La nostalgia es una emoción poderosa, una conexión potente entre nuestra memoria y nuestro presente. El novelista checo Kundera la definía incluso como “un sufrimiento causado por el deseo no saciado de regresar a un momento del pasado”. La nostalgia suele aparecer sin dar aviso y basta con percibir una imagen, unos colores o unas sensaciones. Nos trae rápidamente a la cabeza unos recuerdos de añorados tiempos aparentemente “más” felices.
Admito que, desde muy pequeño, fui un gran nostálgico. Me asigné pronto la misión existencial de conservar el patrimonio familiar e histórico. Dedicaba largas horas a conservar intactos viejos álbumes, misivas de seres queridos desaparecidos y carnés caducados.
Amante nato de la fotografía, cada una de esas decenas de instantáneas amarillentas tenía para mí un valor incalculable. Representaba para siempre la imagen de un pasado imborrable e irrepetible. Sin embargo, y con el paso de los años, noté como lentamente su protagonismo iba desapareciendo de mi vida, de mis archivos y de mis estanterías.
La digitalización avanzaba sigilosamente, convirtiendo mis momentos gráficos en cientos de gigas en servidores lejanos. Iban trastornando mi relación con el pasado, llevándose por delante objetos, juguetes y recuerdos. Con el avance tecnológico, ese sentimiento de nostalgia parecía lentamente desvanecerse, o perder fuerza frente al “poder del ahora”.
Desmaterialización de los recuerdos
La nostalgia es un sentimiento extraño. Nos invita a sentir, de forma tristona, que lo “mejor” ya ha pasado. Trae, sin embargo, consigo una sensación de estabilidad emocional y de consuelo. La sensación de haberlo vivido y haber hecho de nuestra vida, algo. Los objetos cotidianos de esa vida anterior, sean carteras y sus monedas, cartas o vinilos, fueron durante mucho tiempo uno de sus principales vehículos. Nos permitían anclar recuerdos significativos, mezclando añoro personal y capital colectivo.
La desmaterialización de los recuerdos es un fenómeno notable en la era digital. Los discos duros y la nube lo almacenan todo en forma de datos, eliminando muchos objetos diarios de nuestro entorno. Van esfumándose muchos de aquellos que alguna vez atesorábamos, hasta el propio dinero.
Esas fotografías físicas que yo tanto adulaba son ya parte de la Historia. Son a menudo sustituidas por álbumes digitales y ágilmente compartibles. Mismo destino sufren las cartas “de puño y letra”, los casetes que se vieron reemplazados por la música en línea, o las recetas de mi abuela.
Ciclos como la obsolescencia programada ahondan aún más en esa herida y en esa desconexión con el pasado. Los objetos, en su día preciados, se ven cada vez más rápidamente relegados al olvido.
Aunque esta digitalización a ultranza nos ofrece mayor simplicidad y mucha conveniencia, también hace que los recuerdos sean menos tangibles y protagonistas. La pérdida de su tacto y de esa interacción física diluye nuestra experiencia y trastoca nuestra forma de experimentar la vida. La digitalización va influyendo no únicamente en nuestras sensaciones y emociones, sino también en todos los ámbitos de nuestras relaciones.
Nostalgia en la era digital
A medida que la tecnología sigue progresando, algunos objetos, tales como relojes de colección, bolsos de lujo o ancestrales videojuegos, vuelven a adquirir un valor ciertamente nostálgico y alto en el mercado.
Sin embargo, evoluciona la forma en la cual interactuamos con estos objetos y los recordamos. La nostalgia se centra menos en los objetos en sí, si no en las experiencias y las emociones que se les asocia. La cultura popular se llena de anhelos nostálgicos por una cercana época pasada.
Instagram fue, de hecho, uno de los grandes instigadores de esa religión vintage. A través de su formato cuadrado y de sus distintos filtros de edición iniciales, se convirtió en el verdadero oráculo de nuestras fotogénicas y visuales sociedades.
Convirtió la Volkswagen Combi en objeto de culto y otras furgonetas descatalogadas en auténticos foodtrucks de moda. La Moleskine o la Polaroid vuelven a ser buenas opciones de regalos a la par que las motos urbanas recuperan una nota nostálgica.
Dualidad, tecnología y nostalgia
Aunque podría ser percibida como antagónica a la nostalgia, la tecnología también tiene una gran capacidad de preservarla. La digitalización de archivos históricos y la creación de museos virtuales facilitan el acceso a fragmentos del pasado. Se convierte en una serie de poderosas herramientas para la educación y para la conservación del patrimonio. Ayuda además a mantener vivos todos esos conocimientos de culturas anteriores y cimentan la construcción de nuevas identidades nacionales.
La realidad virtual influye también en cómo vivimos cada uno, la nostalgia a nuestra manera. Permite recrear entornos pasados con una sensación de inmersión sin precedentes o incluso simular conversaciones con antepasados muertos, con sus imágenes y voces virtuales. Todo esto planteará probablemente largas conversaciones y éticos debates, se cuestionará su autenticidad y su potencial impacto en nuestras percepciones.
Redes sociales y estados emocionales
Las redes sociales juegan un papel crucial en nuestras vidas y no podían ser menos a la hora de experimentar la nostalgia. Sus comunidades virtuales permiten compartir y revivir recuerdos colectivos.
Existen grupos dedicados a la añoranza de décadas pasadas o a la genealogía, permiten a sus miembros compartir fotos de sus objetos de culto o reencontrarse con recuerdos de juventud, con una cierta morriña. Curiosamente, son también plataformas como la propia Facebook o Instagram, que nos bombardean constantemente con evocaciones a vivencias ya caducadas.
Si bien esto podría parecer una forma de mantener viva la nostalgia, en realidad, puede llegar a trivializarla. La frecuencia y superficialidad con la que se muestran esos recuerdos les resta significado, convirtiéndolos en meros ganchos publicitarios, transformándolos en simples fragmentos del pasado en lugar de convertirlos en emocionantes experiencias reflexivas.
La cultura actual de la inmediatez impide que las personas reflexionen adecuadamente sobre sus recuerdos en redes. En lugar de tomarse el tiempo para apreciar y revivir momentos significativos, la tendencia es desplazarse rápidamente a ver otras publicaciones.
¿Acabará la tecnología con la nostalgia?
Marcel Proust subrayaba en su libro “en busca del tiempo perdido” cómo los recuerdos, aunque alterados por el tiempo, seguían siendo una parte esencial de nuestra identidad.
La relación entre la nostalgia y la tecnología es polifacética y compleja. La aceleración tecnológica puede mostrarse como su propia enemiga, pero ofrece nuevas formas de experimentarla y preservarla. La clave radicará en encontrar un equilibrio, utilizando la tecnología para conectar con el pasado, sin permitir que el ritmo vertiginoso del cambio nos desconecte de nuestras raíces emocionales y nuestro recuerdo.
Adaptándonos a las nuevas tecnologías de manera consciente, podremos asegurarnos de que la nostalgia siga siendo un sentimiento potente, una fuerza inmensa que con nuestro pasado nos conecta y nos ayuda a entender y disfrutar plenamente de nuestra presente vida.