Opinión

Acoged la vida como viene

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Estaba en misa, eran alrededor de las 10:15 de la mañana, cuando el sacerdote, con voz entrecortada durante las preces, nos anunció la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Los rostros de más de un centenar de personas se entristecieron, y muchos agacharon la cabeza.

En mi caso, tras el sobresalto inicial, me invadió un profundo agradecimiento por estos doce años de pontificado como Sucesor de Pedro. Años en los que fui reconociendo el bien de su paternidad.

Uno de esos momentos especiales fue el encuentro privado en el que participé en 2017, junto a un grupo de jóvenes argentinos capitaneado por uno de sus queridos curas villeros, Charly Olivero, tras asistir al encuentro cultural del Meeting de Rímini. Durante dos horas, el Papa se interesó por la experiencia que habíamos vivido allí: cómo era el evento, cómo estaba organizado, con qué compañía habían viajado los jóvenes a Italia y quién había pagado los “boletos”… Preguntas sencillas, quizás inesperadas viniendo de un Papa, pero que mostraban su profunda sencillez y cercanía en el trato.

Nos hizo sentir iguales. Tanto fue así que, al despedirse, después de dos horas de conversación acompañada de un buen mate, llamó a cada uno por su nombre. Cuando estás delante del Papa, sientes que eres lo más importante para él en ese momento, que no tiene otra prioridad que lo que allí está ocurriendo. Un ejemplo de esto fue cuando sorprendió a uno de los jóvenes mirando el reloj. Al darse cuenta, el Papa se excusó, por si acaso teníamos otros planes. Imagínense nuestras caras de conmoción.

El cuerpo del Papa Francisco llega al Vaticano
EFE/EPA/RICCARDO ANTIMIANI

En este Lunes de Pascua, Lunedì dell’Angelo, como lo llaman en Italia, me encuentro “haciendo tesoro” de aquellos hechos que, en estos años, me han permitido dar un paso en la fe.

El primero de ellos es una frase que ha repetido muchas veces: “Acoged la vida como viene”. Al principio uno tiende a anteponer los “pero”, “sí”, “sin embargo” de ciertas situaciones de la vida. Con el tiempo, he entendido su profunda pertinencia. Con esta afirmación, el Papa nos indica que las circunstancias de la vida son una oportunidad para crecer y madurar en la fe que, por gracia, hemos recibido. Por ello, cuando enfrento circunstancias que, de entrada, me resultan incómodas, hago memoria de esa invitación del Sucesor de Pedro.

Otro de sus dones ha sido su capacidad pedagógica para transmitir la fe a todos, sin excluir a nadie. Con ello, Francisco nos ha recordado que la Iglesia es madre, no madrastra —como ha repetido en más de una ocasión— y nos ha ayudado a mirar a todos como nuestro Señor lo hace, y no desde una mirada farisaica, como sucedía en tiempos de Jesús con la samaritana o Zaqueo.

El Papa Francisco saluda a un grupo de monjas en la Plaza de San Pedro
Efe

Por último, comparto un hecho que me marcó especialmente en mi tarea como educador, donde muchas veces uno se descubre dando recetas a los padres para intentar educar a sus hijos. En un encuentro de jóvenes con el Papa, un chico —que fue abandonado de pequeño por sus progenitores y cuyos padres adoptivos habían fallecido— le hizo una pregunta que todo cristiano se ha planteado en algún momento de su vida: “¿Cómo sé que Dios me quiere cuando me hace pasar por estas pruebas?”. El Papa, con humilde seriedad, no intentó responder —aunque podría haberlo hecho, siendo quien es— sino que dijo: “Aléjate de aquellos que intentan darte una respuesta. En cambio, pégate a aquellos que te acompañan en la pregunta, porque el inicio de la respuesta es la compañía en la pregunta”.

El pueblo cristiano es eso: un pueblo que te acompaña. Gracias, Santo Padre, por su pontificado y por acompañarnos en las preguntas que la vida nos ha ido suscitando, y por mostrarnos, en esa compañía de la Iglesia, el camino hacia la Verdad última para la que todo ser humano está hecho.

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