Reconozcámoslo. Las redes nos han dejado exhaustas este año con tanto hate y tanto trol. Necesitamos una parada para coger aliento. Lo hacen las osas en invierno y así sortear el clima hostil. Apartarse un tiempo para ahorrar energía y evitar el riesgo, también es una estrategia para sobrevivir. En los últimos tiempos, ser feminista se ha convertido en una causa llena de peligros. En cualquier lugar, y a cualquier hora estamos expuestas a la contienda. Muchas han abandonado las filas y otras, están tan cansadas, que apenas tienen ánimo de publicar nada en redes, que es casi como si no existieran. Y en medio de este panorama… se presentan las fiestas navideñas.
Que hayamos cerrado nuestra cuenta en X o nos hayamos unos días de vacaciones no nos va a librar de tener que sentarnos en la mesa con numerosos comensales que lanzarán sus dardos en forma de inquisidores comentarios. Saben que somos duchas en el arte de esquivar, pero también saben que ha sido un año duro y estamos con la pila baja, así que no cesarán. Para no tener que acabar abandonando también la cena de nochebuena, como algunas hemos hecho con la red de Musk, aquí van unas cuantas sugerencias para mejorar nuestros giros de guion, o de cuello, y que todo nos dé igual.
Feminismo del blando y feminismo del duro
Todos, absolutamente todos, los invitados al banquete se considerarán feministas. Esto es algo desconcertante a la par que novedoso. El mérito se lo debemos a los medios de comunicación y las empresas que han puesto de moda el término con la única intención de vender más. Que el hermano de tu pareja lo manifieste públicamente no es prueba fehaciente de que lo sea (merecidísimo Goya al corto El feminista y la loca) pero es la señal adecuada para coger una gamba y entregarnos al oficio de pelar. Es importante no levantar la mirada ni hacer contacto visual y concentrarnos únicamente en separar el caparazón de las patas. Ante nuestra indiferencia pasarán a al nivel dos de provocación, aclarando que no apoyan cualquier feminismo sino solo el “bueno”. Como si el feminismo fuese un tipo de turrón que se divide entre blando y duro, o entre azucarado o con xilitol. Es el momento de acercarte mucho al hermano de tu pareja y tirar fuertemente de la cabeza de la gamba para que vierta todos sus jugos en su chaqueta. Saldrá corriendo a por el Cebralín y tú podrás continuar con la fiesta.
Pobres criaturas
A la izquierda del hermano de tu pareja se sitúa esa tía, vecina o amiga que suspira y pone los ojos en blanco cada vez que se habla de igualdad. Ella también se considera feminista, sin embargo, opina que lo de la libertad de las mujeres ha ido demasiado lejos (por culpa de las del turrón duro y azucarado) y que hay que desacelerar. Esos microgestos ya deberían ser suficiente para activar tu alerta y cambiar de tema. Por si estabas despistada con el cava, tendrás una segunda oportunidad cuando la escuches insinuar: “a mí es que me dan pena los chavales, ya no se atreven ni a ligar porque les pueden acusar de cualquier cosa”. De los creadores del “Not all men” ha llegado a sus pantallas el “Pobres criaturas”, que viene a ser lo mismo, pero en versión femenina. Además de dejar patente su desconocimiento feminista, este comentario denota un instinto maternal no resuelto. Pídele a tu tía, vecina o amiga la receta del pavo (si lo ha preparado ella), alaba su buen gusto con la decoración, o pregúntale cómo consigue almidonar las servilletas. Rápidamente encontrará otro motivo para demostrar su pericia en los cuidados.
A denunciar a los juzgados
Cuántas conversaciones nos va a dar este año Íñigo Errejón, y cuántos quebraderos de cabeza. Es pronunciar su nombre y empieza a formarse un coro de voces. Comenzará un bajo diciendo “que no vayan a las redes sino a los juzgados”. Luego se sumará un tenor: “eso, eso: a los juzgados”. Luego un contralto, una soprano y también una mezzosoprano: “a los juzgadooos”, “juzgaaaados”, “aaaados”. En poco tiempo podrás disfrutar de los Niños Cantores de Viena sin tener que esperar al concierto de Navidad. Ni se te ocurra entrar al trapo y ponerte a argumentar. Lo de menos es el contenido, la letra es solo una excusa para cantar. Ante el milagro artístico lo único que puedes hacer es sacar tu móvil y ponerte a grabar. Aplica un filtro navideño y súbelo a Instagram.
La dictadura de lo woke
Cuando ya estabas felicitándote mentalmente por haber esquivado todas las balas y te disponías a disfrutar de un merecido dulce tirada en el sofá, es el momento de mayor vulnerabilidad. En ese preciso instante, cuando estás decidiendo entre garrapiñada o polvorón, alguien mayor de cincuenta, de piel blanca y clase media alta afirmará con rotundidad: “es que ya no se puede decir nada, es la dictadura de lo woke”. La buena noticia es que tú aún no te has metido el polvorón en la boca. La mala, es que eso solo puede ir a peor. Si la gente no sabe qué es el feminismo, como para saber qué significa la expresión “woke” que, además, no identifican con nada. Piensas que decir que existe una dictadura y opinar al mismo tiempo con total libertad es un oxímoron, pero mejor lo escribes en una servilleta y te la guardas. En su lugar, vas a agarrarte fuertemente al borde de la mesa y con cara de pánico vas a preguntar “¿lo notáis?, ¿notáis el terremoto?” Todos se callarán y pondrán todos sus sentidos en percibir el movimiento sísmico. Mientras lo hacen es el momento perfecto para escabullirte por la chimenea o la puerta de atrás. Con un poco de suerte llegas al último bus… Ellos son los verdaderos salvadores de la navidad.