La hoja en blanco me oprime hoy con más fuerza que nunca, porque voy a escribir sobre Jorge Luis Borges, una de mis grandes pasiones. Las pasiones dicen de uno mucho más que el DNI o la declaración de la renta. Somos nuestras pasiones.
Todos sabríamos decir cuál es nuestra película, ciudad o comida favorita. Todos sabemos quién es la persona a la que más queremos…y a la que más detestamos. Yo también. Mi película, mis películas favoritas son El Padrino, El Padrino II y Senderos de Gloria (y que me perdonen Boyero y Torres-Dulce por mi ignorancia). Mi ciudad: París, la que más se acerca a Betanzos. Mi comida: la respuesta sería una redundancia, porque está implícita en la anterior. Sé también quién es la persona a la que más amo, lo saben todos los que me conocen. Quiero a mis hijos, a mi mujer y a mis padres como quiero a mi hija pequeña, a Constanza.
Lo que no sé es cual es mi libro favorito, hay tantos… Tantos que me han enamorado, deslumbrado y maravillado a lo largo de los años; tantos, que me han hecho inmensamente feliz, que no puedo elegir uno por encima de los otros. No quiero ni puedo elegir al primus inter pares de los libros canonizados en los altares de mi corazón.
Uno de esos libros maravillosos es Arte Poética de Borges, un libro asombroso, pues son seis conferencias sobre poesía del gran escritor bonaerense en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968. Seis conferencias en inglés que el Homero argentino pronunció sin apoyo de ningún papel, pues a causa de su ceguera, no podía leer. Seis conferencias que son un alud arrollador de erudición, literatura y memoria.
Este libro llegó a mis manos porque me lo regaló, a mí y a otros muchos, un político, un político admirable: José Manuel Romay Beccaría. ¡Qué tiempos aquellos en que los políticos no regalaban insultos, regalaban libros! Desde el día en que lo leí me ha acompañado siempre y ha sido un inagotable manantial de inspiración cada vez que me he tenido que enfrentar a la página en blanco.
Borges dice que la única obligación de un escritor es ser fiel a su imaginación. “Buscamos la poesía; buscamos la vida. Y la vida está, estoy seguro, hecha de poesía… porque todo el mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de la poesía, ese especial estremecimiento” Y, efectivamente, el que escribe debe perseguir incansablemente la belleza como el capitán Ahab perseguía a la gran ballena blanca. Solo la belleza vence al tiempo, solo la belleza garantiza la eternidad.
Borges reivindica la épica: “lo importante para la épica es el héroe: un hombre que es un modelo para todos los hombres”. Por eso quiere que los poetas vuelvan a ser narradores de historias. En mi opinión necesitamos épica en la literatura, pero la necesitamos mucho más en nuestro mundo, en nuestras vidas. No puede ser que los únicos héroes sean los deportivos- a salvo Rafa Nadal- y los cinematográficos. Necesitamos héroes de carne y hueso, héroes del día a día que sirvan de espejo y ejemplo a una ciudadanía desbordada y confundida por la irracionalidad del tiempo que nos ha tocado vivir.
Borges realiza una apasionante reivindicación de la lectura. Se declara lector por encima de todo, porque cree que lo que ha leído tiene mucho más valor que lo que ha escrito. Nos lo dice con su insuperable prosa y con una ironía demoledora, que parece gallega: “pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede”. La lectura es el único viento que infla las velas del espíritu. Cuando leo mucho escribo menos mal que cuando no leo. Los libros son los únicos maestros, la única escuela de la literatura.
Eduardo García de Enterría escribió un libro delicioso sobre Borges. Como el gran jurista cántabro, yo también estoy enfermo, contagiado de “Fervor de Borges”. Fervor por el poeta que solo tenía una ambición “ser en la vana noche/ el que cuenta las sílabas”. Fervor por el poeta que respondió a la gran pregunta “¿quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día/ ulterior que suceda a la agonía”.
Llegado ya a la edad en que un hombre dobla el cabo de Buena Esperanza de la vida, la obra de Borges se convierte en la infalible carta de navegación de mi alma. Nadie ha descrito mejor lo que siento, nadie ha dibujado mejor mis sueños:” ya no considero inalcanzable la felicidad, como me sucedía hace tiempo…lo que quiero ahora es la paz, el placer del pensamiento y la amistad. Y aunque parezca demasiado ambicioso, la sensación de amar y ser amado”.
Quisiera cometer una travesura literaria, me gustaría añadir unos versos finales al “Otro Poema de los Dones” borgiano, una de las cimas inalcanzables del Himalaya de la poesía universal. “Gracias quiero dar al divino/laberinto de los efectos y de las causas/ por…”. Así comienza el Max Estrella porteño una letanía maravillosa e interminable. Desde una admiración rayana en la idolatría yo también quiero dar las gracias …por Jorge Luis Borges, hermano en los metales de Cervantes y Quevedo/ inmenso bardo ciego argentino/ que nos sumerge en un océano de espejos, laberintos y libros; en un mar infinito de belleza, sabiduría y poesía.