Opinión

Contra Franco, Sánchez sobrevive mejor

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El Gobierno le ha vuelto a declarar la guerra a Franco. Una guerra gaseosa, humeante, ruidosa y, al césar, ya saben, efectivísima. Más que un comodín, el dictador fallecido el 20 de noviembre de 1975 es una inyección de dopamina para el PSOE desde que José Luis Rodríguez Zapatero, versionando a Vizcaíno Casas, lo resucitara hace unos cuantos veranos. Sánchez, como su predecesor, sabe de sobra que siempre hubo, hay y habrá un heterogéneo cardumen incapaz de resistirse a picar tan perturbador anzuelo. Repite la jugada de un modo recurrente y descarado, pero es que le sale, es innegable. El nombre de Franco arenga más que La Internacional y difumina todo mal, o todo bulo, elija el lector: que si Aldama, pero Franco; que si Begoña, pero Franco; que si Koldo, pero Franco, etcétera.

La guerra de Sánchez contra Franco no tendrá fin porque si el primero renunciara al segundo, desecharía un bálsamo de Fierabrás, una poción mágica de esas que rellenaban la barra de vida de los pokémon. Posee la cuasi totalidad de las acciones de este rentabilísimo producto bélico una formación política que, citando a Tamames, celebró “100 años de honradez y 40 de vacaciones” –la oposición socialista a la dictadura fue microscópica–. El Francomodín es un producto, lógicamente, exclusivo de la izquierda, aunque el genovesismo chanquete ha intentado, rozando el ridículo, apropiarse de él. Recuerden que, por septiembre, el PP intentó en vano adquirir sus derechos después de que Vicente Vallés contara en su telediario, cuando el nombramiento de Escrivá como gobernador del Banco de España, que la última vez que sucedió algo similar fue en 1965. Entonces, el diputado Jaime de Olano dijo que “Franco ha pasado del comodín a ser el modelo para Sánchez” y el propio Feijóo, refiriéndose al Plan de Acción Democrática del presidente del Gobierno, criticó la “censura y persecución a quien ose criticarle. No se veía otra cosa así desde Franco”. La operación no les funcionó. Por lo que fuere. Qué chorprecha.

Tumba de Franco

Este martes, un día después del funeral por las víctimas de la DANA en la catedral de Valencia, a la que no asistió bien para no escuchar a la gente ciscándose en él, bien por su alergia a la misa católica, el líder del Ejecutivo anunció que, con motivo del quincuagésimo aniversario de la muerte del general, el Gobierno celebrará en torno a un centenar de actos para conmemorar “los cincuenta años de España en libertad” y “poner en valor la gran transformación de España en este medio siglo de democracia y homenajear a las personas que lo han hecho posible”. Esperemos que quede libre de toda tarea organizativa Pilar Alegría, la ministra de Educación que cree que Felipe González es el primer presidente de la democracia.

Sánchez insiste con un ardid elemental y procaz, sí, pero terriblemente eficaz. Así, tras proclamar que 2025 será el Anno Franco, corrióse un tupido velo sobre la polémica ausencia del presidente al funeral y, no en exceso, porque el bicho pesa, se redujo algo el espacio informativo dedicado a los escándalos de corrupción que afectan al Gobierno. Brotaron los reportajes y programas sobre los horrores del franquismo –que los hubo, claro, y muchos– y, tintintín, los siervos mediáticos, raudos, vocingleros y fieles, lo nombraron Pater Democratiae en un sinfín de tertulias. De nuevo, el macho alfa de la Moncloa impuso un discurso y se adueñó del tablero. De un tablero de hojalata, en efecto, pero esto es España. Ni “leyes de concordia” peperovoxeras ni leches: si estás a favor de la utilización de la memoria y de las víctimas, eres un demócrata; si lo criticas, un ultraderechista de la peor calaña. Habrá quien sostenga, y con razón, que la cosa no puede ser más burda. Ahora bien, tampoco puede funcionar mejor.

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