El 28 de diciembre de 1895, en el Grand Café de París, un grupo de espectadores asistió a un espectáculo insólito: imágenes en movimiento proyectadas sobre una pantalla. Lo que vieron aquella noche era, en apariencia, algo simple: obreros saliendo de una fábrica, un tren llegando a una estación, un grupo de personas en un jardín. Y, sin embargo, en ese instante, nacía el cine.
Los hermanos Lumière no podían imaginar entonces lo que habían creado. Aquella primera proyección fue más que un logro técnico: era el nacimiento de un arte, de un nuevo lenguaje, de una forma distinta de narrar el mundo, de contar historias. Hoy, 130 años después, el cine sigue fascinándonos, emocionándonos y cambiándonos.
El cine, desde su origen, ha sido un truco de magia, una ventana directa a las emociones, los temores y los deseos. Los Lumière quisieron documentar la realidad, pero pronto llegó Georges Méliès para demostrar que también podía ser un viaje onírico, una ilusión sin límites. De la fábrica a la luna en cuestión de años con la película: “Le Voyage dans la Lune” (El viaje a la Luna, 1902), dirigida por Georges Méliès. Es una de las primeras películas de ciencia ficción de la historia y se hizo famosa también por su icónica imagen de la Luna con un cohete incrustado en su ojo. Méliès creó esta obra inspirándose en las novelas de Julio Verne y H.G. Wells. Ya teníamos aquí las primeras adaptaciones de obras en prosa.
Después vendrían los grandes creadores del cine mudo como Murnau o Lang con el asombro, la belleza y la emoción que transmiten en sus obras. Chaplin, como olvidar Luces de la ciudad, o Hitchcock y su suspense calculado al milímetro con cuyas películas he crecido. Encadenados, es una de mis favoritas. Podría contar mi biografía a través de una lista de películas. Desde aquel Superman de Christopher Reeve que me llevó mi padre a ver en un cine de la Gran Vía de Madrid, Grease, en el cine Variedades de San Lorenzo de El Escorial -semejante al de la bella Cinema Paradiso- o Lo que el viento se llevó, que es la película que más vi en adolescencia, hasta me sabía los diálogos de memoria, pasando por El club de los poetas muertos o la fascinante Laura de Otto Preminger.
Pero hay tantas y cada una me lleva a un recuerdo, bien en la televisión de casa o en las salas de cine que nunca morirán. Aunque ahora veamos cine en teléfonos móviles, en plataformas de streaming. Hay quienes temen que la experiencia de la gran pantalla esté desapareciendo, que el cine como lo conocíamos esté llegando a su final. Pero la historia nos dice que el cine nunca ha muerto, solo se ha transformado. Sobrevivió al paso del mudo al sonoro, del blanco y negro al color, a la televisión, al VHS, al streaming. Y en cada transformación, encontró nuevas formas de contar historias.