Opinión

A tu hijo le están comiendo el tarro

Mr. Tartaria.
María Morales
Actualizado: h
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Os propongo un test exprés: si cuando le pedís a vuestros hijos que os hagan un dibujo del mundo, lo pintan plano, echaos a temblar… porque probablemente siguen a Mr. Tartaria. Este individuo, entre otras cosas, difunde ideas como que la tierra es plana, que nuestro mundo lo dirigen elites desconocidas y reptilianos, o que en realidad vivimos en un simulador. La pera….

¿Vosotros sabíais que este personaje existe? Porque yo no llegué a su contenido por casualidad. Os pongo en contexto: mi hermano Jaime y yo nos llevamos súper bien a pesar de una diferencia de edad de 9 años (él tiene 16). Lo que más nos une es nuestro sentido del humor, y muchas veces acabamos haciendo el imbécil durante horas, atascados en esa “frecuencia de onda” que compartimos. Aun así, como él es un ejemplo cliché de la Generación Z, he tenido que hacer bastante esfuerzo por enterarme de las cosas que le interesan, para hablar el mismo idioma que él. Entre las tonterías que compartimos últimamente destacan la fijación por un audio viral de TikTok (el del marciano y, si no lo conocéis, ya estáis tardando en buscarlo), videos en los que youtubers dejan en evidencia a gente por la calle y el protagonista de mi artículo de hoy: Mr. Tartaria.

Después de escucharle por primera vez, me quedé bastante inquieta: me parecía chocante lo fácil que era acceder a videos suyos en plataformas como YouTube, y me pregunté cuántos padres sabrían de la existencia de estos creadores de contenido (que, por cierto, hay unos cuantos), que difunden bulos absurdos, y afirman estar “destapando la verdad que nadie quiere que sepamos”.

Y es que, viendo las últimas noticias sobre las acciones legales que pretende tomar Pedro Sánchez para protegernos de la desinformación, me hierve la sangre porque ¿acaso hemos visto alguna iniciativa por parte de nuestro gobierno para sensibilizar a la población sobre personajes como este, o desacreditar sus mensajes? Mi reflexión de hoy es, por lo tanto, sobre la falsa protección que nos ofrece el estado frente a la desinformación.

Es cierto que la desinformación no es un problema trivial, y que se ha intensificado con la expansión de las plataformas digitales y las redes sociales. Y, vale, es verdad que charlatanes ha habido siempre, pero su alcance e influencia nunca habían sido tan absolutos, ni sus mensajes tan accesibles, sobre todo para los más pequeños. Hasta este punto podemos estar de acuerdo: hay una crisis de desinformación.

Pero el consenso acaba aquí, porque esta no es una crisis nueva, ni una cuya gravedad haya deducido Pedro Sánchez gracias a sus 5 días de reflexión, ni una que requiera el control de la prensa o del poder judicial. De hecho, tal y como la emplea nuestro gobierno, se trata más bien de una crisis reciclable, que va y vuelve y se saca del cajón de excusas cada vez que se necesita justificar una nueva medida intrusiva en materia de comunicación. Desde 2019, la “crisis de la desinformación” se ha empleado para defender decisiones tan escandalosas como otorgar a órganos gubernamentales la capacidad de monitorizar redes sociales sin autorización judicial, para demonizar a los partidos de la oposición, tachándolos de creadores de bulos; o favorecer a los medios de comunicación afines al gobierno, y silenciar, e incluso censurar, a quienes critican su gestión, pintando una línea clara entre “buenos y malos”; todo ello vulnerando nuestros derechos fundamentales, como la libertad de expresión y el secreto de las comunicaciones.

Como veis, el término fake news es uno más de los muchos que se han apropiado nuestros políticos, en este caso para desacreditar mensajes y medios de comunicación que les resultan incómodos, restringir y socavar la prensa libre, minar la credibilidad de sus críticos, y aumentar la polarización, también a nivel comunicativo.

Y mientras el gobierno se centra en utilizar esta idea para hacer la guerra a su último enemigo público, figuras como Mr. Tartaria continúan difundiendo teorías absurdas a una audiencia especialmente influenciable, con un potencial dañino muchísimo mayor.

¿Por qué digo más dañino? Porque las redes sociales, con su alcance masivo, tienen dos consecuencias fundamentales en el contexto de la información: (1) favorecen que el foco se ponga en la historia y no en la fuente (o su credibilidad) y (2) la viralización del contenido viene dictada por las reacciones y las recomendaciones y avales sociales de nuestros grupos de referencia (nuestro entorno, amigos, la gente a la que seguimos…); no por la calidad de la información transmitida. Entre los más jóvenes, el efecto de estos dos factores es particularmente peligroso. La falta de experiencia y habilidades críticas para evaluar la veracidad del contenido aumenta el riesgo de que tomen como verdadero cualquier mensaje, y el deseo de ser parte de las tendencias populares favorece que compartan cualquier contenido que les llama la atención, que crean que puede gustar entre sus amigos, o que vaya a generar muchas reacciones; propiciando aún más la difusión de información falsa en su entorno.

Esto sí es un ejemplo real y serio de la crisis de desinformación a la que nos enfrentamos y, aun así, en ningún caso justificaría censurar o restringir la libertad de expresión. Este problema requiere que eduquemos a los niños y niñas desde pequeños, les enseñemos a ser críticos ante cualquier información que reciben, y fomentemos un entorno donde la información verificada y las fuentes confiables sean accesibles. Es curioso que este no sea el foco de actuación de nuestros dirigentes, ¿no?

¿A dónde quiero llegar con esto? Tal vez suene un poco exagerado, pero pongámoslo así: Si las futuras generaciones de votantes están más preocupadas por teorías sobre simuladores y élites reptilianas, ¿creéis que van a prestar atención a la carga impositiva, la marcha de la economía o la sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones? De hecho, un estudio en 2014 mostró que la exposición a teorías conspirativas (en ese caso, las teorías eran sobre el cambio climático) contribuyen a generar una sensación de impotencia, favoreciendo también la desafección política. Esta desafección política es precisamente lo que podría convenir a quienes están en el poder: una población desinformada y distraída, menos crítica y menos exigente.

Y otra pregunta interesante: Si Mr. Tartaria tiene razón, ¿será Pedro Sánchez un reptiliano de esos de los que habla?