Opinión

Al alcalde del Chilpancingo no lo mató Hernán Cortés

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Los españoles fundamos la Villa de Chilpancingo de los Bravo –del náhuatl, “lugar de avispas”–, segunda ciudad más grande del estado mexicano de Guerrero, el 1 de noviembre de 1591. La Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicio y Turismo destaca que, en la historia del país, “fue de gran importancia porque aquí el Congreso Nacional se reunió en 1813 durante la Guerra de Independencia”, además de ser sede del Congreso de Chilpancingo, “primer ejecutivo de la independencia de México”. Nobleza obliga: desconocía la existencia del lugar hasta este lunes, cuando el algoritmo de X, o lo que fuere, me mostró unas fotografías terribles. Un tuit demoledor de @NewsDayMundo reza: “Decapitan en México al alcalde de Chilpancingo, Alejandro Arcos Catalán; tenía apenas seis días en el cargo”. Debajo, vemos dos imágenes en las que aparece la cabeza cercenada del político sobre el techo de una camioneta, y otra del interior del vehículo, donde yace el cuerpo mutilado de la víctima.

Alejandro Arcos Catalán, del PRI, fue elegido alcalde en un territorio que es un polvorín. Según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, Guerrero registró 800 asesinatos en la primera mitad de 2023. El estado es un avispero en el que zumban, pican y matan el narcotráfico, el secuestro, la extorsión, la trata o el contrabando. Los criminales no se caracterizan, precisamente, por andarse con chiquitas. Durante el primer fin de semana de febrero, seis taxistas fueron asesinados en Chilpancingo. Tres días antes de la decapitación del alcalde, el secretario del Ayuntamiento, Francisco Gonzalo Tapia, también había sido asesinado.

Al momento en el que tecleo estas líneas –lunes, 7 de octubre, dos del mediodía–, el PRI ha condenado el asesinato y ha exigido “justicia por este cobarde crimen”; el presidente del partido, Alejandro Moreno, ha pedido a la Fiscalía que “atraiga las investigaciones de ambos asesinatos”; por su parte, Claudia Sheinbaum, no ha dicho ni pío. Preside un país que cerró el año pasado con 30.523 víctimas de asesinatos. El 16 de enero de 2024, la por entonces secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, destacaba que el promedio diario cayera a 81, porque en 2018 y 2019, había sido de 101 y 100, respectivamente.

Hace un par de semanas, Sheinbaum vetó la presencia de Felipe VI en su toma de posesión por no disculparse por los crímenes cometidos por los ascendientes de Andrés Manuel López Obrador. Mientras el Rey de España, el pasado viernes, apelaba en el Encuentro de las Academias Hispanoamericanas de la Historia a “la unidad en la diversidad” y a la “hermandad”, la presidenta mexicana, en su jura de la Constitución, lo hacía “para siempre, libre e independiente del gobierno español”. La cosa es de primero de populismo: ante un problema real, se busca un enemigo externo, se genera una nube de humo y se fomenta su expansión para que la tropa ovina se distraiga y entretenga.

Sheinbaum sabe de sobra que al pobre Alejandro Arcos Catalán no lo decapitó Hernán Cortés, peeero…, y en ese “pero” cabe todo un máster en populismo. Chilpancingo seguirá haciendo honor a su nombre náhuatl, y la presidenta disfrutará de su novísima poltrona cargando contra España: es mucho más fácil, ¿y más rentable?, enfrentarse a una leyenda negra ficticia y pretérita que a un problema tan crónico, tan real y tan gravísimo.

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