Los parones de Liga son complicados para los medios deportivos. Durante casi dos semanas, apenas hay temas que llevarse a la boca. No es de extrañar que en la Cope hayan vuelto a tirar de terraplanismo (nueva entrevista a Javi Poves y réplica de Jesús Calleja, lo cual añade un factor VIP al programa) o que en algunas tertulias haya señores diciendo que con mucho gusto se gastarían 60 millones en Dean Hujsen, al que diez días antes no habían oído nombrar y desde entonces han visto jugar dos partidos.
En estos días polvorientos también ha sido noticia Antonio Mateu Lahoz, Toño para los amigos. El exárbitro y ahora comentarista estrella de Cope y Movistar+ hizo unas declaraciones en las que cuestionaba los méritos de algunos colegiados, a los que les ha ido bien en los últimos años pero solamente, según deslizó, porque eran clientes del coach Javier Enríquez Romero, hijo de Enríquez Negreira. El Comité Técnico de Árbitros (CTA) le acusó en un comunicado de querer hacer daño y el domingo Toño volvió a Cope, donde charló con Paco González. El diálogo duró casi 30 minutos y debo admitir que, al terminar de escucharlo, entendía aún menos que al principio.
No me atrevo a decir si Toño era un árbitro bueno, malo o regular. Pitó una final de Champions League, así que tan malo como dicen sus detractores no debía de ser. En sus nuevas labores, el diagnóstico es más claro: es un pésimo comunicador. Por varios motivos. El fundamental es que da por hecho que los oyentes comparten sus códigos y no se molesta en explicar cosas que para él son básicas pero que la plebe desconocemos. Cuando dice “los viernes”, está aludiendo a las consignas del CTA a sus colegiados, que les da ese día. Y también habla mucho de unas “cajas”, o “cajitas” que no dejan de atormentarle. Dan ganas de preguntarle: “Toño, esas cajitas de las que hablas, ¿están ahora aquí con nosotros?” Con la práctica y mucha paciencia, la metáfora se acaba pillando: las “cajas” aluden a la obsesión de quienes modifican las normas del fútbol por catalogar todas las posibles jugadas, algo que acaba cercenando la libertad del colegiado. Y esto, para alguien que considera que el arbitraje es un arte, resulta un crimen.
Otro de los déficits de Toño es su desquiciante habilidad para irse por las ramas. Es incapaz de responder a una sencilla cuestión sin ofrecernos antes una lección de vida. Cuando le escuchas perorar, los cerros de Úbeda quedan a la vuelta de la esquina. En su conversación del domingo, Paco González se vio obligado a cortarle varias veces: “Para no perdernos…” o “Vayamos a tu frase” fueron algunos de sus intentos, con escaso éxito. Desde Cantinflas no veíamos a alguien con semejante capacidad de alargar los parlamentos sin ir a ningún sitio.
Por si esto fuera poco, Toño se contradice. O recoge cable. O tira la piedra y esconde la mano. Tras decir que Javi Enríquez era un peaje para ascender, ahora se nos descuelga diciendo que es un coach de primera, “transgresor”, para ser precisos. Tampoco quiso concretar quiénes eran sus clientes: “Individualmente no hay que estigmatizar a los compañeros”, aunque sí señaló al expresidente del CTA, Velasco Carballo: “No tengo pruebas, pero son dimes y diretes”.
Ahora Velasco Carballo estudia demandarle por injurias y calumnias. “Quiero mostrar mi más rotunda repulsa hacia insinuaciones tan dañinas y malintencionadas como las realizadas últimamente por una persona que ha sido compañero árbitro durante tantos años”. Como me dice un amigo por WhatsApp, no hay que descartar que Toño acabe siendo el único árbitro condenado por el ‘caso Negreira’.