Mujeres fatal (IV)

Von der Leyen, lupófoba perdida

Nadie como ella representa la maquinaria institucional y burocrática del organismo supranacional del Viejo Mundo

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. EFE/Christophe Petit Tesson

La enemistad del Homo sapiens con el Canis lupus, o sea, con el lobo, se remonta a la noche de los tiempos, a cuando una capa de nieve, cuando no de hielo, cubría la epidermis de la mayor parte del hemisferio norte y nuestros antepasados cazaban mamuts y pintaban bisontes en Lascaux o en Altamira; por su parte, la lupofobia de Ursula von der Leyen se originó el 1 de septiembre de 2022, cuando un primo germano de Akela con nombre de androide de Star Wars, GW950m, con nocturnidad y alevosía, se dio un festín con el poni hembra de la presidenta de la Comisión Europea, Dolly, un equino que rondaba la treintena y cuya muerte, tal y como lamentó en un comunicado la política alemana nacida en Bélgica, dejó a su familia “terriblemente afectada”. Requiescat in pace.

Von der Leyen puso a Dios por testigo de que GW950m, un lobo fugitivo con un largo historial de ganado pasaportado –ya en 2021, un granjero disparó a otro ejemplar por error–, jamás volvería a pasar hambre porque, básicamente, lo iba a convertir en pieza a abatir y, bueno, ya se sabe que la gula no es un pecado en el que incurran los fiambres. A GW950m y, si colare, a la especie entera. Excusa: “La concentración de manadas de lobos en algunas regiones europeas se ha convertido en un peligro real para el ganado y, potencialmente, también para los seres humanos”. Amarga sorpresa llevóse la dama alfa de la Comisión Europea al comprobar que los carnívoros se llaman así, no precisamente por alimentarse de salchichas de tofu; lo del medio ambiente y la alteración del ecosistema, pelillos a la mar. Me pregunto, por cierto, qué habrá sido de GW950m. Lo mismo Putin le ha puesto un despacho en el Kremlin.

Allende su lupofobia, me entero, mientras abordo a la que, quizás, es la mujer menos fatal de esta serie –no gasta, precisamente, el duende de Lola Flores– de que Ursula Gertrud Albrecht, que es su nombre de soltera, desciende de una familia que manejaba billetes: mercaderes de seda que contaron con el favor de los reyes prusianos. Por lo que se cuenta, en la residencia de los suyos se hospedó Napoleón en 1813. Hija de un ministro presidente de la Baja Sajonia, estuvo en el punto de mira de los activistas de extrema izquierda y, para evitar males mayores, pasó su adolescencia con protección policial y apodándose “Rose Ladson”. Licenciada en la London School of Economics y, posteriormente, graduada como Doctora en Medicina, especializada en Ginecología, se afilió al CDU en 1990, vivió unos años en Stanford –su esposo, el también médico Heiko von der Leyen, fue profesor en la universidad de dicha ciudad estadounidense– y, a su vuelta, fue escalando en la política germana, ostentando las carteras ministeriales de Trabajo, de Familia y, finalmente, de Defensa —la primera mujer que lo hizo en Alemania—. El socialdemócrata Schulz la calificó como “la ministra más débil del Gobierno” en 2019. En ese mismo año, ascendió a los cielos de la UE, convirtiéndose también en la primera mujer que preside la Comisión Europea.

Reelegida el pasado 18 de julio, reivindica el centro ideológico, la Europa como Heimat –un concepto sin traducción precisa que no solo describe un lugar geográfico, sino un estado de pertenencia– y ha declarado que “sería impensable una UE en 20 o 30 años sin Ucrania dentro”. Nadie como ella representa la maquinaria institucional y burocrática del organismo supranacional del Viejo Mundo. Papisa de la Agenda 2030, las autodenominadas “derechas patrióticas” la detestan, aunque algunos de sus compiyoguis también la miran con el hocico torcido: en España, la complicidad que tiene con Pedro Sánchez genera urticaria a algunos miembros del PP nacional; de cara a la galería, la elevan a los cielos. Cosas de políticos, en fin.

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