Escucho a Joan Manuel Serrat en los Premios Princesa de Asturias y me conmuevo. “Prefiero los caminos a las fronteras, la razón a la fuerza y el instinto a la urbanidad. Soy un animal social y racional que necesita del hombre más allá de la tribu”. Es sólo una pincelada de su intervención y para quien no la haya visto, vale la pena recuperar la gala y almacenar sus palabras en la memoria.
Aunque a mí lo que más me sacudió fue oírle interpretar Aquellas pequeñas cosas. El cantautor entonó con dulzura infinita lo de “uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón”.
De golpe, con él de fondo, revivo el día en el que me entregaron algunas de las pertenencias de mi padre y, entre ellas, estaba su cartera negra. Contenía documentación y un trozo de hoja donde ponía: “Olvidar es bueno para no tener rencor con el pasado”. Algo insignificante, pero con un valor absoluto. Lo llevaba doblado y escondido. Lo llevaba escrito con su letra fina, picuda y elegante. Lo llevaba con él a todas partes sin yo saberlo.
Ese consejo me acompaña desde entonces. Formó parte de su herencia. Fue el mensaje que me legó, aunque yo buscara otro con el que paliar la desesperación de su vacío. Sin embargo, cuando ahora me detengo y lo pienso, creo que fue bastante acertado. Lo he aplicado bastante. Él era sabio, generoso y perfeccionista. Imagino que muchas hijas hablan igual de sus progenitores porque los idolatramos. Tanto que, a veces, somos algo injustas con las madres que nos guían.
Siempre me he preguntado si era una idea suya o de alguien conocido. Supongo que sería una frase robada. Como todas esas de las que habla el libro de José Luis Sastre, que se titula precisamente así. Lo acabo de terminar y me he visto reflejada en varios pasajes. Es la historia de otro padre y otra hija. No desvelaré más. Salvo que ella, a veces, le lee fragmentos de las obras que acumula en la estantería y yo hacía lo propio con los poemas de Ángel González. Abría la antología de Seix Barral y con cada verso iba tejiendo un espacio más cálido a nuestro alrededor. Ya no se enteraba de nada de lo que le recitaba, pero me sigo haciendo la falsa ilusión de que, de algún modo, me comprendía.
En España, más de 1,2 millones de personas tienen alzhéimer y se calcula que para 2050 el número de afectados aumentará en un 66%. La Confederación Española de Alzheimer y otras Demencias (Ceafa) presentó hace unas semanas el ‘Pacto por el Recuerdo’, un llamamiento urgente a las administraciones públicas para que adopten medidas concretas. Pidieron la creación de un censo oficial de pacientes, el impulso de un diagnóstico precoz y acceso equitativo a los tratamientos.
Va por rachas, pero es verdad que en este último mes mi padre asoma por todas partes. No sé si lo busco o me encuentra. De pronto, me pongo una película y ahí está Anthony Hopkins en The father con una brillante interpretación que le valió el Oscar a mejor actor en 2021. En este film se muestran aspectos de la enfermedad que no siempre se cuentan como la confusión, la ira o el miedo infantil que les atenaza. La decadencia es inevitable.
Por eso, hay que aprovechar y recrearse con todas aquellas pequeñas cosas “que te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve”. Eso sí, si lo hacemos, que sea de emoción. Seamos conscientes de que en la melancolía hay una parte de alegría. Tenemos suerte de recopilar detalles que nos han marcado y nos convierten en seres especiales. Debemos guardarlos en un frasco y destaparlo de vez en cuando para que nos impregne la esencia del cariño.