Opinión

‘Cansaluña’: farsa petarda

Carles Puigdemont, durante su breve aparición en Barcelona
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Le preguntaba el maestro Jesús Quintero a Antonio Gala en la miniserie de entrevistas Trece noches, en 1991: “España, ¿tragedia, comedia o drama?”. Respuesta del poeta, desbordando inteligencia: “Farsa”. Bien, pues de todas las farsas de España, la del nacionalismo/independentismo catalán es la más petarda, la más cansina y la más irritante. Es como un reality de Telecinco: un artificio de cartón piedra, un pedo perpetuo y con ínfulas, un insulto no concluyente a la inteligencia y, sobre todo, un sopor rentabilísimo. Aragonès, Nogueras y demás derivados del patriarca Pujol o del tenebroso Companys pretenden un cisma con diminutivo, racista y clasista, pero, sobre todo, parcial y tramposo. Una grieta en el significante que no agujeree el significado de lo importante: la butxaca, o sea, el bolsillo. Un chantaje caprichoso que, como escribió el magnífico escritor que se esconde bajo el seudónimo de Jaume Pi i Bofarull en el imprescindible Catalunya para marcianos (Planeta, 2018), les permita conservar “las ventajas de pertenecer a Espanya, pero al mismo tiempo no participemos de los inconvenientes”.

El césar Sánchez y el molt honorable Illa, expertos marineros en mares intempestivos, lo saben. Cum finis est licitus, etiam media sunt licita y, para unos killers como el presidente del Gobierno y el exministro de Sanidad, amén de sus seguidores, no hay fin más lícito que el de pisar, conquistar y preservar la moqueta del poder. Están vacunados contra la hemeroteca, se amparan en la matemática legítima del pacto y son conscientes de que la plebe –o el pueblo, en función de si estamos o no en campaña electoral– padece una amnesia profunda, sectaria y, en ocasiones, surrealista: no ha mucho, escuché a un tertuliano sanchista defender la Ley de Amnistía ciscándose en los trajes del absuelto Camps. Ojo: los que comulgan con este tipo de soplapolleces, con perdón, se cuentan por decenas de miles. Y creo que me quedo corto.

La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) ha constatado que el concierto económico catalán contempla un trasvase de hasta 13.200 millones de pavos desde la caja común del Estado hacia la Hacienda catalana, cosa que obligaría al Estado a, uno, subir el IRPF, o dos, reducir la transferencia de recursos al resto de comunidades. Page podrá decir todas las misas que quiera, pero se va a tener que jalar esta calçotada rancia. El pasado jueves, cuando todas las miradas estaban puestas en la performance cutre de Puigdemont, villano decepcionante y cobarde –lo creía más Joker y menos pelele–, con ese portavoz de Junts con pintas de detective corrupto de Gotham, Albert Batet, jugando al “no descarten que aparezca en el Parlament”, mientras las colas de coches llegaban a Aranjuez por ese teatrillo policial llamado “Operación Jaula”, Illa y Sánchez consiguieron, y sin sudar sangre, su objetivo. Mientras tanto, Feijóo, convaleciente tras una intervención por un desprendimiento de retina, tuiteaba “Una humillación insoportable” y mandaba a su secretaria general, Cuca Gamarra, a soltar ayes y uyes, intentando tumbar con Champín a tipos que se tajan con absenta. Qué ridículo tan previsible. Y anda que no nos queda ná…