El filósofo Antonio Escohotado, que en paz descanse, instaba a atreverse a poner el juicio donde antes estaba el prejuicio, desterrando el miedo a cambiar de opinión. ¿Cómo? Leyendo y fomentando la cultura del hallazgo. Cuando se cayó del caballo del comunismo, cuando la experiencia, en su opinión, le demostró que se había equivocado, se dijo: “Aquí tengo una responsabilidad conmigo mismo y con los demás”. Así pues, se remangó, se puso a investigar de una manera exhaustiva y feliz, y dio a luz una obra magnífica: su trilogía Los enemigos del comercio.
Siguiendo el consejo del maestro Escota, destierro el miedo a cambiar de opinión y me sumo al coro que, indignado, y con toda la razón, exige la cabeza política de la consejera valenciana Nuria Montes. Me retracto, en general, de lo que escribí en la columna que Artículo 14 me publicó el lunes 4 de noviembre, “Quien esté libre de pecado, que apedree a Nuria Montes”. En dicho artículo, comentaba las infames declaraciones que la presunta servidora pública hizo sobre las víctimas de la gota fría y su posterior disculpa, y abogaba por templar los ánimos, contextualizar su tropiezo –basándome en su “soy también sufridora del dolor que tenemos todos los que hemos podido perder a un familiar, a un amigo, en esta tragedia”– y aceptar su perdón, aventurando que ya habría tiempo para pedir cuentas.
Sucede, sin embargo, que he visto y escuchado cómo Toñi, una funcionaria de la Generalidad Valenciana, se derrumbaba el martes en TardeAR narrando cómo perdió a su marido y a su hija el día del Diluvio infernal, y se me han revuelto las tripas.
En un corte que ha prendido en las redes sociales como la pólvora, escuchamos a la víctima decir entre lágrimas: “Somos funcionarios de la Generalitat, treinta y pico años trabajando los dos para altos cargos, y yo, en particular, trabajo directamente con Nuria Montes, la consellera de Innovación, Industria, Comercio y Turismo, y hoy me ha llamado por teléfono, hoy, para decirme cómo estaba mi familia, que lo sentía mucho y que me daba su pésame. Ahora, tras una semana, cuando trabajamos en la misma planta, y lo sabía, y nunca se ha dignado a llamarme, y me duele tanto, me duele tanto… Porque ayer incineré a mi hija y a mi marido, porque me lo han tenido que organizar todo desde fuera. Yo aquí no tenía cobertura, ni luz ni tele. Y sí, el Ayuntamiento de Benetúser, gracias a ellos, me pudieron llevar hasta el hospital Peset, donde allí, un cuñado pudo recogerme y llevarme hasta Ribarroja del Turia, al tanatorio, pero luego tuve que venir andando, y me duele tanto cuando me ha dicho: ‘Mujer, habérmelo dicho, te hubiera podido mandar un coche oficial’. A eso están acostumbrados. En eso utilizan el dinero. No somos gente violenta, todo el mundo nos conoce. (…) ¿Pero qué clase de personas inhumanas son, que empiezan a hablar de colores o banderas? Aquí no hay colores ni banderas. (…) Le he pedido a Nuria que, si tiene dignidad, que dejen sus puestos de trabajo, que renuncien, que pidan perdón, que dimitan, porque el puesto les ha venido grande”.
En mi artículo del lunes, exhorté a los lectores a perdonar a Nuria Montes poniéndome en su lugar y entendiendo que, en semejante averno, en semejante caos, cualquiera puede desbarrar. Ahora bien, las tremendas declaraciones de Toñi retratan a una política que vive al margen de la realidad, sin atisbo de humanidad ni de sensibilidad que, en efecto, por dignidad, no puede seguir un solo minuto más en el cargo. Si la consejera, motu proprio, no presenta su dimisión, el presidente Mazón debe destituirla de inmediato. Por un mínimo de honradez y compasión, cohone, un mínimo, aunque sea…
PS: Horas después de que este artículo viera la luz, una fuente de la Consejería de Turismo me envió un vídeo en el que Toñi, en Espejo Público, le cuenta a Susanna Griso: “Ella (la consejera) quería expresar su dolor y su pésame por todo lo que estaba pasando. Ella insistía, tras mi conversación con ella, que sufría conmigo y lo entendía perfectamente, y que compartía conmigo su dolor, pero yo le decía que era tarde”. Sobre el asunto del coche oficial, la funcionaria señala: “Cuando le nombré que, incluso el día de antes, el 4, habíamos incinerado a mi hija y a mi marido en Ribarroja, me dice, palabras textuales: ‘Pues, fíjate, eso me hubiera gustado saberlo, porque ahí sí hubiéramos podido echarte una mano’. Yo sé cuál era esa mano: una mano enviándome un coche, un helicóptero, no creo, un todoterreno… y yo le dije que no, que tenía que ir a pie como hemos ido todos”. Es de recibo incluir este añadido en mi texto.