Esta semana hemos asistido estupefactas al no desfile de las famosas en la Gala del MET (Metropolitan Museum of Art). La cita anual del mundo de la moda, que se creó para poder ver a las celebridades pasear con los atuendos más originales, ya no es lo que era. La tradicional pasarela temática, ese pequeño puente por el que antes se caminaba, ha dejado de ser paseable. Ahora es una mera balda que acumula adornos. Mujeres estatua, que solo pueden estar plantadas de pie, inertes y estáticas. Mujeres que no pueden moverse por unos vestidos que las constriñen y con los que apenas pueden coger aire. Algunos trajes pesan demasiado. Otros son aparatosos. La mayoría insultantemente estrechos. Eso sí, todo en nombre del arte y del medioambiente.
Este año el tema elegido ha sido El jardín del tiempo, que funciona como antesala de la exposición Sleeping Beauties: Reawakening Fashion en la que el museo mostrará piezas históricas poniendo un énfasis especial en la sostenibilidad. “Es una oda a la naturaleza” declaraba Andrew Bolton, el comisario jefe y principal responsable del comprometido proyecto. Con esta premisa nuestras retinas han tenido que soportar espeluznantes escenas. Como la de la cantante Tyla Slays teniendo que ser transportada por varios hombres como si fuese un jarrón chino porque su traje le impedía abrir las piernas para poder subir por si misma las escaleras. O la de Kim Kardashian, posando con un corsé que le hacía unas proporciones completamente inhumanas. La misma que llevaba unos zapatos sin tacones que le obligaban a mantenerse de puntillas y teniendo que hacer equilibrio flexionando las piernas durante toda la noche. Mujeres que caminan de lado. Mujeres que dan pasos de geisha. Mujeres que posan retorcidas. Mujeres que necesitan asistencia. Mujeres que no pueden comer ni beber porque dentro de esos vestidos no caben ni ellas. ¿Y los bolsos? No llevaban. Ya que en esos objetos absurdos no se podía meter nada. Ni compresas, ni cartera, ni siquiera unas llaves para volver a casa. Tampoco cabe el teléfono porque lo glamuroso es estar incomunicada. El bolso que llevaba Tyla Slays era un reloj de arena, muy útil para la vida diaria. El de Camila Cabello era directamente un bloque de hielo con una rosa dentro. La pobre lo iba cambiando de mano porque se estaba congelando.
Pero la tortura no se queda solo en esa noche (ni en las secuelas de las siguientes semanas) sino que empieza meses antes. La propia Rosalía aseguraba que llevaba más de un mes teniendo que hacer mucho cardio, muchas pesas, comer pescado y verduras y no salir de fiesta. También decía que le había puesto mucha “consistencia” (imaginamos que quería decir constancia, pero estar a base de pescado y verduras durante un mes y medio te debe de dejar exhausta). La actriz Jessica Biel confesaba en otro vídeo compartido en su canal de TikTok, que se preparó para la ocasión, dándose un baño de 30 minutos en 20 libras de sales de Epsom. Por lo visto adelgazan y quitan todas las impurezas. ¿Y los hombres? Ellos no tienen impurezas que limpiar y pueden salir de fiesta todo lo que quieran. El día de la gala iban comodísimos con sus pantalones y su libertad de movimientos. Sus bolsillos para guardar cosas. Sus zapatos planos. Sus chaquetas amplias con las que pueden comer y hasta respirar. No vimos a ninguno de ellos siendo transportado por un grupo de mujeres (y tampoco queremos verlo).
Que las mujeres no puedan moverse libremente es una forma de deshumanizarlas y convertirlas en meros objetos. Cuando una persona ve limitada su actividad e interacción con el mundo que la rodea por alguna afección del cuerpo decimos que tiene una discapacidad. Presentar a las mujeres como dependientes de otras personas para llevar a cabo funciones tan básicas como caminar también es una forma de infantilizarlas. Aceptar que tengan que sentir dolor, que no puedan respirar o que deban someterse a tratamientos angustiosos para salir supuestamente bellas en una foto es una forma de aceptar la violencia sobre ellas.
Que se justifique la violencia hacia las mujeres en nombre del arte y de la moda solo tiene un nombre: misoginia. Y es aún más bochornoso que se venda una imagen de compromiso ético organizando un evento en apoyo de la naturaleza donde no importa lo más mínimo la violencia hacia las mujeres. Hacer un homenaje a través de un vestido a la arena del desierto está muy bien, pero que la mujer que lo lleva pueda respirar resulta una ordinariez. Celebramos que la moda defienda las causas justas y proteja el medioambiente, pero debería empezar por respetar y cuidar a las mujeres.