Cuando Alberto Núñez Feijóo se abrió este martes a negociar la semana laboral de cuatro días se escapó en la conversación un detalle en medio del titular. En La Mirada Crítica preguntó a la periodista Ana Terradillos: “¿Usted podría trabajar cuatro días?” Y continuó “En este programa no y seguramente en otros sectores productivos no sería posible”. El trabajo flexible y la reducción de jornada está lleno de casuística y matices, como todo debate laboral, pero que el Partido Popular haya entrado de lleno en la agenda de la conciliación y el estado de bienestar es el espaldarazo que la medida necesitaba para atraer a la patronal.
La jornada de cuatro días lleva en estudio desde hace años. Con la pandemia, el cansancio extremo, el estrés, hablar abiertamente de la salud mental o las bajas masivas de esos años hicieron cambiar la mentalidad de muchas grandes empresas que decidieron probar con el modelo híbrido y jornadas más flexibles. Las experiencias en el sector privado casi siempre han tenido buenos resultados. Ahora, cuando un trabajador de una profesión liberal se sienta a negociar, esas condiciones suelen ir por delante.
Lo que propone Feijoó es trabajar más horas concentradas en menos tiempo. Y condiciona la productividad a trabajar menos días, aunque la competitividad dependa de otros muchos factores. “Podríamos trabajar 9 horas cuatro días a la semana”, dice Feijóo. Sumar responde que se trata de cobrar y trabajar lo mismo, no acumular las 40 horas en cuatro días. Yolanda Díaz no se mueve de las 37 horas. Pero lo importante es que el asunto está abierto a cuatro bandas: a izquierda y derecha, con sindicatos y patronal. “Hay materia para el acuerdo”, ha dicho Díaz. La propuesta llegó de la mano de la vicepresidenta como medida estrella del programa electoral y el PSOE deja la puerta abierta a lo que Yolanda Díaz negocie. Los sindicatos están dentro de la negociación. La CEOE se resiste. Ahora, la tracción del PP puede ser clave.
Que Feijóo de el visto bueno a los cuatro días de trabajo, más allá de las condiciones y la batalla política, legitima la medida, tantas veces caricaturizada por la CEOE. No es café para todos pagado por los mismos, como la describe Antonio Garamendi. Es abordar la realidad de las familias, las mujeres, los jóvenes y del propio trabajo. La teoría y la experiencia de las empresas que lo han puesto en práctica es incontestable. Trabajar menos mejora la vida personal, la familiar, la salud y el ambiente laboral. Y donde se ha puesto en práctica, nadie ha cerrado. Salir antes son más horas para cuidar a los hijos, a la pareja, a los amigos, a uno y a una misma. Aumenta la felicidad y por tanto la productividad. Quien lo disfruta, lo sabe.
Y tiene sentido que sea por ley para que no llegue sólo a los privilegiados con mejores trabajos. Hay 8,3 millones de españoles en el sector servicios, según el INE. Empleadas de hogar, camareros, limpiadores, dependientes, recepcionistas… profesiones con los sueldos más bajos y turnos imposibles. Tiene que llegar a esa mayoría más allá de las tecnológicas, los bancos, las big four, corporaciones saneadas y macroempresas. Si la jornada laboral no es para todos, no hay cambio cultural, ni de costumbres.
Ni es justo. Entonces, ¿Si ya una gran mayoría está de acuerdo, por qué no llega? Porque hay motivos políticos y luego está la inercia. Lo más importante de los ‘cuatro días’ es apostar por vivir y trabajar a partes iguales. Y para que las pequeñas empresas no sufran, están las políticas públicas. Los grandes avances tienen que ser por consenso y llegar a todos. A hombres y mujeres, para que concilien ambos y no utilicen ellas las horas libres para trabajar en casa. Ni se sirvan cervezas durante cinco días y tropecientas horas a los que trabajan cuatro días y 37 horas.