Opinión

Buena gente e hijos de Satán

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Los hombres y las mujeres buenos existen. Lamentablemente, sólo asoman en los medios cuando pintan bastos. Tras la DANA mostrenca del martes, por ejemplo, que ha convertido Letur, Paiporta, Utiel o Catarroja en reproducciones terribles de Alepo; tras la gota fría impía y criminal que, mientras escribo, se ha cobrado la vida de más de 200 personas, los diarios, magacines y tertulias se hinchieron de historias extremas e increíbles, embutidas de un altruismo, de una nobleza y de una valentía deslumbrantes, protagonizadas por maderos, picoletos, bomberos y militares, pero también por el humus social verdadero, por civiles abnegados y puteados que, ante semejante adversidad, en vez de darse el piro, optan por arrimar el hombro, tender la mano, jugarse el cuello y, en ocasiones, perder. No perder una votación en el Congreso, no: perder la vida.

Cabe señalar que, en general, el periodismo ha estado a la altura. Excepciones al margen, los periódicos, radios y televisiones han arrinconado felizmente al morbo –del latín morbus, “enfermedad”, “vicio”, “pasión”–, que suele vender más que la virtud. Algunos ejercicios de profesionalidad, exhaustividad y narrativa han sido espectaculares. Qué decir del Más de Uno de Alsina desde Alfafar y Benetúser, o del Horizonte de Iker Jiménez desde Paiporta, donde un coro nocturno de vecinos desesperados, desde los balcones de sus ruinosas casas, reclamaban agua y medicinas y denunciaba el estado de “personas mayores sin oxígeno”. “Hay que vivirlo aquí y oír a esas personas”, decía el periodista vasco y, sin pretenderlo, brindaba a su audiencia una definición perfecta de lo que debe ser el oficio nuestro.

A diferencia de Kapuscinski, pienso que un periodista no tiene por qué ser buena persona, y creo que, en cuanto el profesional de la información se implica y se contagia, está perdido. Sin embargo, me han emocionado las lágrimas del citado Iker, y las de Toñi Moreno y, sobre todo, las de la reportera de LaSexta Amelia Bonell, valenciana, que ofrecía una postal hiperrealista y cruel del barrio de La Torre con el alma como un cristal hecho migas y lamentando, resignada, que sólo “el poble salva el poble”. Va el abrazo, compañera.

Luego están, claro, los clásicos hijos vocingleros de Caín y de Rómulo. Los raudos alanbarrositos que, ya en la mañana del miércoles, culpabilizaban al político de la trinchera contraria. Los del bulo de la UVE. Los que, desde la cuenta de X de Vox, aprovechan la tragedia para ciscarse en los inmigrantes ilegales. Los zumbados que en esa misma red escriben: “No se llama DANA ni Gota Fría. Se llama GEOINGENIERÍA HAARP. Y quizás, Marruecos tenga algo que ver”. Los ladrones malnacidos que asaltan no supermercados, sino joyerías, restaurantes –¡para birlar las botellas más caras!–, coches abandonados y hogares. Y una mesnada de políticos patrios, cómo no. Los josezaragozas. Las cucagamarras que posan sonrientes junto a un crespón negro. Los que, ansiosos, anteponen el control de RTVE con una cuadrilla de vasallos a las víctimas. Los que, pudiendo hacer, no hicieron. Y los que no hacen. Y los que no harán. Pregunten por La Palma, a ver qué les cuentan.

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