Primero no nos valen las denuncias anónimas y desde luego creo que sería lo deseable en un Estado de derecho, pero si una mujer va a la policía y denuncia arriesgándolo todo, se le comienza a cuestionar por tierra, mar y aire. Siempre cuestionando a la víctima y esto me enfada porque hay mucha hipocresía. ¿No habíamos acordado que la clave era el consentimiento? ¿No habíamos acordado entre todos que incluso ya dentro de una habitación a punto de practicar sexo “no es no”? ¿Dónde caben mensajes del tipo “Yo no hubiese ido a su casa después de haber tenido una mala experiencia una hora antes” o “Ella decidió después de verle el pene meterse sola en el domicilio particular sin que nadie le acompañase”? ¿No hemos avanzado nada en una sociedad en la que nos hemos enfrentado a violaciones grupales y a un fiscal del caso que ha insinuado a la víctima violada que su cara daba a entender que estaba disfrutando con cinco tíos encima?. Las mujeres tenemos derecho a salir cuando y con quien nos dé la gana. Y también las que tienen hijos sin tener que explicar a nadie la vida que se lleva y lo que se hace o deja de hacer, incluso cuando los niños tienen fiebre y se quedan al cuidado de sus abuelos.
Desde que estalló el caso Íñigo Errejón hemos entrevistado varias veces a Cristina Fallarás, la activista y periodista que ha destapado las prácticas sexuales abusivas del ex portavoz parlamentario de Sumar sin señalarle. Esto es importante subrayarlo. Fallarás no ha ido a por Errejón, ha hecho pública una confesión, un testimonio de una víctima que no acusa a nadie. Han sido otras mujeres, otras víctimas, quienes a través de las redes han identificado al fundador de Podemos porque el “personaje” era conocido por este tipo de prácticas, según confiesa ahora mucha gente. Está habiendo muchas críticas contra la periodista y contra su” fórmula” para denunciar los abusos sexuales y el maltrato machista contra las mujeres porque algunos y algunas lo califican de actos de la Inquisición. No es mi caso y así lo he verbalizado en varias ocasiones. Creo que todos coincidimos en que el objetivo y el reto es denunciar e instar a todas a aquellas mujeres que hayan tenido que haber pasado por ello a que acudan a comisaria a denunciar los hechos. Desde luego es lo deseable, pero cualquiera que haya tenido un caso cercano de maltrato sabe que la vulnerabilidad y el terror que caracteriza a una mujer maltratada y el infierno judicial que se abre después de denunciar al agresor les frena en el intento. Así que si la “fórmula” de los testimonios anónimos que ayudan a identificar a los agresores, a judicializar el caso y principalmente a que las víctimas encuentren su válvula de escape por mi parte bienvenida sea.
Lo que debería hacernos reflexionar y sobre todo en lo que deberíamos de trabajar porque realmente parte el corazón, es el hecho de que las mujeres víctimas de la violencia de género, víctimas del machismo, decidan denunciar de forma anónima porque no se atreven a hacerlo por los canales judiciales. Eso lo que demuestra es que seguimos sin confiar en la justicia porque la palabra de las mujeres sigue cuestionándose. Para muchas mujeres, denunciar se convierte en un acto de valentía. Cuando el sistema pone en duda constantemente su credibilidad, cuando las revictimiza, cuando las culpabiliza, ellas se echan para atrás. Estos días he hablado con muchos especialistas en violencia sexual y los datos que manejan ponen literalmente los pelos de punta: la mayoría de las víctimas de violencia sexual no han denunciado en un 90% y de todas ellas un 40% dicen que es por vergüenza, porque no las crean, por lo que conlleva sacar todo eso a la luz y otro 40% porque lo experimentaron siendo niñas y no quieren sacar a pasear viejos fantasmas que les han marcado desagraciadamente toda la vida. No nos engañemos porque el 99% de las mujeres cuentan la verdad. No nos olvidemos que les cuesta encontrar la confianza para dar ese paso y contar lo que están viviendo. Tienen que pasar carros y carretas para poder hacerlo.
El foco hay que ponerlo en los agresores y no en las víctimas y en por qué el sistema no está funcionando. Las víctimas necesitan verse arropadas y comprobar que el sistema les está ayudando realmente. Hay que crear espacios seguros en los juzgados, en las comisarías, en las comandancias de la Guardia Civil y crear centros de reparación de las víctimas. Los juicios tienen aspectos positivos como las órdenes de alojamiento y la protección, pero esto alivia no termina de solventar la vida a las víctimas. Por eso vamos a fijarnos en el problema de porque no se denuncia y no en criticar a activistas a las que se acercan muchas víctimas porque se sienten reconfortadas. No se trata de crear un circo romano de acusados, no sería lo deseable y desde luego no creo que sea el objetivo. Así que pensemos en lo mejor para ellas y consigamos que todas las administraciones tengan la sensibilidad necesaria para darles cobijo. De momento no la hay y este es el problema. Demasiada hipocresía en el mundo.