El 15 de abril de 2019 fue un lunes más de rutina. La primavera se sentía ya plenamente en París. A mi vuelta en metro del trabajo sobre las 6 de la tarde, alguna tarea doméstica. Después, salir a comprar. Pensando en ese día e intentando recordar, de pronto me acuerdo de que, al salir al exterior, en el número 10 de la calle Saint-Martin, en el cuarto distrito de la capital de Francia, ya se notaba cierta agitación. Mucha, mucha gente caminaba hacia el río, hacia la plaza donde se sitúa el Ayuntamiento.
Una humareda inmensa cubría el cielo de París. Era humo de un color tendente al amarillo, como trigo. Sin darle ninguna importancia, yo me puse mis auriculares para escuchar algún podcast con noticias y análisis de lo que pasaba en España y tan tranquilo fui al Franprix más cercano, quizás también al centro comercial Les Halles.
“Será algo que tenga que ver con alguna actividad para niños o algún espectáculo”. Eso fue todo el pensamiento que le dediqué a lo que había percibido hasta ese momento.
De repente, lo cotidiano se volvió extraordinario. Al entrar en casa, las notificaciones de los medios de comunicación en el teléfono móvil se sucedieron en cascada, como cada vez que hay un acontecimiento importante. Antes de abrir ninguna para ir a Google Chrome a leer alguna noticia, aparecieron decenas de mensajes de WhatsApp desde España: “¡Está ardiendo Notre Dame!”.
Obviamente, el impulso que uno tiene al recibir esto, es ir a ver qué está pasando y más estando a siete minutos de esta catedral parisina. Bajé a la calle. Para entonces, una riada de personas marchaban hacia el foco de las llamas, pero la Policía ya había cortado la circulación en los alrededores.
Desde la explanada situada frente al Hôtel de Ville es posible ver Notre Dame por un lado. Y lo que desde allí se contemplaba es una de estas cosas que uno nunca espera ver: la construcción, con la parte superior envuelta en llamas, echaba humo sin cesar. Al inicio, quizá el pensamiento (y la esperanza) mayoritario era que los bomberos parasen las llamas y el templo cristiano se salvase… Sin embargo, más tarde parecía que no quedaría nada más que ruinas y ceniza.
Angustia y dolor
Una cosa no se me olvidará: la angustia en el rostro de los parisinos. Muchos lloraban. Y algunos lo hacían a lágrima viva. Especialmente lo hicieron en el momento en el que la flecha cayó, devorada por las llamas. Multitud de coches se paraban en la Quai de l’Hôtel de Ville, sorprendidos por el espectáculo. Algunos exclamaban, gritaban, se llevaban las manos a la cabeza. Se veía el apego por su patrimonio y su dolor.
Horas más tarde se extinguió el incendio. La estructura principal resistió. París volvía a estar sacudida. Y Notre Dame abría todos los telediarios.
Instagram se inundó de mensajes hacia Notre Dame. Franceses de distintas zonas e ideologías sentían como plenamente suya esta pérdida y mostraban un deseo: ver de nuevo esta catedral reconstruida algún día.
¿Por qué ardió Notre Dame?
Las investigaciones policiales rápidamente apuntaron a que el incendio de Notre Dame no fue intencionado y que se produjo por un descuido durante los trabajos de restauración que se estaban llevando a cabo en esas fechas.
Al día siguiente, en un mensaje a la nación, el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, ya confiaba en poder reconstruirla en cinco años. La idea inicial era tenerla lista antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, objetivo que finalmente no se cumplió.
Adresse à la Nation.https://t.co/TgaytkN5KH
— Emmanuel Macron (@EmmanuelMacron) April 16, 2019
Notre Dame reabre sus puertas este 7 de diciembre de 2024.