Ayer fue 4 de diciembre, día señalado para los que somos y nos sentimos andaluces, el aniversario de cuando nos echamos a las calles a pedir tierra y libertad, a reivindicar nuestra autonomía y ondear la bandera de la esperanza. Si imaginásemos España como una pizza, Andalucía sería la base de tomate. Si la pensáramos como una plantilla de fútbol, Andalucía adoptaría el papel del centrocampista que reparte juego. Si España fuese un organismo, Andalucía sería su corazón. En cualquier ámbito, la comunidad autónoma con más ciudadanos del país marca la diferencia, pero en política, ay, Andalucía es la joya de la corona, la región que más compromisarios reparte, un campo de batalla estratégico para cualquier partido que aspire al éxito electoral. Bien lo sabe el PSOE, que estuvo cuarenta años gobernando a placer un lugar al que no es que le tuviese cogida la medida, sino que él era la medida. Y bien es conocedor el PP, que desde 2018, cuando cayó ‘El Régimen’, como se referían al PSOE-A los dirigentes populares, ocupa el Palacio de San Telmo.
No es casualidad que Pedro Sánchez eligiera la capital andaluza para su búlgara aclamación impopular. Como ya advertimos en este espacio la semana pasada, el ‘GenuflexionFest’ a mayor gloria de Nerón superaría cualquier previsión onanista y autobombística. Nunca fue un Congreso, en ningún momento hubo ninguna lejana intención de rendir cuentas o dejar que el aroma de lo democrático permease por el sevillano Palacio de Exposiciones y Congresos. Para el recuerdo queda la escena en la que una señora, militante de Izquierda Socialista, levantó la mano en el momento de ruegos y preguntas para intervenir y debatir. Juan Espadas, con la cara más dura que una declaración de Víctor de Aldama, la aplacó condescendiente diciéndole que quedaría constancia de su corto “speech”. Lo del pasado fin de semana solo era la tardía consecuencia de aquella misiva de Pedro Sánchez a sus coristas, el último paso para autoproclamarse mesías salvador de las izquierdas mundiales y un intento a la desesperada para hacer el milagro de rehabilitar el sur que antaño regaba una rosa de la que hoy solo quedan las espinas. Los pétalos hace tiempo que cayeron como lágrimas que resbalan por la cara de un niño caprichoso que agotó los límites de la paciencia colectiva.
No le salieron ninguna de las jugadas; con sus “performances” aclamatorias, “free Bego” incluida, y sus discursos pasados de frenada, llenos de palabras grandilocuentes y diagnósticos viciados en formas y fondo, lo único que transmitieron, al menos fuera de ese caldero de agradadores, fue nerviosismo y desesperación. El PSOE dejó que Sánchez se adueñara de las siglas, y ahora Sánchez es lo único que le queda al PSOE. Por eso van hacia adelante con los faroles, con lo que sea, sin importar ni la estética ni la ética.
Tampoco surtió efecto alguno la localización. El PSOE andaluz no es que saliese reforzado precisamente, al contrario; se fue con aún más dudas de las que entró. Juan Espadas, que se quedó sin Ministerio, también se quedó sin la bendición del líder supremo. Célebre ha sido el pantallazo de WhatsApp que publicó ABC en el que el exalcalde de Sevilla le anunciaba la fecha del Congreso del PSOE andaluz (Armilla, Granada, 22-23 de febrero) a su Ejecutiva con un: «Nos recibe Pepe Entrena que invita a las copas. Id reservando asiento y comprando palomitas». Esta semana ya han explotado las primeras Popitas. Desde Huelva piden al actual secretario general que dé un paso al lado y permita una alternativa que, al menos, pueda competir. Desde Ferraz, a vueltas con los 40 pavos, los fontaneros lanzan el mensaje de que quieren solo una candidatura. Esto, traducido en el argot de los aparatos, solo significa una cosa: se están afilando los puñales. Empieza la guerra.
Cualquier andaluz que haya decidido pegar un poco la oreja a lo acontecido en Sevilla, lo único que saca en claro es que aquel escándalo tan grande que el Tribunal Supremo condenó en firme, el archiconocido caso ERES, no existió, y que aquellos que lo perpetraron deben ser aplaudidos y condecorados. No sé qué grado de conocimiento creen tener Nerón y su mancha de asesores sobre Andalucía, pero quizás se deberían fijar un poco en lo que dijo anteayer la última socialista que gobernó la Junta: «¿Hubo gente que robó? Claro que sí. Yo por eso pedí perdón». Susana Díaz, larga como ella sola, sabe perfectamente que a este pueblo no le hace ni pizca -ni mijita- de gracia que lo tomen por tonto, que se diviertan con él, que le quieran tomar el pelo. A ella le costó aquello la presidencia, y a Sánchez, el no tener un plan y fiarlo todo a Cataluña y al poder reparador de las confortables gafapastas del calmado Salvador Illa, también le puede costar su sillón. Lo sabe, pero no actúa en consecuencia.
