Opinión

Caos

Apagón
María Jesús Güemes
Actualizado: h
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Hace ya algún tiempo vi Día cero, un thriller en el que Robert de Niro encarna a un expresidente de los Estados Unidos que debe investigar la verdad de lo ocurrido tras un ciberataque global. Esta historia expone claramente la vulnerabilidad de la ciudadanía. La misma que vivimos ayer en muchos momentos.

En esa serie hubo una escena que me impresionó bastante. Salía gente protestando frente a los bancos porque no podía disponer de su dinero. Pensé que tenía que pasar por un cajero y sacar algo en metálico por si acaso. Desde que pagamos con el móvil en todas partes, no llevo nunca suelto y me agobió la idea de no poder comprar nada de comida llegado el caso.

Unas semanas después se empezó a hablar del kit de supervivencia que proponía la Unión Europea para afrontar emergencias, desde grandes catástrofes medioambientales hasta una situación de guerra. Tras repasar sus elementos decidí que tenía que abastecerme de agua. Me pareció algo imprescindible. Pillé dos garrafas, como si con eso me pudiera salvar de una hecatombe. No fui exagerada, pero sí preventiva.

Una ya ha visto demasiadas películas distópicas y apocalípticas como para no estar preparada. De modo que también busqué la radio que tenía escondida en el fondo de un cajón y preparé unas pilas. No me imaginé que la fuera a encender tan pronto y que, como siempre, demostrara ser el medio de comunicación más eficaz a la hora de informar.

Ayer rozamos el caos durante varias horas. Todos pensamos que se había producido un fallo eléctrico en nuestros trabajos por un instante y descubrimos con sorpresa que había sido en toda España. Así nos fuimos quedando sin transporte, sin la batería del móvil, sin poder consultar las redes sociales, sin saber nada de nuestros seres queridos… Nos quedamos incomunicados y desamparados. No somos conscientes de todas las comodidades que nos rodean y de lo que suponen para nosotros hasta que nos las arrebatan.

Una multitud se vio obligada a caminar kilómetros por las calles para volver a sus casas. Hubo viajeros que se quedaron tirados y miedo al saber que muchas personas habían permanecido atrapadas en vagones de metro o en ascensores. La mayoría se preocupó por lo que podía ocurrir en los hospitales. Pero mientras los generadores hicieron su trabajo, la impresión generalizada fue que los responsables no estaban haciendo el suyo.

A muchos nos costó comprender las explicaciones de Red Eléctrica porque por muy excepcional que fuera la cuestión, uno espera que el país esté a la altura de las circunstancias. También nos parecieron insuficientes las del jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, quien compareció sin ningún tipo de respuesta. Sólo nos quedamos con que no descartaba “ninguna hipótesis” sobre las causas del apagón y eso puede dar pie a un buen número de teorías conspiranoicas.

Con este sumamos otro día histórico a la lista. No paramos de acumular calamidades: la pandemia del coronavirus que nos llevó a un confinamiento, Filomena, un volcán en erupción, una DANA, la invasión rusa de Ucrania, los aranceles de Trump y ahora la crisis de la energía. No sé qué más nos queda, pero no hace falta averiguarlo. Ya hemos recibido una buena sacudida y sabemos bien que cuando nos sentimos frágiles siempre buscamos a los que más queremos. Ayer no podíamos ni contactar con ellos. Confiamos en que todo iba a salir bien, sin saberlo a ciencia cierta. De ese modo, nos adentramos en una noche oscura. Hasta que, de pronto, se fueron iluminando las ventanas. Se apagaron las velas, hubo aplausos y mi hijo dijo que la vida se ve diferente con luz.

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