Mentiríamos, y este periódico no lo hace, si dijésemos que Teresa Ribera afrontó con nerviosismo su hearing -examen al que han de someterse y superar todos los candidatos a ser comisarios- frente a los diputados europeos de las tres comisiones del Parlamento Europeo que caerían bajo sus competencias. Más bien lo contrario, preparada para el envite, se presentó serena y muy segura de sí, muy convencida de que -por difícil que se esté poniendo- no será fácil tumbar su nominación a ser una de los cinco vicepresidentes de Clean, just and competitiveness que ha escogido Von der Leyen para acompañarla en este nuevo Colegio de Comisarios que van a regir el destino de la UE durante los próximos cinco años.
Los momentos más tensos, lógicamente, fueron las preguntas de los dos españoles del PP español. Tanto Dolors Montserrat como Raúl de la Hoz centraron sus preguntas en la cosa nacional. La primera quiso arrancar el compromiso de su dimisión en caso de que las responsabilidades por no tomar las decisiones adecuadas durante la terrible DANA de Valencia la alcanzase. Teniendo en cuenta que las palabras dimisión y responsabilidad -entrelazadas como están ambas- no se conjugan en el Gobierno de España al que aun pertenece Ribera, eludió responder y -aun peor- decidió culpabilizar exclusivamente al gobierno de la Generalitat de cualquier responsabilidad. A pesar de hacerlo con esa entereza sorprendente, que también es marca de la casa, Bruselas no es Madrid y pronto sabremos si esta forma tan displicente de tratar la tragedia natural más grave que ha vivido España en los últimos años, le pasará definitivamente factura.
Y no lo sabremos hasta dentro de unas semanas porque, las evaluaciones de todos los comisarios que se han sometido a los hearings esta semana, que normalmente se sabrían en esta misma semana, se decidirán la semana que viene. Este logro de postponer dicha decisión, la primera vez que ocurre, lo ha conseguido el PP español por la importancia que tiene la comparecencia de Ribera en el Parlamento Español para dar cuenta de su gestión de la DANA. No es que dichas explicaciones vayan a tener un efecto determinante en la decisión que debe tomar la Conferencia de Presidentes – la reunión de los Presidentes de cada grupo parlamentario del Parlamento Europeo que son los que, en realidad, negocian el voto de sus respectivos diputados-.
Es verdad que ganar tiempo es importante. Sobre todo, sabiendo que el punto débil de Ribera es precisamente la dificultad que tiene para contener su temperamento. Este martes ha sido la primera vez que los europeos han podido tener una percepción de quien podría estar al frente de una cartera tan compleja como imposible que aúna la única competencia exclusiva de la Comisión Europea -es decir, donde los Estados Miembros no intervienen en absoluto- que es competencia a la que se ha añadido dos adjetivos: justa y limpia. Cierto es que Ribera a lo que apuntaba es a tener responsabilidades que tuviesen que ver con la materia en la que es experta, no en vano, es sobre las que han girado muchas de las preguntas de los diputados; que es la transición ecológica y el cambio climático.
Sin embargo, la única dirección general que nutre su flamante Vicepresidencia es la DG de Competencia, que sería su materia clave y es materia económica. Es importante no confundirla con competitividad – esa nueva palabra de la que tanto se habla ahora en la UE, entre otras por la importancia que le concede Draghi en su informe- sino que trata de que las empresas no abusen de su posición dominante en el mercado, autoriza o no las ayudas de estado que puedan falsear la competencia, etc. Es decir, lo justa y limpia… debe ser la competencia. De hecho, las competencias que pertenecerían al famoso “Green deal” -que se va convirtiendo en “Clean Deal”- están ahora diseminadas en muchas y muy distintas carteras: una es clima, net zero y crecimiento limpio; en otra está pesca y océanos, una tercera se ocupa de medio ambiente, resiliencia de aguas, economía circular competitiva, hay también un comisario de energía y vivienda y finalmente el de agricultura y alimentación. Nada más alejado de un mando único. Más bien la posibilidad de una coordinación que solo podría recaer en la propia presidenta de la Comisión Europea.
Con todo esto, caiga o no, Ribera no parece que vaya a gestionar nada que tenga que ver con su área de especialización. Es verdad que su caída tiene mucho de simbólico. No sólo sería la UE la que lanza un potente mensaje al Gobierno de España sobre el activo que más ha defendido Sánchez estos años justamente por la fuerza con la que ha convertido la transición energética en una política sectaria, sino que sería una importante llamada de atención del compromiso de la UE con la responsabilidad y la verdad. La verdad tiene que ser competitiva, sin duda. Debería ser, además, justa y limpia. Empezando por ella.