Porque sí, mientras desde los cuarteles del PSOE lo fían todo a la improvisación y a tres golpetazos horteras en el pecho de María Jesús Montero (aviados van si creen que esa es la solución tras su verano del Cupo), Juanma Moreno y todos los alcaldes populares que hoy copan todo el territorio blanquiverde, tienen un plan. Uno tan sencillo como seguir por el mismo carril que van: el de la serenidad, la moderación y el buen gobierno, que siempre es el de la estabilidad. El PP tiene la mayor implantación territorial de su historia. Con alcaldías repartidas por toda la comunidad. Bruno García en Cádiz, Pilar Miranda en Huelva, José Luis Sanz en Sevilla, María José García-Pelayo en Jerez y dirigiendo la FEMP, el eterno Paco de la Torre en Málaga o José María Bellido en Córdoba que, además, es el presidente de la FAMP, la Federación Andaluza de Municipios y Provincia, órgano al que el PP nunca había accedido. Un hito por el que no se puede pasar de puntillas.
Está realmente lejos de la realidad ese deseo hecho proclama que hoy airea la izquierda andaluza, es decir, su versión madrileña, que cuenta que Moreno Bonilla se tambalea, que tiene abierto el pómulo. Juanma, emperador del sur, duque de la tranquilidad, sigue con su ruta del éxito silencioso, haciendo buena esa máxima que le valió la mayoría absoluta y que ya hemos explicado alguna vez por aquí: cambiar el mantel sin tirar las copas. Ha conseguido, con mucho trabajo e inteligencia, colocarse por encima de sus siglas e introducirse en el imaginario colectivo andaluz como un político serio, respetuoso y responsable. Su liderazgo, alejado de histrionismos y zascas tuiteros, centrado en lo importante, le ha venido como anillo al dedo a una sociedad que está harta de tanto ruido y que se enorgullece y congratula de que su región sea un oasis apacible. Juanma ha entendido a Andalucía porque ha sido capaz de mirarla desde Andalucía, no dejándose llevar por las modas centralistas y los cantos de sirena. Por eso se ha convertido en el emperador del Sur, y está abriendo un camino que se llama “la confrontación calmada”. Que sí, que a muchos sabelotodos, de lanzallamas en mano, que no saben ver más allá de la mediocridad imperante del trazo gordo, les parecerá tibio, equidistante, hueco, pero ya les adelanto que no es así. El problema de tanto gurú de biblioteca, apostado en su pedestal madrileño, es que lo lee y lo procesa todo con las claves de la Villa y Corte, sin saber que donde de verdad reside lo irrefutable es en la particularidad de cada sitio. Y Juanma ha conectado con el imaginario sentimental y afectivo del pueblo que gobierna, levantando la bandera de un andalucismo transversal y combativo, que no pierde las formas sin dejar de ser rebelde.
Ayer lo volvió a demostrar en los actos institucionales del Día de la Bandera a los que, por cierto, no asistieron ni Izquierda Unida ni Podemos, que decidieron unirse a la ausencia de Vox. Allí estaba el presidente, junto a Paco Tous, alguien que en teoría jamás le votaría, un tipo de izquierdas por los cuatro costados y que es querido y conocido. Allí estaban reivindicando la unión, por encima de ideologías y de siglas. En esa línea, también ha sido muy sonada la iniciativa sobre la defensa del “habla andaluza” en las aulas. En ese acto estuvo flanqueado por Alejandro Rojas Marcos, otro símbolo. Hace unas semanas también hacia un discurso Manu Sánchez en el Parlamento. Hay quien se echa las manos a la cabeza y tacha de tonterías todas estas reivindicaciones. Bien, que sigan por ahí. La izquierda no queriendo ver cómo le están robando la cartera, cómo le están desplazando de posiciones legítimas que eran suyas, y la derecha ensimismada en la batalla sin cuartel, en la furia sin sentido ni medida. Juanma va a ver al presidente, no rehúsa reunirse con él y comunica que acude por lealtad institucional y para reivindicar lo que reclama la población a la que gobierna. Juanma está en el puesto de mando cuando la DANA amenaza y da una “masterclass” de gestión de crisis. Juanma mira sin complejos hacia sus dos lados, y le dice a Vox que no quiere ser como ellos, y le dice al PSOE que le da mucha pena la deriva que está tomando. Así, sin pegar voces ni montando numeritos. A Juanma la crítica que le hacen es que es un suavón. Hay que estar haciéndolo muy bien para que tus detractores, para hacerte daño, acaben achacándote virtudes. Porque sí, ese calificativo, aunque no lo crean, es una virtud. Porque puede que a la clase política actual se le haya olvidado cómo se hacía política de altura, adulta, pero ya les aseguro que, a los ciudadanos asqueados con el parvulario actual, no se les ha olvidado que hubo un tiempo en el que la política no era una fuente constante de odio y de problemas, un núcleo irradiador de indignación y problemas, de gente alterada. Háganme caso, la gente quiere tener que echarle la cuenta justa a la política. Quieren personas que le transmitan confianza. Quieren estabilidad. Y en el sur, desde hace un tiempo, la hay.