Ustedes no lo recordarán, o lo habrán olvidado fruto del caos en el que hoy está sumida la política española, pero como en lo imperceptible es donde muchas veces se esconde el quid de la cuestión, vamos a refrescar una escena importante antes de meternos con el análisis de la actualidad. Ocurrió en una mañana soleada de junio del 2021. La presidenta Isabel Díaz Ayuso tomaba posesión de su cargo. Los periodistas esperaban en los aledaños de la Puerta del Sol a que llegaran los barones territoriales y el, por entonces, líder del Partido Popular a nivel nacional: Pablo Casado.
A escasos metros de allí, en una terraza frente a la ‘Antigua Gelatería del Corso’, desayunaban un hombre de canas y ojos azules y un político al que se le conocía por la hazaña de las cuatro mayorías absolutas. Eran Miguel Ángel Rodríguez (MÁR) y Alberto Núñez Feijóo. La mesa la completaban Enrique López, consejero de Interior de Ayuso, y las directoras de Comunicación de la Xunta y la Comunidad de Madrid. No obstante, de aquel café solo trascendió una foto de baja calidad, sin apenas enfoque y con un árbol de por medio, en la que se podía apreciar a la perfección, eso sí, las figuras del líder gallego y del spin doctor vallisoletano. La placa la publicó El Confidencial y la acompañó con un texto en el que se hablaba de lo oportuno del ‘distendido’ encuentro.
Ya de aquellas la relación entre Génova y Sol era tensa, pero nadie tenía escrito en sus quinielas que fuésemos a vivir aquella semana de los cuchillos largos que acabó con Casado defenestrado y con Feijóo entrando bajo palio al Congreso del PP en Sevilla como nuevo líder de la oposición. Nadie excepto quien tejió desde mucho antes en su cabeza una tela de araña para dinamitar todo, quien hizo creer a sus adversarios, los que mandaban en el partido, que eran ellos los que tenían la sartén por el mango. Nadie salvo el primer hombre que fue capaz de tumbar el aparato del partido desde fuera. El tipo de la barba blanca y los ojos azules. Por cierto, aquel artículo termina con un interesante párrafo: «Ayuso aseguraba a los periodistas al terminar el acto que, después de su familia, la presencia que más le había ilusionado era la de los presidentes autonómicos al completo. Y la de Pablo Casado». Creo que me siguen.
Vayamos a por otra imagen, ésta seguro que la recuerdan con nitidez. De nuevo nos trasladamos a una mañana soleada, pero esta vez de febrero del año siguiente, 2022. Estamos en la sede de Génova o en la callegenovatrece, como le gusta llamarla a Rodríguez. Ya ha explotado la guerra civil, ya ha saltado por los aires una paz que llevaba tiempo rota. Ya se ha publicado lo de los espías, ya ha ido Casado a Herrera y ha señalado los contratos del hermano de la presidenta, ya ha salido la lideresa a romper con él públicamente. Tras dos jornadas en las que cientos de simpatizantes de Ayuso protestaron frente a la sede, con mariachis y una corona de flores que rezaba ‘Pablo Casado siempre te recordaremos’ incluidos, el domingo se convocó una manifestación masiva. El gentío llegaba desde la puerta del cuartel general de la derecha hasta la Plaza de Colón. Estaban asediando el castillo, rodeando su propia casa. Se dice que apostados en uno de los bares de al lado estaban MÁR y Francisco García de Diego tomándose un vermú, como dos pirómanos embobados con el incendio que habían provocado. Según conocimos aquellos días, el propio jefe de gabinete de Ayuso les había anunciado a los de la planta séptima que si intentaban ir a por ellos ‘los sacaría por la ventana’.
Aupado por aquellas luchas intestinas, llegó el clan gallego a la callegénovatrece. Es por ello por lo que durante las últimas horas estas dos simpáticas postales que hemos recuperado seguro que se le han venido a la cabeza a más de uno. La decisión a contracorriente de Ayuso de decidir no ir a ver al presidente Sánchez al Palacio de La Moncloa ha traído consigo un denso y palpable deja vú. La madrileña no solo ha hecho lo contrario a lo que han hecho todos los presidentes autonómicos de su partido, también ha desobedecido la directriz que dio Feijóo cuando afirmó que sería un error no acudir a la llamada del presidente del Gobierno. Su movimiento no solo cuestiona la autoridad del gallego, sino que le confiere un status especial: el de la baronesa con libertad absolutísima. Tanta es la libertad y la autonomía que no ha dudado en reventar la estrategia conjunta de la dirección de abogar por el respeto institucional y ha apostado por abrir la vía de la confrontación sin matices ni excepciones contra Sánchez.
La principal razón que esgrime para justificar el injustificable plantón es algo entendible desde el punto de vista humano: no voy a ir a tomarme un café con alguien que días antes de la reunión está llamando delincuente confeso a mi pareja y me acusa de corrupción cuando tiene una trama explotándole en el núcleo de su gobierno, que afecta a su mujer, a sus ministros y a él mismo. Recordemos que justo cuando saltan a la opinión pública las primeras informaciones sobre el ya imparable caso Koldo, aparecen por arte de magia las irregularidades con Hacienda del novio de Ayuso, y que, además, se intenta equiparar, como si eso fuera posible y ético, un escándalo con el otro.
