Hace unos días estuve en la boda de unos amigos. Mis amigos se volvían a casar veinticinco años después de su primera boda, así es como querían celebrarlo. A lo largo de los años he ido a muchas bodas: bodas civiles en ayuntamientos, bodas religiosas, bodas no bodas “celebradas” por amigos o familiares, bodas camperas, bodas íntimas, bodas multitudinarias… y esta boda de hace unos días me hizo reflexionar de nuevo sobre el hecho de casarse. Vaya por delante que me encantan las bodas.
Zygmunt Baumann fue un sociólogo y filósofo polaco de origen judío, nacido en 1925, que acuñó los conceptos de modernidad líquida, sociedad líquida, y amor líquido. Este pensador hablaba de la liquidez como lo contrario a la consistencia, a lo sólido. La característica de los líquidos es no tener forma definida, sino adaptarse de manera continua al recipiente que los contiene, y, además, fluir permanentemente. Es este el sentido que Baumann aplicaba a nuestra sociedad actual, la liquidez como metáfora de la inconsistencia de los vínculos humanos ya que, según este filósofo, las personas han dejado de vincularse de una manera fija, ahora nos vinculamos por poco tiempo y sin compromiso, es la era de la modernidad líquida, entendida como el fin de la era del compromiso, donde lo único constante es el cambio.
Si en el pasado el individuo buscaba lo perdurable, ahora es exactamente lo contrario, se está de manera permanente preparado para el cambio. Aun cuando se tenga un trabajo, si llega uno mejor o que se ajuste a lo que deseamos, cambiaremos. Lo mismo sucede con las relaciones. Esta liquidez aplicada al mundo de las relaciones es la que exploró Baumann en su libro Amor líquido, sobre la fragilidad de los vínculos humanos, publicado en 2003.
Parece que hoy en día las personas tienen miedo al compromiso en las relaciones. Las relaciones nos restan autonomía como individuos, las relaciones nos obligan a negociar, nos obligan a ceder. Cuando te comprometes estás renunciando a tener otras relaciones, te cierras a otras posibilidades, otras oportunidades. Has elegido. Hoy parece que los vínculos, los compromisos, han sido sustituido por conexiones, a menudo efímeras. Todo se mide por la relación coste/beneficio y se racionaliza el hecho de comprometerse en una relación.
Además, hoy no vivimos en una sociedad con férreas reglas sociales que sí existían en el pasado, hoy es posible dejar puertas abiertas a otras relaciones, nuevas, que nos permitan la sensación de respirar aire fresco cuando queramos. También está el hecho de querer buscar certidumbres donde no pueden existir, y en la búsqueda de una seguridad en las relaciones que no existe −como no existe en nada en la vida−, las personas prefieren no comprometerse. Y en este contexto a mí me parece que elegir casarse es casi un acto de rebeldía y volver a casarse, aún más. Es mostrar un compromiso y tener la esperanza de que las cosas pueden funcionar sin tener ninguna certeza.
En 2021 en España se celebraron casi la mitad de bodas que se celebraron en 1975. A menudo se acude a razones económicas cuando uno explica por qué no se casa, pero siempre he pensado que para casarse no se necesita dinero, bastan dos testigos y una cita en el juzgado o en el ayuntamiento. Otra cosa es la fiesta de celebración asociada a la boda y el tamaño de esta.
Por eso, ver que una pareja no sólo dura en el tiempo, sino que decide volver a casarse, a confirmar su compromiso, que seguirán intentando que aquello funcione, a mí me produce una ola de esperanza. Casarse es un acto de esperanza en estos tiempos de amor líquido.
El escritor inglés G.K. Chesterton escribió en su poema El gran mínimo que no es poca cosa estar seguro de un deseo:
“En un tiempo de escépticas polillas y de cínicos óxidos,
y de vidas cebadas y hastiadas de dulzor,
en un mundo de amores huidizos y ansias que se diluyen,
no es poco estar seguro de un deseo”.
Y estoy muy de acuerdo, estar seguro de un deseo, de lo que uno quiere, no es poca cosa, diría incluso que en estos tiempos líquidos me parece hasta mucho.