Europa cuenta con Alemania y Francia como sus dos grandes motores económicos y políticos. Por razones distintas, por datos diferentes, por entornos singulares, los dos están gripados. Los problemas estructurales de sus economías responden a una distinta causalidad. Pero ambos coinciden en una hipotética alternativa política marcada por la fragmentación, la dificultad para encontrar mayorías y el creciente peso de las ofertas de una pujante extrema derecha.
La locomotora alemana pierde lentamente fuerza y empuje. Y ese es un drama no sólo para Alemania, que lo es, sino para el conjunto del continente europeo. Las luces rojas de la recesión se han encendido varias veces sobre Berlín, con un problema migratorio sin resolver, con una crisis industrial estructural y una falta de confianza en la política y en sus políticos. El próximo 23 de febrero unos electores desmoralizados y desilusionados concurren a las urnas sin saber muy bien quién y cómo se hará cargo de las riendas para encaminar al país hacia la senda de la recuperación económica. Si el nuevo Gobierno no toma medidas adecuadas, Alemania se puede abocar a un estancamiento de una década, fenómeno sin precedentes en la historia alemana después de la II Guerra Mundial.
Alemania, con una población de 85 millones de habitantes, con más del 90% de ascendencia étnica germana, es una república federal dividida en 16 lánders. Se trata de la principal potencia económica de Europa y la cuarta del mundo. Tras crecer un 1,8% en 2022, el PIB se encogió un 0,5% en el 23, consecuencia de la caída de su producción industrial. Se esperaba una recuperación moderada para el 2024 que, posiblemente, acabe en estancamiento. La alta inflación también ha provocado una merma del poder adquisitivo del bolsillo de los alemanes. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé un crecimiento del 0,9% para este ejercicio y un insignificante 0,2% para este 2025.
Su economía se ha visto seriamente afectada por las consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania. La canciller Angela Merkel impulsó un acercamiento a Putin para abastecerse de su petróleo, gas y carbón, lo que significaba que un tercio de su energía procedía de Rusia. La guerra quebró esto. Y, por si fuera poco, el éxito imparable de los productos asiáticos, con la irrupción de los vehículos chinos, ha puesto a la potente industria alemana contra las cuerdas. El coste de la energía le impide competir con estos tigres. Esto unido a elevados impuestos, intrincada normativa, exigencias ambientales y burocracia insaciable conducen a esta especie de japonización económica.
Volkswagen, el gigante del automóvil, ha tocado la campana al anunciar 35.000 despidos hasta 2030 y reducciones salariales. Pésimo síntoma de la crisis alemana. Como también lo fue que el nuevo aeropuerto de Berlín comenzará a operar diez años después de lo previsto y con un coste tres veces superior al presupuestado. ¿Dónde quedaban las virtudes del milagro alemán? La producción industrial alemana cae dramáticamente año tras año, al ritmo que pierde terreno en su competitividad internacional.
Déficit multiplicado
El déficit se ha multiplicado alarmantemente en los últimos ejercicios hasta alcanzar un 2,3% en el 2023. La deuda pública se situó por encima del 65%, pero se confía en que se reduzca hasta un 60% en el 2026. La inflación llegó a situase en un 6,3%, pero se ha limitado al 3,5% en el 2024. El desempleo se cifró en un 3,3% en el 2023, en unos niveles más que aceptables para economías desarrolladas. El Producto Interior Bruto (PIB) se situó en 4.600 millones de dólares en el 2024, superando el per cápita los 54.000 dólares.
La industria representa el 27% del PIB alemán y emplea al 28% de la mano de obra. Son cifras para el país más industrializado de Europa, con peso del automóvil, la ingeniería mecánica, los equipos electrónicos, el acero y la química. El país posee algunas de las mejores marcas de coches del mundo como Audi, Mercedes o Volkswagen. El sector servicios contribuye con el 63% del PIB y emplea al 71% de los trabajadores. Finanzas, turismo, y alimentación juegan un importante papel. El sector agrícola sólo representa el 1% de su economía con áreas de producción como cereales, patatas, azúcar, frutas y verduras. Buena parte de su modelo económico descansa en una sólida red de pymes, muchas de ellas muy internacionalizadas.
La coalición semáforo, formada por socialdemócratas, verdes y liberales, naufragó de mala manera bajo la batuta blanda del canciller Olaf Scholtz. Las encuestas auguran el triunfo de la tradicional alianza formada por la Unión Democristiana (CDU) y la bávara Unión Socialcristiana (CSU), con un apoyo del 30% en las encuestas. Algunos apuntan la posibilidad de la vuelta de la gran coalición junto con la socialdemocracia (SPD), con un refrendo del 16% en los sondeos, rememorando épocas pretéritas con Angela Merkel al frente. Por detrás se proyecta la sombra creciente de Alianza por Alemania, fortalecida por el apoyo del todopoderoso Elon Musk. Su fuerza inicial apunta cerca de un 20% del electorado, mientras los verdes se quedan en un 13% y los liberales no llegan al 5%.
Alemania, que es tanto como decir Europa, necesita un gobierno fuerte y decidido a emprender reformas estructurales de calado que modernicen sus infraestructuras, inviertan en innovación y tecnología, abaraten la energía, apuesten por la digitalización, recuperen dinamismo y sean conscientes de que el Made in Germany perdió hace tiempo su valor. No sólo lo necesita Alemania, lo necesita Europa.