Opinión

Científicamente correcto

María Morales
Actualizado: h
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Vivimos en una época en la que la narrativa predominante insiste en que somos todos iguales, que las diferencias de género son una construcción social y que hombres y mujeres deberían ser prácticamente intercambiables. Para algunos, cualquier mención de diferencia te convierte en retrógrado, y la corrección política absurda a la que nos vemos sometidos nos impide hasta expresar obviedades biológicas.

Supongo que el problema con los que insisten en que somos iguales es que confunden igualdad de derechos con igualdad de características. Y la verdad es que este tema me empieza a desesperar un poco. Sí, queremos igualdad de derechos, y por supuesto que tenemos el mismo valor. Pero eso no significa que tengamos que ser iguales en todo, y negar cualquier diferencia de forma irracional. Si seguimos esta lógica, entonces hagamos también que los pingüinos vuelen, para que no se sientan menos que los pájaros. Vamos, que seamos coherentes.

Hace unos días una amiga me mandó una entrevista al Doctor Daniel Amen, un psiquiatra norteamericano experto en imágenes cerebrales y conocido por sus investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro. Su enfoque se centra en entender las variaciones en la actividad cerebral para mejorar la vida de las personas, y, en este caso, arrojar luz sobre las diferencias de género. En concreto, la entrevista abordaba un estudio que Amen había realizado con más de 46.000 escaneos cerebrales para tratar de identificar diferencias en la actividad cerebral entre hombres y mujeres. ¿La conclusión del doctor? En pocas palabras, somos especies distintas.

Y no seamos literales, porque es evidente que sí somos de la misma especie, pero la realidad es que nuestros cerebros no funcionan igual, pues las zonas en las que hombres y mujeres tenemos mayor actividad no son las mismas. Las mujeres muestran una mayor actividad en áreas vinculadas a la empatía y al control de impulsos. Los hombres, por otro lado, muestran mayor actividad en regiones ligadas a la coordinación motora o el procesamiento visual, entre otras. Y vale, de esto hemos escuchado mucho, pero lo guay de este artículo, y de las conclusiones que saca Amen, es que sirve para cerrarle la boca a ese grupo de gente que cree que solo haciéndonos homogéneos hasta el extremo podemos garantizar los derechos de las mujeres.

Y es que, antes de que alguien se me lance al cuello por señalar lo obvio, parémonos a pensar qué significan estas diferencias en el mundo actual, y en el contexto laboral, por ejemplo: pues que las mujeres, en muchas situaciones, estamos mejor dotadas para el liderazgo (no lo digo yo, lo dice el doctor). ¿Por qué? Para empezar, porque la mayor actividad en la corteza prefrontal, responsable de la planificación, el juicio y el control de impulsos, nos da una ventaja en la toma de decisiones racionales y en la gestión efectiva de personas.

Por otro lado, la empatía, fortalecida por un sistema límbico más activo, nos permite conectar emocionalmente, entender mejor las necesidades de los demás y construir relaciones de confianza, fundamentales para inspirar y motivar. Además, nuestra capacidad para conectar distintas áreas del cerebro nos otorga una visión global, algo vital para liderar proyectos complejos y gestionar múltiples tareas sin perder de vista el objetivo final. Básicamente, esas mismas características que nos hacen especialmente aptas para cuidar de los hijos, y que se han usado como excusa para relegar a la mujer a tareas del hogar durante siglos, tienen una utilidad mucho más allá del contexto familiar. Por cierto, el artículo de Amen aborda estas diferencias desde otros puntos de vista, como la salud mental (en el que desgraciadamente, no salimos tan bien paradas), os recomiendo que lo busquéis.

Así que, queridos progres, igual deberíais reconsiderar vuestra visión de “iguales” y empezar a aceptar que nuestras diferencias, lejos de ser un hándicap, son nuestra mayor ventaja competitiva, y el recurso más potente que tenemos para lograr la igualdad de verdad.

Y mientras estoy repartiendo leña, no me olvido de los machistas de toda la vida, esos que, cuando oyen hablar de diferencias entre hombres y mujeres, se frotan
las manos e invocan la ciencia como si tuvieran la prueba irrefutable de que las mujeres “mejor en casa con los hijos”. Pues no, tampoco va por ahí la cosa. Porque, queridos, si hacemos caso a la ciencia, bien podría ser que los cerebros femeninos estén mejor diseñados para liderar en el contexto del mundo caótico en el que vivimos, ese que ya no se basa en cazar y recolectar, y en el que la empatía y el control son cualidades de liderazgo más valiosas que la fuerza bruta, y mucho menos comunes.

Al final, mi conclusión es la misma de siempre: dejemos de caer en visiones simplistas. Ni somos iguales, ni estamos encasillados en clichés absurdos del pasado. Mujeres, abracemos aquello que nos hace distintas, que si lo hacemos, podemos comernos el mundo.