siendo mucho más directos, la «paradoja escandinava». Por ello, cada vez más estudiosos opinan que la elección de itinerarios educativos y carreras profesionales está más relacionada con la propia naturaleza de hombres y mujeres, incluso con la testosterona misma.
Y ahora tenemos un estudio reciente que refuerza la idea de que las diferencias psicológicas de sexo pueden ser más profundas de lo que creímos a pies juntillas. El estudio revisa 54 artículos que analizan la relación entre las magnitudes de las diferencias psicológicas de sexo y los indicadores de condiciones de vida a nivel de país. También utiliza datos de 27 metaanálisis (revisiones de investigaciones anteriores) de diferencias psicológicas entre sexos. Denle un vistazo ustedes mismos pero, en países con mejores condiciones de vida, las diferencias en las características de personalidad son mayores. En resumen, es un estudio nuevo que apunta en una dirección concreta: que las diferencias psicológicas entre sexos no desaparecen a medida que las sociedades se desarrollan. Si te dedicas a la política “progre” puedes distraer al personal con agravios ancestrales, pero si les haces caso a los datos, no encontrarás distribuciones equitativas de hombres y mujeres en diferentes profesiones. Más bien parece que la característica dominante de las diferencias psicológicas entre sexos es su solidez frente al cambio social. Los responsables de las políticas comprobarán que las diferencias sexuales permanecen prácticamente sin cambios, o que incluso se hacen mayores a medida que el mundo se desarrolla, con importantes excepciones, eso sí, en el comportamiento sexual y las preferencias de pareja.
La psicóloga Susan Pinker ya puso en cuestión que una igualdad de oportunidades tuviera que traducirse necesariamente en una igualdad de elecciones o de resultados. Cuando se les da la oportunidad de elegir, opina, las preferencias de hombres y mujeres divergen. Cuando fui eurodiputada, una colega polaca nos informó de que la brecha salarial era muy baja en Polonia, un país con grandes desigualdades sociales y económicas. En sociedades así, para sobresalir, hay que elegir itinerarios educativos y profesionales bien remunerados. Me recordó la época de las grandes ingenieras rusas. Desde la caída de la Unión Soviética, las mujeres rusas en estas carreras han disminuido a menos del 40% de la fuerza laboral y con una tendencia a la baja continua. Es justamente esa «paradoja escandinava» que nos fastidió un poco la cena.