Con su contundente victoria, los estadounidenses han optado por dar carta blanca a Donald Trump para los próximos cuatro años. El magnate y candidato republicano, cumplidos los 78 años, tendrá ante sí la oportunidad de completar su programa a pesar de su derrota frente a Joe Biden en 2020. Si su victoria electoral de 2016 fue una sorpresa, la de un outsider, la de este martes frente a la vicepresidenta Kamala Harris fue bien diferente. Después de cuatro años en la Casa Blanca, tres campañas electorales y muchos meses de opiniones, promesas y valoraciones públicas, se ha impuesto a todo. Una de las pocas certezas que definirán el segundo mandato de Trump es, paradójicamente, la de la incertidumbre y la impredecibilidad de sus decisiones.
Incontestable, ciertamente, fue su victoria. Trump es el primer candidato del Partido Republicano en veinte años que se impone en voto popular en unas presidenciales. Los republicanos también se hicieron con el control del Senado y todo apunta a que mantendrán la mayoría en la Cámara de Representantes, lo que dará mayor libertad legislativa a Trump para llevar a cabo su programa electoral en los próximos años. Además, Trump se ha quedado prácticamente sin rivales o incluso críticos en el seno de su formación. “Estados Unidos nos ha dado un mandato poderoso y sin precedentes”, aseguraba en la mañana de este miércoles -en horario peninsular- el presidente electo desde su residencia en Mar-a-Lago (Florida).
En lo referente a la economía, Trump ha hecho una apuesta clara por llevar a cabo importantes rebajas fiscales tanto para empresas como personas físicas -inclusos recortes en el Seguro Social y el Medicare- y reducir el gasto público como forma de recuperar los niveles de renta de los hogares. De esta manera busca poner coto a una inflación que los especialistas vinculan con la derrota de los demócratas (y que, en cualquier caso, experimenta en los últimos meses una tendencia a la baja). Los más críticos con el presidente electo prevén un agravamiento del problema del déficit y de la deuda estadounidense como consecuencia de las previsibles rebajas fiscales que aplicará la nueva Administración.
Además, previsiblemente la Administración Trump II hará una clara apuesta por la imposición de medidas comerciales proteccionistas, que ahora pueden ser más acusadas que hace ocho años, como un arancel del 10% sobre todas las importaciones, que pueden ser incluso mayores para los productos procedentes de China. También en el frente doméstico, Trump ha prometido llevar a cabo detenciones masivas y deportaciones de inmigrantes indocumentados, que inevitablemente reducirán la mano de obra en sectores como el de la construcción.
Según los críticos con los planes económicos del magnate neoyorquino, la combinación de las citadas políticas migratorias, restricciones al comercio y estímulo a la demanda a través de rebajas fiscales podrían acabar provocando a medio plazo un repunte de la misma inflación que hoy se presenta como el mayor enemigo de los contribuyentes estadounidenses.
Por otra parte, en el ámbito social la victoria de Trump puede tener repercusiones negativas en el derecho al aborto, que ya ha dado pasos atrás en varios estados. El presidente electo se jacta de haber permitido la anulación de la garantía federal del derecho del aborto en 2022 gracias a su nominación de tres jueces conservadores en la Suprema Corte, durante su primera presidencia. El martes se celebraron referendos sobre el tema en 10 estados. Arizona, Misuri y Nueva York, aprobaron enmiendas a sus constituciones para restablecer la posibilidad de someterse a un aborto hasta la viabilidad del feto. Florida lo rechazó por un pequeño porcentaje.
En política exterior, Trump tendrá ante sí un escenario internacional mucho más complejo que con el que le tocó lidiar en 2016. Los detractores del presidente electo aseguran que volverá a apostar, quizá con más fuerza, por el transaccionalismo y el aislacionismo. Ello traerá consigo el fin del multilateralismo; una de las consecuencias será el debilitamiento del vínculo transatlántico con la Unión Europea, de lo cual se lamentaba hoy desde el Viejo Continente. Sus partidarios creen que su pragmatismo y su aversión por la guerra contribuirán a acelerar el fin de las guerras en Ucrania, aunque a costa de que llegar a un acuerdo con Putin necesariamente lesivo para la soberanía de Kiev. Y en Oriente Próximo, donde confía en que su socio Netanyahu termine de hacer “lo que tenga que hacer” -en Gaza y el Líbano- antes del mes de febrero.
Para los países de la región que rivalizan con la República Islámica de Irán en la batalla por la hegemonía en la zona, la previsible apuesta de Trump por las sanciones económicas al régimen de los mulás y, por ende, su negativa a entablar cualquier tipo de negociación para un acuerdo nuclear con Teherán, es una buena noticia. Como lo es para quienes se oponen a la existencia de una rama militar de Hizbulá haciendo la guerra por su cuenta en el interior del Líbano. A pesar del tono cordial con el que las autoridades chinas felicitaban la victoria al candidato republicano, todo apunta a que los próximos cuatro años serán testigos de un incremento de la rivalidad geopolítica y económica entre Washington y Pekín.