Opinión

Algo pasa con Iván

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Encontrar el tono es una de las cosas más complicadas e importantes en materia comunicativa. Dar con la afinación y la cadencia, saber imprimirles a tus palabras el ritmo y la musicalidad necesarias para que el mensaje viaje con fluidez y empaste con coherencia con el deseo de lo transmitido, siendo capaz de captar el interés del que te escucha y, a la vez, conseguir que lo dicho vaya directamente imbricado con una forma de ser, de pensar, de actuar. Que tu oratoria tenga un sello, que suene a algo distinto pero reconocible. Lograr que cada vez que abras la boca, la atención de la audiencia se pose en ti y que, incluso los que a priori no están interesados en lo que les puedas contar, se paren a pegar la oreja.

Todos hemos conocido alguna vez a ese tipo de personas que tienen el don innato de la elocuencia, esos seres que poseen un magnetismo especial, que enganchan, a los que podríamos estar escuchando horas. Es un fenómeno irracional, que va de conexiones más que de razonamientos. «Me gusta cómo habla» es una de las frases que más se estilan por parte de mucha gente que te confiesa que no le interesa la política pero que experimenta una cierta debilidad, un sentimiento de empatía o, incluso, de admiración por algunos personajes de la esfera pública.

Por lo tanto, las formas importan, y mucho. No obstante, y pese a lo que algunos piensan, no lo son todo. Puedes tener el talento natural de ser un as de la musicalidad, pero si el contenido de lo que expresas, la letra de la canción, no es buena, o siempre es la misma, la gente se termina hartando y ese hechizo hipnótico acaba por romperse. Y se te ve el cartón, y se descubre el queo de que no eras más que una bonita voz. Para que esa magia de la labia perdure y esa aura que produce expectación se mantenga en el tiempo, las formas tienen que ir acompañadas de un fondo sólido para que, cuando a la gente le dé por rascar, encuentre un discurso elaborado y no una sarta de lugares comunes.

Desgraciadamente, en este presente lleno de tonos altisonantes y macarras, de intervenciones vacías y figurines de cartón piedra, este tipo de personas capaces de aunar lo atractivo y lo elaborado, están en especie de extinción. Una de estas salvedades es Iván Espinosa de Los Monteros, que no solo cultiva unas maneras muy persuasivas, sino que también preña sus disertaciones con teorías e ideas que, podrán gustar más o menos, compartirse o no, pero que siempre resultan interesantes y enriquecedoras.

Gracias a ello ha conseguido que tras su abrupta marcha de Vox se haya instalado en la opinión pública un runrún que cada vez sale a relucir con más fuerza y frecuencia: el de que con su salida se perdió a uno de los activos más valiosos que tenía la derecha (y el servicio público) en este país, el de que nadie entiende cómo es posible que se dejara escapar a uno de los mayores estandartes de un proyecto que ha menguado, y sigue menguando, en capital humano. Esta semana lo hemos podido ver escenificado a la perfección con el intento de cortafuegos en formato presentación de portavoces que ha pergeñado Vox para tratar de sofocar de una manera bastante descarada la penúltima algarada interna. Santiago Abascal en el centro y a su alrededor 12 nuevos apóstoles con un índice de popularidad muy bajo para predicar la palabra única del todopoderoso e imprescindible líder. Los puntales del búnker.

El caso es que ninguno de ellos se acerca ni de lejos al nivel del antiguo portavoz del Grupo Parlamentario, ni mucho menos sirve como antídoto para el enorme socavón emocional y profesional que dejó entre los afiliados y simpatizantes. Un hueco que además se acrecienta al haber vuelto Iván de una manera gradual y paulatina a la palestra pública. Esto ha hecho que el sentimiento de orfandad de los que le echan en falta se multiplique. Cada vez que hace una aparición pública la expectación es máxima y los cortes de sus “speech” inundan luego las redes sociales. Lo cierto es que Espinosa de los Monteros en cada una de las entrevistas que concede coloca varios mensajes, pero hay uno subliminal, que es el más importante de todos: el que transmite con su simple presencia y su comportamiento. El ciudadano cuando lo escucha hablar percibe a un hombre preparado, a alguien que sobresale por encima de la mediocridad que reina en la actualidad, un señor elegante y educado, con unos modales exquisitos que no están reñidos con la rotundidad y la contundencia con la que expresa sus posicionamientos. Proyecta una imagen vintage, de político de otra época, de adulto que tuvo que marcharse del patio del colegio en el que se ha convertido hoy el servicio público.

Precisamente son todos estos atributos que construyen su intachable reputación a ojos del ciudadano y el votante conservador los que le han servido como una suerte de coraza contra la furibunda campaña que se ha intentado orquestar desde Bambú para minar su popularidad. Una campaña que se recrudece en los momentos en los que el hombre del pelo rizado decide sacar la cabeza. Han buscado desacreditarle por todos los medios, vertiendo las intoxicaciones típicas de esta ralea acomplejada. Le han tachado de traidor, de cobarde, de infiltrado, de haber abandonado el barco cuando las cosas han venido mal dadas. Sin embargo, él, en un ejercicio impecable de inteligencia y estrategia, se ha mantenido tranquilo, en su línea, paciente, como un docto pescador que sabe que hay que tener la caña quieta. Nunca se precipitó ni cayó en las trampas que le tendían los que le pinchaban posicionándole allí o más allá. Quienes decían que estaba ofreciéndose al PP y quienes decían que estaba con Alvise. Se ha preocupado muy mucho en mantener su legado público y ha sabido torear con la clase que le caracteriza las impotentes embestidas del clan del Becerro de oro. Se mantuvo en un segundo plano, con esporádicas incursiones con las que acariciaba la memoria de sus partidarios, trabajando en silencio, dejándose querer, conocedor de que los que de verdad han dejado huella no tienen la necesidad de reivindicarse cada dos por tres, que la sobrexposición es perjudicial, una trampa en la que es más sencillo que tus enemigos encuentren la manera de poder alcanzarte. No les dio ese gusto.

