Isabel Díaz Ayuso podría liarse a tiros la Gran Vía sin poner en peligro su popularidad. Fue más o menos lo que Donald Trump dijo de sí mismo en la campaña presidencial de 2016, aludiendo al estado de gracia: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”.
Ayuso es consciente de su incolumidad, hasta el extremo de que sus errores políticos o sus excesos verbales se convierten en energía favorable. Y no solo por la euforia incondicional de su electorado o por la sumisión de la prensa más afecta, sino porque la campaña que le ha organizado el sanchismo funciona como la mejor de sus fortalezas. No hubiera crecido tanto la presidenta madrileña sin el antagonismo sistemático que le ha diseñado Moncloa.
Lo demuestra la gestión de la crisis conyugal que retrataba a Ayuso como cómplice necesaria y atmosférica de las fechorías que haya podido cometer Alberto González Amador. Se trataba de demostrar la connivencia doméstica de la emperatriz de Lavapiés, pero la ofensiva político-mediática ha reanimado la pujanza de la protagonista: las encuestas mejoran en cuatro puntos y en cuatro escaños los resultados de la mayoría absoluta lograda el 28M de 2023.
La polarización diseñada por Sánchez
Y no podrá decirse que Ayuso se haya explicado bien durante la crisis. Menos aún cuando atribuyó los problemas fiscales de su pareja a una conspiración de todos los poderes del estado. Hubiera sido más sencillo insistir en que el periodo bajo sospecha no coincide con la relación conyugal, o en diferenciar las responsabilidades propias de las ajenas, pero la lideresa madrileña también es consciente de la eficacia que propaga el discurso victimista. La polarización diseñada por Sánchez estimula el ayusismo hasta el punto de convertirla en inmune e intocable. Más cuestiona la izquierda, más crece el fenómeno político que representa.
Se explica así el entusiasmo con que Ayuso quiere comparecer en la comisión parlamentaria que ha organizado el PSOE como réplica a la Koldo-comisión lanzada por los populares. Pretenden los socialistas indagar en la gestión autonómica del Covid. Y en las irregularidades que se cometieron con las mascarillas y las residencias, fundamentalmente para deteriorar las baronías del PP y restregarle a Díaz Ayuso toda su política sanitaria.
El acierto de Feijóo
En Génova 13 prefieren evitar que desfilen personalidades ilustres en el tribunal socialista, pero es Ayuso quien más insiste en el deseo de comparecer. La munición ajena le permite demostrar la manía persecutoria de Sánchez y su posición implícita de lideresa de la oposición.
Es Ayuso la gran figura política de la familia del PP. Y hace bien Feijóo en observarla no como un problema -el error de Casado- sino como un recurso, pero el pacto de convivencia entre ambos -la tregua armada- no contradice las ambiciones de la presidenta ni las expectativas de convertirse en la primera mujer española que ocupa la sala oval de la Moncloa.
Mérito de su instinto y de su naturaleza genuina entre tantos impostores. Por eso carece de sentido retratarla como una creación de Miguel Ángel Rodríguez. Ella misma responde de su originalidad política, muchas veces incurriendo en el populismo, la demagogia y la temeridad, pero consciente de que puede pasear por la Gran Vía con un winchester en el regazo.