En 1996 sufrí un fogonazo de vergüenza ajena cuando Joaquín Sabina presentó en televisión su tema No sopor… no sopor… no soporto el rap. Recuerdo el bochorno que pasé viendo aquello, a pesar de estar en la comodidad de mi hogar. La prensa aplaudía aquella ocurrencia de Sabina porque el rap, en 1996, había llegado a las grandes cadenas en sus formas más aberrantes (y aún faltaban unos años para que a Madonna le diera por utilizarlo). Hoy he vuelto a escuchar el tema, y le veo alguna virtud. Quizás sea el paso del tiempo, o quizás sea que en aquel tiempo se me hacía ridículo ver a un señor mayor rapear o algo parecido.
Mi abuela decía, cuando sonaban los Beatles en la radio, que parecían dinosaurios cantando. Cuando mi abuela era adolescente estaba de moda la canción del Tiro-Liro, de Bonet de San Pedro. No sé qué pensarían sus padres (más de los tiempos de La Fornarina) de Bonet de San Pedro. Los Beatles y Bonet de San Pedro hoy son clásicos. La Fornarina no tanto, que sigue siendo desconocida para el gran público.
Cuando se critica que tal o cual cantante o estilo musical son malos o simplemente mediocres, se apela a la cuestión generacional. Y es cierto que tiene mucho que ver. Pero a los que lo comentan se les suele olvidar que no todo el mundo baila al son de las modas. También hay gente con personalidad. Había gente que escuchaba a Hole en vez de Laura Pausini. A Esplendor Geométrico en vez de a Julito Iglesias. Y también – no lo vamos a negar – gente que solo escucha lo que “no conoce nadie”, por ligar, por sentirse especial, o por no tener nada que contar. El tiempo casi siempre pone a cada uno en su lugar. La moda de hoy es la cuchufleta de mañana, y no hay mundo más elitista que el de la música pop (lo siento, pero para mi casi todas estas historias son pop, o pop rock), con esa gente desubicada que te habla de la “buena música”. Prefiero escuchar en bucle a las Flos Mariae antes de dejar escoger canciones al que dice que solo pone “temazos”. Afirmo, de forma taxativa y sin paños calientes, que los que dicen que solo escuchan “buena música” son unos cretinos. Y si algún día me encuentro con alguno que no lo sea, me retractaré. Pero no va a pasar.
La música acaba adquiriendo un valor generacional, y la gente que desprecia una canción la acaba disfrutando porque es la melodía de su tiempo, es decir, de su juventud. Y por supuesto, quien dice que “ya no se hace buena música” es porque hace mucho que no escucha -aunque lo oiga – nada nuevo. La inmensa mayoría de las canciones pop son de amor, y cuando las canciones de amor dejan de sonar solo para ti es porque has madurado. La inmensa mayoría de las canciones de pop son para adolescentes. La mayoría de las canciones pop son lo que cuenta el Para ti de Paraíso, pero no todas son tan buenas como el Para ti.
Dani Martín vuelve a ser polémico por atacar los mimbres que manejan ahora el mundo juvenil que él representó hace no tanto. Novedades viernes no ha sido tan polémico como el tema sobre Ester Expósito, aunque sí le ha granjeado nuevos enemigos a Martín. Y es que él ya no es joven. Cada nuevo tema lo corrobora. Ya no es joven. Ya no está a la cabeza del mainstream. Ya no le quieren las chavalas (ahora le quieren las señoras). No llega al estatus que tenía Sabina al sacar el Mi, me, conmigo (donde venía aquello del rap). El público de J Balvin no acudirá a él de repente. Me parecen interesantes estos temas nuevos que ha sacado. Nunca he sido fan de El canto del loco. Nunca entendí que se considerara “rebelde” un grupo que hablaba de entrar con zapatillas a una discoteca (si no te dejan vestir como te gusta, vete a otro sitio. Si será por bares en España), ni concibo protesta más laxa y ridícula que esta. Tampoco seré yo quien defienda el reaguetón; ni la forma de cantar, ni las pintas, ni las letras, ni el estilo de esa gente que, por desgracia, copa el mercado musical. Al otro lado tenemos a todos esos grupos que suenan como Vetusta Morla y que se llaman todos casi igual. Dani Martín me va ganando con cada tema. Está canalizando, en forma de canciones pop fáciles, la sensación de estar fuera de lugar que tengo yo y que tiene, supongo, todo el que haya nacido antes de que llegara el ADSL. El no saber qué pinta una en el mundo, ni cómo puede ser que el futuro fuera esta chapuza.