Las mujeres no hablamos de dinero. Es así. Lo señala la publicista argentina Laura Visco, que sostiene una activa newsletter donde busca normalizar las conversaciones sobre dinero entre mujeres con el nombre, “Amiga, hablemos de plata”, que pronto se convertirá en un libro.
La conocí hace unos días en Juno House -un club al que toda mujer emprendedora y con visión de negocio debería pertenecer-, y nos abrió los ojos a una realidad incontestable: la desconexión histórica de las mujeres con el dinero y la economía, un espacio donde aún hoy predominan los hombres y en el que se penaliza a las mujeres que facturan o que quieren facturar.
Nos tratan de ambiciosas, y el epíteto en sí solo es pernicioso cuando adjetiva a las mujeres, o peor, de avariciosas y materialistas, como si tomar decisiones sin afectación emocional y de manera pragmática para mejorar la economía personal fuera negativo. Demasiado lejos de la sensibilidad y empatía que se espera de nosotras. El mundo marca que las mujeres seamos generosas, abnegadas y desinteresadas en lo material.
La realidad es que las mujeres no solo ganan menos que los hombres, sino que además, se encuentran al margen de las conversaciones financieras, lo que refleja una brecha de poder mucho más profunda de lo que imaginamos. Ni siquiera nos atrevemos a sacar el tema entre nosotras. ¿Qué tenemos para decir, si nunca nos hemos ocupado de ello?
Nos han permitido gestionar la economía familiar, sí, aunque nuestras decisiones son invisibles y no tienen el peso que tendría una decisión tomada por un hombre. ¿Pero qué es eso de pensar en fondos de inversión, en criptomonedas, en oportunidades financieras, en escalar los negocios? Estamos educadas en el ahorro, ¿pero sabemos negociar un sueldo? ¿Nos atrevemos a pedir un aumento? ¿Hemos aprendido a hacer trabajar al dinero para crear patrimonio?
No hablar de dinero no es solo una cuestión de falta de conocimiento o de oportunidad, sino una cuestión cultural profundamente enraizada. Por eso muchas hemos vivido con conflicto incluso cobrar más que nuestras parejas hombres, y hemos articulado estrategias para no acomplejarlos a la hora de pagar una cena, de planificar un viaje familiar, o de hacer los regalos de Navidad. Miramos horrorizadas los contratos prematrimoniales, aunque serían un vehículo estupendo de protección e independencia financiera, en caso de separación.
Y nos ocurre esto porque el dinero, más allá de ser un medio de intercambio, es un vehículo de poder. En este contexto, la exclusión de las mujeres de la conversación económica no es un simple olvido o un accidente; es una estrategia que se ha perpetuado a lo largo de los siglos para mantener ciertas estructuras de poder intactas.
La idea de mujer avariciosa y calculadora refuerza aún más la idea de que el dinero es un tema masculino, y que las mujeres que se apartan de ese rol no encajan. Lo peor de todo es que este estigma no solo afecta a la forma en que las mujeres son percibidas por la sociedad, sino también cómo nosotras mismas nos sentimos al respecto.
Si bien hemos avanzado en muchos aspectos de la igualdad de género, la conversación económica sigue siendo uno de los grandes vacíos que tenemos que llenar. Hablar de dinero no debería ser tabú. Creo que es hora de que las mujeres tomemos las riendas de nuestra relación con el dinero, de que empecemos a hablar de pasta entre nosotras, de que valoremos la capacidad de hacer trabajar al dinero para incrementar el patrimonio personal o familiar, de que pongamos en valor las decisiones de la economía familiar que tomamos, y de que exijamos estar presentes en todas las conversaciones económicas. Porque, al final, el dinero no es solo cuestión de ingresos; es cuestión de poder, y no hay nada que nos haga más libres que tener plata.