Opinión

Cicatrices

María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Los complejos se diluyen en la playa. No desaparecen completamente, pero llega un momento en el que no pesan tanto. Al final, nos camuflamos entre esa multitud en la que cada uno camina con los suyos. Pregunta y verás como a todo el mundo le gustaría cambiarse algo.

Ante una exhibición de cuerpos semejante comprobamos que muchos de los cánones de belleza impuestos no se ajustan a la realidad. Por eso, algunas empresas de ropa y cosméticos intentan alejarse de la perfección absoluta y se decantan por una representación social más auténtica.

Pienso que muchas de las personas que veo paseando por la orilla del mar podrían formar parte del desfile. Habría modelos desgarbados, espléndidos, vigoréxicos… Si pasa un rato, nuestra vista se acostumbra y las formas nos dan igual. Sólo con una conversación podríamos determinar si nos gustan o no.

En ese punto ya sólo nos puede llamar la atención un detalle: que aparezca alguien con una cicatriz. Entonces, nuestros ojos no pueden detenerse y la recorren con cierto estupor. A nosotros mismos nos resulta algo intimidante hacerlo de esa forma y tratamos de disimular, pero volvemos a escrutarla. Imposible fijarse ya en otra cosa. No dejamos de imaginar qué se esconde tras ella.

Piedad Bonnett dice que “no hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero también su fin. Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas”. Estos versos son una puñalada en la vulnerabilidad que nos asesta la escritora colombiana en su libro Explicaciones no pedidas.

En el prólogo de su antología poética definen su trabajo “como una forma de resistencia” y un buen ejemplo de ello es su obra Lo que no tiene nombre, donde narra lo que siente tras conocer la noticia del suicidio de su hijo. Las madres solemos aguantar lo que nos echen, pero se nos rompe el corazón -y no lo digo de forma metafórica- si le ocurre algo malo a los nuestros.

En este texto Bonnett comparte sus reflexiones y lanza muchas preguntas al aire. Escribe por necesidad. “Porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras”, explica. El resultado es un exhaustivo análisis que da respuesta al desenlace.

Desde luego, no es un título atractivo para cualquier lector y menos todavía si indaga en su trasera y se entera del asunto que trata. Obviamente es duro, pero también sirve para que ella le encuentre sentido a lo ocurrido y dé con un consuelo en las palabras. A nosotros nos viene bien para visibilizarlo y acabar con el estigma. La prevención comienza por hablar de ello sin miedo.

Además, cada página logra recordarnos que los demás seguimos vivos. Al igual que esas cicatrices de las que hablábamos. En la arena, a unos metros, se recuesta un señor que lleva el pecho cruzado de arriba abajo. Sabe que gracias a ese dibujo está disfrutando de un verano más del sol y aguas templadas. Al tiempo, observo a una chica que coloca su toalla. Lleva bikini y, desde luego, no está preocupada por enseñar la hendidura que surca su abdomen.

Yo tengo muchas costuras. Algunas son desagradables y se esconden; las hay imperceptibles; otras son como un trofeo y, por supuesto, hay señales de batalla, como las de los aventureros.

De todas formas, preferiría que no nos centráramos siempre en lo físico. En el rasguño, en la costra que se forma, en los puntos que se cierran dejando la señal para siempre… Volvemos a la estética. En el fondo, estas lesiones terminan borrándose en el día a día. Hay otras que, sin embargo, perduran. Son las que se llevan por dentro, las más peligrosas, las que hacen todavía más pesada la mochila, las que se disfrazan, las que la gente no palpa, no intuye, no desea conocer… Las cicatrices del alma tienen difícil cura.

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