Al margen de mi cinturón de seguridad vital –esposa, hijo, familia, amigos, algún Dios–, mi opción fundamental en la vida es el cine, aunque he de reconocer que tengo un problema con él, así en general, como enmienda a la totalidad. Lo amo mucho, quizá demasiado, y desde una esfera tan íntima, que me es imposible verbalizarlo. De vez en cuando me encuentro con algún espécimen semejante (mi querido ‘Cine con Tertulia’ en los Embajadores, repleto de zombis con las retinas quemadas como yo) y, con solo mirarnos, hacemos la fotosíntesis. Mi amor es, además, ortodoxo, purista, excluyente y, por supuesto, sin ningún sentido del humor: si el Séptimo Arte fuera Taylor Swift, yo sería el armario empotrado modelo 2×2 que no le quita ojo. Considero, asimismo y celoso perdido, que nadie-en-el-mundo le es tan leal como yo, atávica fidelidad vasca, ríete tú de la familia Baskardo-Onaindía de los Verdes Valles, Colinas Rojas de Ramiro Pinilla.
Por eso no me gusta que nadie –premiado, nominado, mocactor– pinte su manzanita con reivindicaciones, aclaraciones, denuncias, apuntes, ajustes de cuentas o cuitas personales en ningún evento relacionado con este arte y sus hijas, las películas. Me da vergüenza ajena, no lo puedo evitar. Y si es en mi vecindario, España, pues me duele más. No es que no me importe que en los Deutcher Filmpreis se denuncie la escasez de recursos en la atención primaria sanitaria en Baden-Wurtemberg, pero no es lo mismo. En cualquier caso, no se mancilla la pureza del espíritu prístino del cine, ni aquí ni en Alemania, ni se agenda en el orden del día algo que no aplique. Ni ‘pa arriba, ni ‘pa abajo, ni ‘pal centro, ni ‘pa dentro.
![El director de cine fallecido David Lynch](https://www.articulo14.es/main-files/uploads/2025/01/WhatsApp-Image-2025-01-25-at-20.15.29.jpeg?x52348)
El director de cine fallecido David Lynch
Y cada año que me siento a ver la gala de Los Goya me acuerdo de la anécdota de Santa Teresa de Ávila –personaje por cierto muy dado al misticismo cinematográfico y magníficamente interpretado en sus diferentes versiones por Aurora Bautista, Concha Velasco, Isabel Ordaz, Paz Vega o Blanca Portillo–. Cuenta la historia apócrifa que, siendo ya Teresa Sánchez Cepeda una celebrity dentro del star system eclesiástico, allá por el siglo XVI y con el nombre artístico de Teresa de Jesús, una joven novicia se acercó a ella, asombrada por la voracidad con la que la santa daba cuenta de un plato de sardinas. Al preguntarle por el contraste entre su imagen extasiada –levitaba y esas cosas– y lo prosaico de la glotonería, Teresa le contestó: “Cuando a rezar, rezar, y cuando a sardinas, sardinas”. Pues eso. Cuando a cine, cine.
Odio la(s) guerra(s) –como las misses– y el terrorismo en cualquiera de sus formas; preconizo la igualdad de género, empezando por mi casa –como la gran mayoría de hombres que conozco–; respeto los cuerpos no normativos –que es como decir ‘cara asimétrica’, un pleonasmo: ¿quién tiene un cuerpo normativo? ¿Jessica Rabbit?–; me parece estupendo que quien lo desee no se maquille –ellos y ellas, ojo– aunque esto es un poco copia de Hollywood; por supuesto que quiero que en los hospitales públicos haya más mantas; me posiciono a favor de la energía eólica, “pero no así”, que sois unas bestias (a ver si os enteráis Acciona, Endesa e Iberdrola). Incluso estoy totalmente en contra del chapapote –yo siempre lo he llamado galipote o galipó–, pero si seguimos por este camino, la XL edición de los Premios Goya va a dar voz, por ejemplo, a la presidenta de mi comunidad de vecinos para que plantee la problemática de “la ceniza de los cigarros en los alféizares del patio interior”. Eso sí, no más de un minuto.
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El director Pedro Almodóvar es uno de los mayores referentes de la historia del cine español.
¿Quién dio pie para que la gala de Los Goya, cualquier entrega de premios, tuviera que ser el bolso de Mary Poppins, un cajón de sastre donde cupieran los mantras socio políticos, geoestratégicos, carracas vecinales, riñas por quítame allá esas lindes y la ropa de cama de la sanidad pública? ¿Qué showrunner insertó ese punto de giro? ¿Cuándo se produjo ese salto de eje, montaje paralelo? ¿Para cuándo una narración lineal? ¿Quién va a escribir ese guion meta cinematográfico? ¿Caimán Cuadernos de Cine?
Muy poca gente se acordará de esto, claro, porque ahí no hubo bilis. Más bien todo lo contrario. Ternura, pasión sincera por el celuloide de nuestro particular Cinema Paradiso: cuando en 2018 el gran Adolfo Blanco, un cineasta boutique de los pies a la cabeza, recogió, de manos de Penélope Cruz y de Carlos Saura, el Goya a la Mejor Película por La Librería (Isabel Coixet), no subió al atril un productor atribulado quejándose del poco apoyo público al cine de autor, o de las políticas restrictivas a la distribución del cine europeo. Si miras bien el vídeo, verás a un niño emocionado con el viaje de luz que le hipnotizaba en el cine de su familia, recitando de memoria un poema de amor, panegírico del viejo acetato, en el que rememoraba –¡Amarcord!– las películas de su infancia y entre qué costuras se le coló el veneno cinéfilo. Y si observas un poco mejor, ahí al fondo, detrás del bueno de Adolfo y echándole un ojillo entre bambalinas, vislumbrarás a nuestros Homo antecessor: por ahí andaban Segundo de Chomón, Florián Rey, Benito Perojo o los tocayos Buñuel y Berlanga. Ninguno se quejaba.
P.D. “Va a ser la gala menos política de los Goya, porque bastante inundados estamos de política”, ha dicho Maribel Verdú, presentadora de los premios junto con Leonor Watling. Ojalá sea verdad, querida Maribel.