En la vida hay cosas innecesarias e incluso absurdas, pero que sirven para entretenernos en nuestras charlas con amigos y para llenar tertulias de radio y televisión. Por ejemplo, entre mis preferidos en la lista de alimentos innecesarios está el tofu, y siempre que comento esto, los que lo comen intentan defenderlo, pero siempre se ríen al explicar por qué lo hacen.
Estos días nos hemos enterado de que unos científicos han logrado devolver a la vida al lobo terrible o lobo huargo que habitó América del Norte en la prehistoria. Un diente de 13.000 años de antigüedad y un cráneo de 72.000 han producido el milagro. Hasta ahora al bicho en cuestión solo lo habíamos visto en Juego de Tronos y los tres cachorros que han nacido son muy monos, pero a ver qué pasa si, cuando crezcan, les da por cazar ovejas y otros animales domésticos como a sus hermanos pequeños, los lobos. Lo que les faltaba a los pobres ganaderos. Los científicos están locos ahora por resucitar a otras dos especies extinguidas: el mamut y el tigre de Tasmania, pero, como decía Rosa Belmonte el otro día en Más de Uno de Alsina: “¿qué necesidad?”.
Absurda también me parece la discusión sobre qué posibilidades hay de que el asteroide YR4 impacte contra la tierra el 22 de diciembre de 2032. Comenzamos pensando que había un 3,1 de probabilidades de que eso ocurriera, y ahora esas probabilidades han caído hasta el 1,5 por ciento. No me negarán que eso sí que sería una lotería, pero la cosa ha servido, al menos, para que entrevistemos a más astrónomos que en la vida.
Innecesario también es que el fantasma de tu suegra se te aparezca en casa, tire vasos y te hable. Es lo que le ha pasado a un vecino de Sevilla al que “doña Encarna”, que así se llamaba su madre política, le dijo que no tuviera miedo, pero, acto seguido, comenzó a sonar su canción favorita de Camilo Sesto (canción favorita de la de la finada, no del asustado yerno). Como para no asustarse. Últimamente, muchos artistas se han apuntado a eso de decir que sus muertos les hablan, aunque, puestos a elegir, me quedo con lo que desveló en su día Kiko Rivera: que Lady Di, cuando murió, se le apareció a su madre para despedirse porque sabía que Isabel Pantoja era muy fan suya.
Me ha fascinado también la historia de cómo, según el libro recién publicado por el periodista, Olivier Beaumont, Emmanuel Macron se echa cantidades ingentes de su colonia preferida para marcar territorio y para que quede claro que él está en el edificio. Su mujer, Brigitte, también se rocía con ella para sentirlo cerca. No me digan que esto no da para un anuncio. No contento con ello, el presidente francés regala gafas (feas, al decir del autor) cuando pasea con sus visitantes por los jardines del Elíseo.
Puestos a destacar lo absurdo de nuestra sociedad, se ha puesto de moda grabar y colgar en las redes vídeos de gente bebiendo leche sin pasteurizar y comiendo órganos de animales crudos para dejar claro que siguen una “dieta ancestral”. Luego les pasa lo que les pasa, claro, que algunos se van a visitar a sus ancestros por la vía rápida. Esto me recuerda al influencer que, en plena pandemia, se le ocurrió lamer la taza de un urinario y por poco no lo cuenta.
A este paso nos vamos a extinguir y no va a haber científico que recupere nuestra especie.