Uno de los estrenos de cine que más está dando que hablar es La Sustancia, dirigida por Coralie Fargeat e interpretada por Demi Moore y Margaret Qualley. La película narra el vacío que siente una mujer famosa cuando cumple cincuenta años y recibe un ramo de flores con una dedicatoria más propia de una corona funeraria que de un regalo. Elisabeth Sparkle, la protagonista de esta historia, se queda de un día para otro sin trabajo, sin público y completamente sola. La propia directora afirmaba en una entrevista que la película está basada en su experiencia personal cuando cumplió cuarenta y apareció el pánico a dejar de ser visible y a que el teléfono no sonara más. Mientras que los hombres cumplen años, les sale barriga, canas o se quedan sin pelo y siguen disfrutando de éxito y trabajo, a las mujeres se nos exige tener un aspecto físico concreto si queremos seguir siendo simplemente “perceptibles” para la sociedad.
Para muchas mujeres la muerte no solo llega cuando el cuerpo se detiene, también se enfrentan mucho antes a una especie de muerte social que suele coincidir con la barrera de los treinta. Las más vulnerables a esta defunción simbólica son aquellas cuyo trabajo tiene una parte de exposición pública. Cantantes, comunicadoras, actrices, periodistas, influencers. Cuando ven que los puestos para los que antes las contrataban (y para los que ahora están sobradamente preparadas) empiezan a estar ocupados por mujeres mucho más jóvenes y sin ninguna experiencia, mantener un determinado aspecto no es una cuestión de vanidad sino de supervivencia.
La película es de terror, prepárense para ver vísceras, sangre, fluidos y pieles colgantes, pero nada comparado con las estadísticas reales. La cirugía y los retoques estéticos no son ninguna ficción, sino algo ya habitual entre la mayoría de los mortales. Según el informe ‘Percepción y uso de la medicina estética en España 2023’ prácticamente la mitad de la población española (el 46,6%) se ha realizado algún tipo de tratamiento de medicina estética. El 69% son mujeres y el 31% hombres. Otro dato escalofriante: entre el 14 y el 20% tienen entre 16 y 25 años. La creciente socialización a través de las pantallas, los filtros y las reuniones de trabajo virtuales provocan que queramos parecernos a nuestras fotos irreales, algunos cirujanos lo llaman la “dismorfia del selfi”. Sobre lo que no existen tantos datos es sobre los problemas mentales que también van de la mano de esos retoques: la ansiedad, la depresión, los trastornos de autopercepción y hasta el suicidio. Por no hablar de los problemas de salud física que pueden acarrear llegando, en los peores casos, a causar la muerte.
Un estudio sobre el impacto psicológico de la cirugía estética realizado por Albert Losken aseguraba que “todos los pacientes estéticos son pacientes psiquiátricos”. El uso del femenino genérico habría sido más acertado. En la película, Fargeat deja la decisión de inyectarse la sustancia y de detener el proceso a la protagonista, pero ¿es ella la única responsable? ¿o debemos interpelar también a la constante presión social de los medios de comunicación, la publicidad, la moda y las redes sociales? Desde que nacemos, las mujeres recibimos el mensaje de que es nuestro aspecto es nuestro mayor valor. Las muñecas muy maquilladas y con cuerpos de adolescentes. Las modelos que no tienen ni un solo poro en la piel y siempre parecen aniñadas. Las modas femeninas que ponen el foco en la minifalda, las mangas farol y las merceditas. Entre tanta imagen infantilizante apenas hay relatos que resalten lo positivo que es para las mujeres ser adultas. Quienes interpretan la película como el precio a pagar por la fama o la ambición desmedida está claro que no son mujeres.
Poner todo el valor en lo físico también es deshumanizante. La película lo retrata muy bien a través de la fragmentación de los cuerpos de ellas, con encuadres que se centran en su culo o en sus pechos y dejan fuera su rostro. Cuerpos que se convierten en mercancía para la industria del entretenimiento, que son comida visual, igual que los pollos que la protagonista despedaza, rellena y cocina en su casa. Tan acostumbradas estamos a considerarnos solo carcasa, que cuando alguien nos pide que nos describamos lo hacemos como si fuésemos un cuerpo deshabitado: mido tanto, peso tanto y mis ojos son de tal color. En lugar de describirnos desde dentro: soy serena, tengo sensibilidad al ruido y doy pasos largos. El concepto que hemos construido de nosotras mismas nunca es en base a lo que hacemos o sentimos, sino a lo que nos devuelve el espejo.
El único rayo de esperanza que plantea la película tiene que ver con cultivar las amistades y rodearnos de personas que valoren lo que somos. También añadiría, a esa lista de supervivencia ante el paso de los años, leer libros sobre feminismo. Ser conscientes de que toda la presión no proviene de nosotras, sino que se impone desde fuera, nos permite equilibrar y redimensionar la edad. Es más importante tener un cuerpo sano que una piel tersa. Es mucho más valioso desarrollar un mundo interior rico y con muchas herramientas que tener el vientre plano. También es urgente que cambie la forma en la que nos representan los medios de comunicación. La terrible presión estética hacia las mujeres que relata La Sustancia no es ninguna exageración.