Opinión

Amigos, encuentros y despedidas

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Mi amigo se va a vivir al extranjero, a más de 7000 km. Quedamos para comer y pasar la tarde como despedida. Dicen que a los amigos se les conoce en las ocasiones, que son los que están cuando las cosas van mal y todo el mundo desaparece.  Estoy de acuerdo, pero creo que también se conoce a los amigos en los mejores momentos que uno tiene en la vida. Cuando las cosas te van muy bien son tus amigos de verdad los que se alegran casi como tú, a veces incluso más que tú. Piensas que tú no lo mereces y son tus amigos los que te dicen que claro que te lo mereces, eso y más. Porque a veces creen en ti más que tú mismo.

He vivido en diferentes ciudades y en todas he dejado amigos a los que he vuelto a ver de manera ocasional. En esos reencuentros uno confirma que, con los amigos, con cada uno de los amigos o con los diferentes grupos de amigos, existe una especie de lenguaje secreto, un código que sólo es comprensible cuando estás con ellos, que sólo compartes con esas personas y que se mantiene intacto a lo largo del tiempo. Lo mismo sucede con los amigos que mantienes desde la infancia o desde la universidad. O cualquier amigo al que uno no ve tanto como quisiera.

La amistad tiene la magia de detener el tiempo. Decía Borges que la amistad no necesita frecuencia, pero el amor sí. Que la amistad, y sobre todo la amistad de hermanos, no. Que puede prescindir de la frecuencia o de la frecuentación, pero, en cambio, el amor no, porque el amor está lleno de ansiedades, de dudas y un día de ausencia puede ser terrible.

Lo confirmo. Puedes tener amigos a los que sólo ves cada varios meses o años, amigos de los que estás separado por un océano, pero los reencuentros constatan que el tiempo se detuvo la última vez que te viste con ellos, que todo sigue igual, que nada ha cambiado.

También están los amigos a los que ves frecuentemente, a veces todos los días. Es otro tipo de amistad, porque aquí el tiempo no se detiene, al contrario, avanza junto a él y junto a ti y junto a la amistad también. Y ocurre que a veces este tipo de amistad es más frágil que aquella en la que los amigos no se ven y todo queda suspendido en el tiempo.

Hay un capítulo en Rayuela, la novela de Cortázar, que narra de manera exacta lo que uno siente cuando se despide de alguien con quien ha tenido un flechazo: “Al despedirnos éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y…”

Él hablaba del amor, pero yo creo que también existen los flechazos en la amistad, que a veces conoces a alguien y quieres que sea tu amigo para siempre, no quieres que salga ya nunca de tu vida.

Precisamente estos días termino de leer, en realidad releer porque esta novela la leí hace años, El último encuentro, la obra del escritor húngaro Sándor Marai que narra el encuentro de dos amigos que fueron íntimos en su juventud y después de cuarenta años sin verse, se encuentran en su vejez. “Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa, ningún galardón. No idealiza a la persona que ha escogido como amiga. Conoce sus defectos y la acepta. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes?”, escribe Marai en la obra.  

Cada uno somos como somos y damos lo que damos. El tesoro es encontrar ese código, ese lenguaje que tenemos con cada uno de nuestros amigos y sólo con ellos y mantenerlo, y disfrutarlo a lo largo de nuestra vida.

Mi amigo se va a vivir a más de 7000km y yo le deseo lo mejor. No se lo he dicho, pero tampoco hace falta, él lo sabe. Porque mis amigos saben que estoy para los malos momentos, pero sobre todo para los buenos, para celebrar con ellos todo lo bueno que les llega, porque se lo merecen. Eso y más.

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