Opinión

A ver si el idiota vas a ser tú

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El 14 de febrero, día de los enamorados, Javier Milei promocionó en su cuenta personal la criptomoneda Libra, dejándola fijada en su perfil unas seis horas. La cripto más liberal (perdón por el pleonasmo) subió como la espuma, y unas horas después, sus creadores dieron un tirón de alfombra y se quedaron con todo el dinero, arruinando a sus compradores. Milei, que había apoyado tácita y verbalmente la criptomoneda en cuestión, echó balones fuera diciendo que era cosa de “los zurdos”, que le tienen paquete.

Milei, para ser tan enemigo de la corrupción, está tardando poco en asomar la patita. Es lo que pasa en estos tiempos tan de extremos, que nos salen líderes grotescos de debajo de las piedras. Espero que en el futuro algún filósofo o antropólogo nos explique la relación entre la megalomanía y el histrionismo capilar. Entre tanto, aquí seguimos con nuestros extraños sátrapas y oligarcas.

La semana pasada, en el Boletín Oficial de Argentina, apareció una distinción para discapacidad mental que recogía los términos “idiota”, “imbécil”, y “débil mental”. Términos capacitistas que, a día de hoy, usamos para faltarnos el respeto los unos a los otros y que, además, dividían a los interpelados entre “aptos para el trabajo”, y “no aptos”. Las familias de personas con discapacidad intelectual llevan una doble cruz: una, cuidar de hijos que requieren más atención de la habitual. Y otra, mucho más pesada, la de la incomprensión ajena.

Los discapacitados son tan humanos, tan sintientes como el más inteligente de los inteligentes. A veces, y no pocas, bastante más. Son conscientes cuando se burlan de ellos, aunque no sean capaces de verbalizar o defenderse de las burlas. Son tan vagos, tan trabajadores, mezquinos o generosos como cualquiera. Son personas con todos los atributos humanos, y ha costado mucho, mucho trabajo, que se reconozca su derecho a vivir como los demás.

A los padres de estos niños les sigue costando que se integren, que les inviten a los cumpleaños, que salgan de fiesta, que tengan amigos. Por no mencionar el miedo cerval que les tienen sus padres a su propia muerte, a dejarles desasistidos. Los niños con discapacidad siguen siendo – por increíble que parezca – el objeto de burla de los verdaderos imbéciles. En Argentina, a golpe de decreto, les quitaron la dignidad durante unos días.

Afortunadamente, y como los liberales también tienen hijos con discapacidad, el gobierno hubo de recular. No sé en qué cabeza cupo utilizar esos términos y esas descripciones, pero, desde luego, es un error grave a sumar al escándalo de Libra, entre otros anteriores (eso de llegar para acabar con la corrupción y poner a tu hermana de secretaria general de la presidencia).

No suelo meterme en asuntos de otros países, pero hay cosas que pueden ser contagiosas, y las idioteces (que lo son) de determinados líderes parecen expandirse demasiado rápido, ya sea en forma de saludos nazis, sierras mecánicas doradas, o prácticas deshonestas. A ver si el idiota vas a ser tú, Milei.

La lucha con las personas discapacitadas pasa, desde hace décadas, por convertirles en humanos capaces de cuidar de sí mismos y, si bien en algunos casos es imposible, en la gran mayoría es una meta perfectamente alcanzable, como demuestras los miles de individuos que cada día acuden al trabajo y se ganan su sueldo como cualquiera.

El mundo será mejor el día en el que se entiendan las particularidades de cada uno, pero al mismo tiempo se respete su dignidad, su personalidad, y su derecho a la autorrealización.