Esta complicada gestión le ha permitido construir una armadura de legitimidad con la que ha salido indemne de todas las zancadillas de los que lo quieren neutralizar. Y con este armazón es con el que ahora ha decidido salir a empezar a jugar su propio partido después de esperar el momento exacto para saltar al campo. Resultan muy interesantes los movimientos. Con su fama de diplomático ha vuelto a Federico Jiménez Losantos, a esa emisora que antaño fue faro y diván del Vox dorado, el de los 52 diputados. También se ha prodigado en varios canales de YouTube de nicho, donde ha hablado de política y economía haciendo gala de esa distinguida dialéctica, entre lo embaucador y lo didáctico, que sigue agrandando la expectación sobre él. También ha sido sonada su presencia en el evento de Letras en Sevilla, organizado por Arturo Pérez Reverte. Unas jornadas a las que su partido ha despreciado pero que él no se ha querido perder.

En todas estas apariciones ha habido un denominador común en sus intervenciones: la teoría del entendimiento y la esperanza. El otrora líder de Vox ha sido machacón con una idea en especial, algo que es de sentido común, pero a lo que él le ha sabido imprimir ese halo de responsabilidad y madurez. Esa teoría versa sobre la necesidad de que los dos partidos a la derecha del tablero sepan comportarse de manera cabal y dejen la riña entre ellos para centrarse en el adversario común: Pedro Sánchez. Un mensaje conciliador que una mayoría silenciosa de electores, que habita fuera de las trincheras de las siglas, llevan tiempo rumiando y reclamando que alguien expresase en voz alta. Además, no solo ha dicho que hace falta construir una alternativa que ahora mismo está deslavazada por los garrotazos que se están propinando unos y otros. Garrotazos que, por cierto, influyen en el ánimo de un votante de derechas, que al ver el espectáculo se entregan a la desidia y al pesimismo. También ha dejado claro que esa alternativa debe trabajar en ilusionar, en ofrecer un plan que motive y llene de ganas a los que pueden con su voto cambiar el rumbo de este país. Esto no solo lo eleva y lo coloca como una especie de líder espiritual del espectro, sino que echa más leña al fuego al ardiente deseo que muchos tienen de que vuelva a la política.

Precisamente, Juan García Gallardo, en su entrevista en la Cope la semana pasada tras su reciente purga, comentó cuando hablaba sobre la fuga de capital humano de Vox que hay mucha gente que lo paraba por la calle para preguntarle qué había pasado con Iván, para pedirle su regreso. Al propio Juan le dedicó Iván en su cuenta de X un mensaje de apoyo, reconocimiento y cariño aquel mismo día.

Muy llamativa también fue su aparición en el canal de Negocios TV, cadena a la que Abascal fue escasas jornadas antes para colocar plácidamente sus consignas y tratar de escenificar una calma sobreactuada tras el último cisma interno. El caso es que Iván días después se ha plantado en ese mismo plató y, además de repetir ese argumentario que antes hemos citado, ha sacado a relucir por primera vez desde su marcha el tema maldito: el del dinero. Les añado el textual: «Y luego, lo que hay que ser es muy transparente con cómo cobras. Cobrar lo que dices que cobras, y no buscar subterfugios, alternativas y maneras feas de hacer lo que hemos estado diciendo y acusando a los demás que hacían”.

Estas palabras no son menores ni casuales cuando las suelta alguien que mide con precisión quirúrgica hasta la última coma de lo que dice. Alguien que ha estado como buen jugador de ajedrez cultivando su silencio, moviendo alfiles que ni siquiera sabían que eran sus alfiles. Iván sabe a lo que juega, y sabe cómo se juega. Y, a todas luces, se acerca el momento de la verdad. Primero por cómo se están multiplicando las intervenciones, y segundo por cómo les pitan los oídos a los de Bambú cada vez éste abre la boca. Hoy va a la Complutense, al Campus de Somosaguas, a un acto organizado por el grupo estudiantil ‘Libertad sin Ira’. Se han anunciado escraches por parte de los grupos de la izquierda radical universitaria. Sea como sea, él seguirá ganando. De hecho, ya ganó el martes por la noche con un tuit genial en el que colgaba la foto de una pintada que han hecho que rezaba: «Espinosa fuera de aki». A lo que él respondió: “Gracias a todos los que estáis promocionando mi charla este jueves en la Complutense. Hablaremos de libertad y de ortografía”. Mientras se suceden las especulaciones sobre su futuro, yo tengo claro que él tiene claro hacia dónde camina, y lo mejor es que no lo sabe nadie o casi nadie. Se sabe impredecible y también se sabe imprescindible. Hay muchos ojos posados en él. Habrá que estar atentos.

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