Opinión

Alzheimer digital: ¿Por qué se nos olvida tan rápido lo importante?

Phil González
Actualizado: h
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Nuestra capacidad para recordar u olvidar cosas depende, en gran medida, del interés que les asignamos. Este fenómeno, conocido como memoria selectiva, explica cómo nuestro cerebro elige qué datos almacenaremos a largo plazo en nuestros cerebros. Este proceso adaptativo permite enfocar nuestra capacidad cerebral en lo realmente significativo. La falta de interés por algo, por lo contrario, conduce siempre al olvido.

La era digital actual vino a perturbar esos procesos y la cantidad de información recibida a diario va in crescendo. Desde el momento en que nos despertamos hasta que nos acostamos, estamos sumidos en un flujo de actualizaciones, un sin fin de notificaciones y de correos.

De hecho, somos la generación del clickbait. Nos hemos convertido en expertos en leer titulares, sin quedarnos ya con lo realmente importante. Este flujo incesante, si bien nos mantiene siempre muy informados, también contribuye a una superficialidad cognitiva permanente.

Distracción constante, olvido creciente

Los modelos de negocios de las grandes corporaciones digitales nos han llevado a un estado de distracción constante. Investigaciones recientes sugieren que nuestra capacidad de atención se ha reducido estos últimos años, significativamente. Accedemos a mucha charla superficial y la velocidad con la que nos movemos de una cosa relevante a otra insignificante, nos impide detenernos y recordar adecuadamente. Somos exacerbados creadores de contenidos, preocupados por nuestras marcas personales en redes, pero nefastos consumidores y “retenedores”.

Vivimos en una era de “amnesia acelerada”, que nos conduce a olvidar eventos relevantes y hechos de figuras políticas y sociales. En su reciente libro “Años perros”, la periodista Marta García Allier nos invita, de hecho, a reflexionar sobre la velocidad con la que esa información fluye y pone de relieve este fenómeno realmente inquietante.

Escándalos políticos e impunidad efímera

Un claro ejemplo de esta tendencia es cómo reaccionamos ante los escándalos políticos. Hace unos años, un alboroto gubernativo podía acaparar la conversación pública y titulares, durante meses. Ocurría lo mismo con los vaivenes de los actores, famosos y celebridades.

Hoy nos hemos acostumbrado a los “Donde dije digo, digo Diego”, a las promesas electorales no cumplidas y a los delitos fiscales. Se oye y se ve de todo en los telediarios y periódicos digitales mundiales. Lo que debería ser motivo de una indignación duradera se olvida antes de que se pueda exigir responsabilidad a cualquiera. Hoy en día, surgen embrollos y desaparecen en cuestión de días, barridos por la siguiente ola de juicios. Este ávido consumo de ruido y su apresurado olvido “desensibiliza” la opinión del público. Otorga en paralelo a políticos, a famosos y a cualquier figura pública, una especie de “impunidad efímera”.

Trump y sus inolvidables elecciones

En las presidenciales de 2016, el uso estratégico de las redes sociales, especialmente de Facebook, fue crucial en la victoria de Donald Trump. La consultora política Cambridge Analytica fue contratada por su equipo y empleó técnicas de microsegmentación avanzadas para influir en los resultados de las urnas americanas.

A través de anuncios dirigidos, la campaña de Trump pudo llegar a diferentes segmentos de votantes con comunicaciones adaptadas a sus preocupaciones, permitiendo así ahondar en temas particulares y maximizar el impacto de sus mensajes.

A pesar del escándalo del uso indebido de esos datos, ocho años después del juicio y condena, todo está totalmente olvidado en la mente americana. Los repetidos fallos de memorias de Biden y unos locos disparos, han relegado este asunto al último plano.

La previsible victoria de Trump podría ser un claro ejemplo de cómo hechos tan despreciables y que afectan directamente a los derechos de sus habitantes, pueden desvanecerse en las memorias, y muy rápidamente.

Tropezarse con la misma piedra

Fue George Santayana, un filósofo español, el que dijo: “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. La acelerada pérdida de memoria conlleva profundas implicaciones para nuestra correcta comprensión de la historia. Eventos cruciales que deberían ser rememorados y analizados, a menudo se desvanecen en el olvido colectivo.

Crisis económicas, desastres naturales y guerras, todo sucede y desgraciadamente se repite en ráfagas. Cada uno de estos eventos debería servir de lección, pero la voracidad del baúl del olvido nos condena a repetir siempre lo equivocado.

La crisis financiera de 2008, por ejemplo, debería haber sido un recordatorio de los peligros del descontrol financiero. Sin embargo, apenas una década después, muchos de los errores causantes de esa crisis inmobiliaria se están repitiendo.

Tecnología y lucha por la memoria

El papel de la tecnología en esta lucha es ambiguo. Las plataformas digitales perpetúan una sobrecarga de información y una distracción constante, pero, por otro lado, también podrían ser una herramienta para la educación y la conservación de la memoria, de forma muy potente.

Según estudios recientes, más de 800.000 personas, como mi madre, sufren de Alzheimer en España. Una enfermedad silenciosa que afectará, directa o indirectamente, a buena parte de los lectores de esta columna. Una patología contra la cual, de momento, no podemos hacer prácticamente nada.

Una afección bien diferente a la que sufrimos la mayoría de la gente, por culpa de la constante “infoxicación”, y que podría ser tratada y erradicada fácilmente.

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