Nadie sabe qué diablos hace Carlos Mazón aún en su puesto, nadie sabe, aunque cada vez hay menos margen para la duda, por qué no estaba donde tenía que estar el día que todo estalló. Qué era eso tan importante e ineludible que tenía entre manos para dejar la nave que capitaneaba a su suerte. Nadie se explica cómo Génova 13, en su imparable afán por batir sus marcas de deslegitimación, no atajó desde el principio la situación y le retiró el crédito y la confianza a un tipo que, desde el principio, incluso mucho antes de la dana, dio sobradas muestras de que la única lealtad que profesa es a él mismo, que los únicos intereses por los que se rige son los suyos propios. No caben medias tintas ni cálculos analfabetos ante lo que no se pudo hacer peor, no cabía esa defensa, por muy tímida que fuera, de quien por defenderse a sí mismo dejó desamparados a los ciudadanos a los que gobierna. Una defensa que hoy deja en un chiste esa presunta contundencia que ahora se quiere transmitir. Para señalar las lagunas de quienes desde La Moncloa jugaron a hacer la cama, lo primero es tener barrida la casa y hecho el catre. Eso hubiese sido demostrar anhelo porque aflore la verdad, eso no es traición a los tuyos, eso es fidelidad ante los ciudadanos. Pero no, era mejor perderse en ese tira y afloja para que siguiera manando barro del propio barro.
Hay algunos lumbreras que sostuvieron que no era el momento de dejar caer a Mazón, que había que darle tiempo. Ajá, perfecto. Pues ya tienen aquí el resultado de tan sabia decisión. Una bola de mentiras y versiones que ha ido creciendo hasta superar todos los limites posibles de la decencia, pergeñada por un tipo que se ha atrincherado en una realidad paralela, en una burbuja en la que coexiste con un reducido grupo de majaretas que le dicen que siga apretando el acelerador, que no frene, que va bien. Cuando le das tiempo a un kamikaze, estás siendo cómplice de las consecuencias. Es inaudita la miopía que están demostrando los populares. Una formación con la pretensión de vender gestión y seriedad no puede darle margen y alas a un desahogado. Estaría bien que los gurús de la Inteligencia Artificial dejaran un ratito de trastear con el Chat GPT y abordaran una reflexión de hacia dónde quieren ir.
Ahora, con el implacable auto de la juez de Catarroja encima de la mesa, que ha decidido imputar a la Consejera de Interior y Seguridad y a su número dos de Emergencias, se estrechan las salidas que nunca habían existido en realidad. Desde el principio, el único camino correcto, si es que se puede hacer algo correcto después de tantos errores en cadena, era la dimisión. Pero ya en este preciso momento la continuidad de Mazón es insostenible desde el punto de vista de la más elemental coherencia. Así lo sostuvo ayer ABC, faro espiritual de la derecha conservadora de este país, con un rotundo editorial que exigía la salida del presidente valenciano. No puede decirse que está colaborando con la Justicia y a la vez negarse a ir como testigo refugiándose en su condición de aforado, máxime, cuando varios meses después ha sido incapaz de aclarar cuál era su paradero real en los primeros compases de la tragedia. No le quedan ni argumentos ni defensores, solo una camarilla de fanáticos y hooligans con portales webs a los que han estado alimentando de subvenciones y que están haciendo gala de ese periodismo palanganero, refugio de cobardes y extorsionadores, que intenta exculpar las negligencias de uno contando solo las zancadillas de los otros.
Es una tremenda vergüenza que se intenten solapar los errores. Que cuando uno diga Mazón, el otro diga Confederación Hidrográfica del Júcar. Hay 238 fallecidos encima de la mesa, cualquiera con un poco de corazón y humanidad, que no esté contaminado por el veneno del sectarismo, lo único que quieres es la verdad, entera. Que se sepa quién no hizo lo que debía de hacer, perteneciera al gobierno autonómico o central, qué falló, qué hay que aprender para venideras ocasiones. Una investigación, un juicio, un examen detallado de la situación. Pero no, lo que tenemos es al Senado, controlado por el PP, intentando amortiguar los golpes de un cadáver político, y a un Congreso de los Diputados, el mismo que decidió durante aquel día después votar el control de RTVE, que dice buscar la verdad y que en realidad sólo quiere ahondar en la sangre, en la hemorragia de votos.
Lo decíamos durante aquellos días oscuros de miedo, angustia y barro: si ante esta catástrofe las administraciones públicas no están a la altura y dejan el devaneo y las zancadillas para cooperar, el problema es más serio del que podríamos esperar. La realidad no es que nos haya sorprendido, es que nos ha triturado la poca esperanza que quedaba, si quedaba, por rebañar, y nos ha dejado ante un espectáculo esperpéntico que no deja de ser un fiel autorretrato de la indecencia que comanda hoy la actualidad política de nuestro país.
Las dos principales formaciones erraron en el antes y en el durante de la tragedia, unos por no estar en el puesto de mando y los otros por no querer coger el timón sabiendo que los otros estaban claramente superados. Ahora, en el después, por no variar, han continuado con esa espiral partidista que condenó a todos los ciudadanos de los municipios afectados e hizo que lo que debería haber sido una respuesta contundente quedase en un circo de reproches. La gravedad de lo que hoy nos revela el presente era lo que ya intuíamos en el pasado; en aquellas horas de muerte y desasosiego la principal batalla que estaban librando nuestros líderes era la del maldito relato. En vez de centrarse en bordar el presente, estaban poniéndole parches al futuro mientras los valencianos caminaban entre ruinas. Eso es lo que se está viendo ahora que ha llegado el tiempo del esclarecimiento y la Justicia. A esta última es a la que nos encomendamos todos los demócratas que estamos ya hartos de ese juego de tapar las vergüenzas propias con las ajenas.
Negligentes, irresponsables, corruptos y narcisistas puede haber en todos lados. Ya está bien de esconderlos porque el otro ha hecho no sé qué.