Fue durante aquella operación que nuevamente apuntaba al entorno sentimental de Ayuso cuando vimos volver a Twitter a un ilustre usuario: @marodriguezb. El hombre que llevó a Aznar a la Moncloa, derrotando a Felipe González, ‘El emperador’, en argot miguelangeliano, decidió durante aquellos momentos críticos poner el cuerpo y echarse el equipo a la espalda. Después de años en la sombra, controlando los hilos, con esa personalidad canalla y rebelde guardada en el cajón, dio un paso al frente. Tras lustros en la retaguardia, de golpe y porrazo comete el ‘error’ de amenazar sin tapujos, y dejando constancia por escrito, a Esther Palomera con aquel «os vamos a triturar» que abrió telediarios y copó portadas. Desde entonces, la noticia dejó de ser su asesorada, el foco lo apuntaba a él. Picaron el anzuelo, de la misma manera que lo picó el Fiscal General del Estado, que cayó en la trampa de la filtración de los correos que el viejo estratega le había tendido. Trampa, acordémonos, por la que hoy está investigado.
Vayamos a por otra instantánea que pasó inadvertida. Mientras ocurrían aquellos momentos convulsos en los que todo el mundo coincidía en lo desafortunado de sus palabras y la izquierda pedía con furia la dimisión del malvado y mafioso asesor de Ayuso, se retransmite en Cuatro un programa llamado Otro enfoque. Jon Sistiaga aborda en ese capítulo el fenómeno de la polarización, y comienza con una entrevista a Miguel Ángel Rodríguez, que llevaba años sin salir por televisión. Nada es casualidad, como él mismo dice: la mejor improvisación es la que se prepara.
Allí deja titulares muy interesantes. Cuando le preguntan por Sánchez dice: «Yo en mi vida personal y laboral tengo una norma: trato a la gente como me trata». Y va a más, pese a lamentarse de que el ambiente es irrespirable aclara: «Si quieren guerra, habrá guerra. No vamos a ser nosotros los que enterremos el hacha porque no hemos sido los que han empezado». Cuando el conductor intenta comparar su célebre creación de ‘Váyase, Señor González’ con el reciente ‘Me gusta la fruta’, el hombre de las canas y los ojos azules sonríe y niega, niega y sonríe. Al final apostilla con el semblante serio: «Mira, Jon, esto es fácil, si quieren seguir así, seguimos. Por cada insulto, dos». Unos días después, en su segunda entrevista consecutiva después de años desaparecido, dice en El Mundo que, si Sánchez había traspasado la línea de hablar sobre el novio de Ayuso, íbamos a hablar de la esposa de Sánchez hasta hartarnos. Y así fue.
Esta estrategia de confrontación directa, sin intermediarios, con el jefe del Ejecutivo, es la misma que utilizó con José María Aznar cuando era presidente autonómico. Y, si hacemos memoria, nos acordaremos de que comenzó, o de que se escenificó su inicio, aquel día que Pedro Sánchez decidió regalarle la famosa foto de las banderas en septiembre de 2020, otorgándole a ella la batuta simbólica de lideresa de la oposición. Una performance que, por su simbolismo y por la estudiada homologación, levantó suspicacias en Génova. Un win-win entre enemigos. Y sí, decimos que ganaron los dos porque Pedro Sánchez lo que estaba haciendo es trastear con la incubadora de lo que a posteriori ha sido uno de los principales factores de sus éxitos electorales: la doble desestabilización de la derecha.
El del Manual de Resistencia tiene grabado a fuego ese libro que se sabe a la perfección. Por un lado, agita el fantasma de la ultraderecha, dándole protagonismo a Vox, ahora también a Alvise, y legitimándolo como una amenaza real. Y, por el otro, ascendiendo a Ayuso a la categoría de candidata a la presidencia del gobierno, consiguiendo así ningunear a Feijóo y sembrar reticencias entre las filas populares. Un marco mental favorable para él, que se erige como el dique de contención contra la ultraderecha radical, y para la propia Ayuso, que es percibida por los ciudadanos como la némesis del sanchismo.
Sobre esa idea, la de la némesis, pivota la actual decisión de Ayuso de no acudir a ver al presidente. También la de Sánchez, que trata de desviar el foco de los escándalos que asolan a su gobierno intentando activar una crisis interna en el partido que lidera todas las encuestas menos, claro está, la del CIS. Lo cierto es que uno escucha estas mañanas a Federico Jiménez Losantos y diría que el presidente lo ha conseguido. El locutor turolense hablaba este martes de traición por parte de los gallegos a Ayuso, y empezaba a señalar a Cuca Gamarra, a Borja Sémper y a Elías Bendodo. Sin dejar, por supuesto, de advertir a Feijóo de que o cambia el chip o correrá la misma suerte que la anterior dirección. Que es momento de hacer oposición sin tregua, como la que hace la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Mientras todo esto ocurre, hay un tipo que a través de sus redes sociales confronta con ministros y adelanta con religiosidad y acierto los movimientos judiciales con una frase que ya se ha convertido en lema: van pá’lante. El Fiscal, Ábalos, Koldo, Aldama, Begoña. MÁR apunta y dispara, se regodea en su superioridad, en su certeza de que va dos pasos por delante de todos. Él solo suma más minutos en el Palacio de la Moncloa que todos los que se sientan en los maitines de Feijóo. Se lo está pasando en grande mientras sigue mirando a su gran objetivo: ser el único asesor en llevar a un hombre y a una mujer, la primera mujer, al Palacio de La Moncloa. Él siempre ha sido más de pedir perdón, si eso, que de pedir permiso. De ahí que la gran pregunta, la del millón, no es si Sánchez, o cualquiera de su círculo van pá’alante, eso lo dirá el tiempo y la Justicia. Aquí la gran cuestión es si el hombre de las canas y los ojos azules y la baronesa de la libertad absolutísima han decidido que ha llegado su momento. ¿Van Ayuso y MÁR pá’lante?