Se cumplen 20 años de la Ley Orgánica 1/2004 del 28 de diciembre de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Y no podemos entender que, no sólo sigamos con ella, sino que distintos gobiernos hayan reforzado una ley tan ideológica y acientífica. Es una ley que falla por la base, pues su propósito es consagrar un prejuicio contra la mitad de la población, los hombres, a quienes presume violentos por su propia naturaleza. Y no sólo eso.
Desafiando todo lo que sabemos desde la biología, la etología o la antropología afirma que un animal, el humano, se aparta del resto de su línea ancestral al tener por defecto la insólita inclinación de detestar a su sexo opuesto. Y todo eso cristaliza en el absurdo y supersticioso mantra de que el hombre agrede a la mujer “por el mero hecho de serlo” que pueden ver en tantas declaraciones legislativas o políticas.
Por ejemplo, en la exposición de motivos de esa ley, cuyos 20 años recordamos, pueden leer: “Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.” El venerado Darwin se estremecería ante tal desatino biológico. ¿Qué especie puede permitirse el lujo de tener en tan baja estima a sus hembras?
Las motivaciones para dañar, no a la mujer, sino a la propia (pues el varón no las mata al azar como haría un animal que las odiase “por el mero hecho de serlo”) son tan antiguas como el mundo: celos, dominancia, alcohol, drogas o enfermedad mental. Si a esto se le añade un menor miedo masculino al daño físico y una evidente superioridad en la fuerza, tenemos el cóctel letal asegurado.
Criminal por naturaleza
Pero eso no convierte al hombre en criminal por naturaleza. Y la ley habla de la condición violenta del hombre (esa sí “por el mero hecho de serlo”) como “el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad”. A ver, paremos un momento. Gran parte de la incomprensión sobre el tema de la desigualdad hombre-mujer proviene de contemplar las sociedades actuales como una foto fija, percibiendo siempre la crema de encima del café cuando lo importante está debajo.
Esas relaciones de poder, lo que llamamos “patriarcado”, tienen, seguramente, centenares de miles de años. Venimos de tiempos inimaginablemente duros. ¡Claro que abominamos de las culturas despóticas y desiguales que someten a las mujeres, incluso que las maltratan! Pero la realidad que muestra el mundo actual se apoya en milenios y milenios de condicionamientos ecológicos, históricos y culturales, de desarrollo distinto en diversos tiempos y lugares. No es lo mismo España que Afganistán, aunque haya gente para todo.
Muchos psicólogos y antropólogos evolucionistas se inclinan a pensar que ese patriarcado con su reparto del poder ha tenido como causa principal la protección de la continuidad del grupo. Los hombres tienen un ancestral rol de dominancia, pero no por sí mismos: existen para “utilizarlos” en beneficio de la familia, las élites, los de arriba de la jerarquía o el propio grupo. Daniel Jiménez en su indispensable libro La deshumanización del varón.
Pasado, presente y futuro del sexo masculino, sugiere que la relación entre hombres y mujeres ha sido tradicionalmente más parecida a la que existe entre padres e hijos que a la dialéctica entre explotador y explotado. Sin olvidar que, aunque la autoridad del varón es muy expresa, exterior, social o política, la de la mujer ha sido siempre muy fuerte en el ámbito doméstico, donde ha desplegado otras formas de poder.
Ahora las mujeres podemos salir de lo doméstico si queremos. Pero sin duda fue un reparto de papeles ancestral, fruto de negociaciones profundas y no evidentes. Si no hubiera sido así, sin contrapartidas, solo con el temor y la violencia (¡y ya no digamos que nos hubieran matado “por el mero hecho” de ser mujeres!) no hubiéramos sobrevivido.
“Leyes de género”
Por desgracia ningún partido político liberal se ha enfrentado jamás a la “ideología de género” ni a esta lacra de las “leyes de género“, ni siquiera Ciudadanos cuando pudo hacerlo. Tras una discreta y pronto ahogada disidencia, tanto ellos como el PP abrazaron la Ley de Violencia de Género, incluso la empeoraron. Ley que no solo sataniza al hombre “por el mero hecho de serlo”, sino que amenaza con castigos y censura a los que osen criticarla. Por eso digo que 20 años son muchos para una ley injusta, acientífica y basada en lo que no debería: una ideología crecida en la izquierda. Los liberales tenemos otra asignatura pendiente más.