La historia de una mujer nacida Camila Rosemary Shands hace 77 años supone una de las trayectorias más inesperadas de entre las dispares biografías de las variopintas reinas de Inglaterra. Criada en una familia de clase media alta, con una infancia feliz, según ha confesado, su destino inexorable era casarse, tener descendencia y disfrutar de una acomodada existencia, amenizada por eventos sociales y alguna que otra excentricidad. Pero un buen día de la década de los 70 del siglo pasado, el por entonces heredero a la Corona británica se cruzó por su camino durante un partido de polo, dando comienzo a un improbable romance que haría tambalear los cimientos de una de las casas reales más reconocibles del planeta.
Este 9 de abril, Carlos III y Camila celebran su veinte aniversario de boda, una efeméride a la que llegan como septuagenarios y disfrutando de una calma relativa, tras la tormenta provocada hace tres décadas por su adulterio. Quien en su día había sido la mujer más vilipendiada de Reino Unido, la ‘otra’ en el supuesto cuento de hadas de la unión de Carlos y Diana de Gales, es, en la actualidad, una jovial abuela que ha cambiado el título de ‘persona non grata’ por el de reina de Inglaterra por deseo expreso de su suegra.

La bendición a Camila como reina, coincidiendo con el 70 aniversario de Isabel II en el trono, fue el regalo más especial que Carlos podía recibir por el Jubileo de Platino. Pese a que el tiempo había permitido suturar heridas y la profunda animadversión generada por Camila dio paso a la resignación y, paulatinamente, a una mejora de popularidad, el hoy soberano era consciente de que solo la aprobación pública de su madre permitiría que los británicos aceptaran sin drama el título de consorte para la mujer de su vida.
El lugar que Camila ocupa en la vida de Carlos fue sintetizado por la propia Isabel II durante la recepción posterior a la boda de hace veinte años en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. En un discurso cargado de referencias a las carreras de caballos, una de sus grandes pasiones, la reina más longeva de la historia británica, la misma que se había opuesto inicialmente a la relación entre Carlos y Camila y, durante años, a la oficialización de su amor, reivindicó que la pareja había “superado todo tipo de obstáculos” y dijo estar “muy orgullosa y desearles lo mejor”. “Mi hijo ha llegado a buen puerto con la mujer que ama”, declaró Isabel II, a quien la emoción no le impidió abandonar la celebración para ir a ver por televisión el llamado Grand National, la competición ecuestre más importante del país.
Para entonces, para Carlos y Camila, lo más difícil estaba hecho. Con su matrimonio, ella recibió el título de duquesa de Cornualles, pero no el de princesa de Gales, al que teóricamente tendría derecho como esposa del heredero. La memoria todavía reciente de Diana, fallecida hacía menos de ocho años y verdadera princesa de Gales para un amplio porcentaje de acólitos reales, recomendaba cautela. Quienes la conocen cuentan, sin embargo, que los títulos no le importan lo más mínimo, ni siquiera el de reina, tan significativo para su marido.

Lo que sí resultaba crucial para ambos era la aquiescencia de sus respectivos hijos, los príncipes Guillermo y Enrique; y Laura y Tom, del primer matrimonio de Camila con Andrew Parker-Bowles, un seductor empedernido que, aún hoy en día, sigue siendo uno de los mayores confidentes de su ex mujer. El propio Andrew estuvo entre los 800 invitados al enlace de aquel 9 de abril de 2005, menos de un quinto del total de 3.500 asistentes de la primera boda de Carlos, en la catedral de San Pablo de Londres, en julio de 1981. La imagen de la sonriente pareja, ella con un vestido de seda diseñado por la británica Anna Valentina y él, de chaqué, posando sus hijos, permitió sellar el beneplácito popular a una unión que desafiaba convenciones reales y reflejaba la realidad social del Reino Unido de arranque de milenio.
El viaje de Camila hasta ese momento había sido una batalla de triunfo de la paciencia, del estoicismo y de una cuidada campaña de lavado de imagen en la que la pareja logró esquivar pasos en falso. La oficialización de su relación fue escalonada y seguiría siéndolo tras la boda, con pasos graduales para ganarse el afecto de la ciudadanía, un objetivo al que ayudaron las causas con las que decidió implicarse, como la lucha contra la violencia doméstica, una lacra tradicionalmente ajena al activismo tradicional de los Windsor.

El clímax de su transformación llegaría el 6 de mayo de 2023, con su entrada en la abadía de Westminster con el hombre con quien llevaba unida, intermitentemente, medio siglo. Su coronación junto a Carlos cerraba un círculo, pero abría una nueva fase de desafíos, comunes a cualquier familia, como el cáncer de él, un revés que ha llevado a incrementar el perfil de la reina. En ausencia del monarca, y junto a la baja también por cáncer de la princesa de Gales, los demás miembros de la Casa Real tuvieron que repartirse tareas y multiplicar agenda, algo que a Camila le llegaba a la edad en la que la mayoría disfruta de la era dorada de la jubilación.
Su mayor preocupación, dicen quienes la conocen, es el ritmo de trabajo de él, que se resiste a rebajar pese a la enfermedad, como prueba la visita de Estado a Italia en la que los encuentra este 20 aniversario de boda. Tras un apretado programa, la pareja cierra la efeméride con una cena de gala en el Palacio del Quirinale, en la que, previsiblemente, se permitirá echar la vista atrás para recordar cómo, aquel 9 de abril de 2005, convirtieron el affaire que había sacudido los pilares la monarquía británica en la unión que hoy representa uno de sus soportes más estables.