La sorpresa de estas últimas elecciones europeas ha sido la irrupción en el status quo político de un nuevo jugador: Alvise Pérez. Lo ha hecho obteniendo tres escaños con 796.560 votos producto, no de mítines o de campañas convencionales, sino de redes sociales como Instagram, TikTok y, sobre todo, X (antes Twitter) y su canal de Telegram. Por no hablar de un efectivo “boca a boca”. ¿Y quienes han sido sus votantes? Por lo que parece hombres jóvenes, algunos de los cuales votaron a Vox en las últimas elecciones generales. Según los datos que arrojan las encuestas, más del doble de hombres que de mujeres entre los votantes. Más de medio millón de varones en la flor, digamos, de la edad.
Los medios de comunicación han reprochado al futuro eurodiputado que gran parte de su popularidad la haya conseguido con informaciones de dudosa veracidad y que le apoyen sectores de la extrema derecha. En El Mundo se referían esta semana al “folclore machirulo de Alvise” y estoy segura de que no deben de ser los únicos estos días en utilizar este neo epíteto tan del agrado de las feministas de la izquierda. Sin embargo pienso que los partidos centrados y con vocación de servicio a la ciudadanía más allá de proclamas y de prejuicios quizá deberían prestarle unos momentos de atención a este dato, el del medio millón de hombres jóvenes. Quizá valdría la pena reflexionar un poco sobre el posible descontento de grandes bolsas masculinas de la población y sus motivos. No despreciarlo como se viene haciendo desde la izquierda pero también desde el centro derecha.
En el Ministerio de Igualdad de las infaustas Montero et al., pero que debe de ser (menos en lo trans) casi idéntico en el de Ana Redondo, se alcanzaron cotas insoportables de violencia ideológica y legislativa contra el varón. La burla y el escarnio eran cosa de cada día. No es que no hubiera tradición. Después de un proceso creciente, en los 80 (la época de las madres de Irene Montero y sus compañeras), feministas como Susan Faludi y Marilyn French agudizaron los delirios sobre un patriarcado que se transformó en un complot en toda regla. No inventaron las chicas de Igualdad la brutal generalización negativa sobre la mitad masculina de la población que vivimos ahora. «Masculinidad tóxica» se convirtió en un concepto de éxito arrollador ya en tiempos de Nacha Pop y de Hombres G, y las relaciones entre los sexos se volvieron definitivamente angustiosas. Va a ser muy fácil llamar “machirulos” a estos jóvenes porque existe una
alarmante «brecha de empatía» hacia los hombres. Puede verse como una perspectiva perversa ya que la victimización se ha convertido en exclusiva de las mujeres, las niñas y las minorías; no de ellos. Pero las desventajas que sufren hoy hombres y niños son innegables. Los psicólogos clínicos John Barry y Martin Seager fueron quienes inventaron el concepto de «brecha de empatía» para señalar el fenómeno de que en una sociedad se perjudique claramente a los hombres y a los chicos y a nadie le importe. El doctor William Collins, en su libro The Empathy Gap, declara que la discriminación hacia los hombres (por parte de ambos sexos) es aterradora, y que «no es sorprendente que la mayoría de los hombres la nieguen: es una horrible verdad a la que enfrentarse ». Y sigue: «Los hombres y los niños están en gran desventaja en muchas áreas de la vida, incluida la educación, la atención médica, la integridad genital, la justicia penal, el abuso doméstico, las horas de trabajo, los impuestos, las pensiones, la paternidad, la falta de vivienda, el suicidio, los delitos sexuales, y el acceso a sus propios hijos después de la separación de los padres». Deberían visitar su blog los ministros de Igualdad, sean del partido que sean.
Sí, los hombres predominan entre los suicidas, los muertos en trabajos peligrosos, los sin techo o los colgados de las drogas. La prevalencia de los trastornos mentales entre los jóvenes varones aumenta, y su logro educativo y el ingreso en la universidad disminuyen. También pueden ser víctimas de la violencia doméstica pues, aunque los daños más letales son producidos por los hombres, la agresividad en la pareja es bidireccional como prueban los estudios. Y hay “machirulos” que se rebelan viendo que es legítimo castigar de forma más rotunda y grave por el mismo delito al hombre que a la mujer. Ignoro el peso concreto que todo ello haya podido tener en el voto a tan estrafalario personaje, pero motivos para el descontento esos hombres los tienen.