La primera línea de batalla contra la extradición de Julian Assange a Estados Unidos, administración que lo reclama por 17 delitos de espionaje y uno de pirateo informático, tiene nombre femenino y, aunque pocos se acuerdan ya, español: Sara González Devant. Tras acumular siete años recluido en la Embajada de Ecuador en Londres y cinco en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, al sureste de la capital británica, el fundador de WikiLeaks ha logrado este lunes un significativo triunfo en el Tribunal Superior de Londres, al obtener autorización para apelar en una guerra judicial que se remonta a 2011.
Esta jornada era clave, puesto que, de negarle permiso, Assange habría agotado todas las vías legales en Reino Unido, y tan solo le quedaría el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, una institución con base en Estrasburgo que no estaría necesariamente interesada en interferir entre dos estados soberanos que negocian una extradición. Se abre, por tanto, un nuevo capítulo en una contienda públicamente capitaneada por quien desde 2012 es conocida como Stella, la esposa de Julian Assange y madre de dos de sus hijos, cabeza visible de una cruzada sobre la que sus defensores advierten de que lo que está en juego es la libertad de expresión.
Líder del movimiento por la liberación
Stella Assange desde que contrajeran matrimonio en marzo de 2023, con ella vestida de Vivienne Westwood, y de apellido Moris en sus once años previos de soltera, ha asumido el liderazgo de una ofensiva que aspira, en última instancia, a convencer a Estados Unidos de abandonar el combate judicial por la publicación en noviembre de 2010 de unos 250.000 documentos clasificados del Departamento de Estado. De ser condenado por los cargos que se le imputan, el cofundador de WikiLeaks podría enfrentarse a 175 años de cárcel.
Los dos magistrados de la corte británica responsables de estudiar los argumentos de ambas partes han autorizado recurrir contra las garantías de Washington sobre cómo sería el potencial proceso en suelo norteamericano. Concretamente, Assange puede apelar en torno a si se respetaría su derecho a la libertad de expresión, contenido en la primera enmienda de la Constitución de EE.UU, y si no ser ciudadano norteamericano, sino australiano, puede perjudicarle.
Preocupación por la salud de Assange
Se trata de un éxito parcial, pero insuficiente para quienes creen que el proceso está políticamente motivado, empezando por Stella Assange, quien prevé continuar su campaña para garantizar la liberación de su marido, cuyo estado de salud ha sufrido un profundo deterioro como consecuencia de la reclusión y el aislamiento. El impacto de la situación se deja entrever también en ocasiones en la propia Stella, en el evidente agotamiento en las incontables intervenciones que protagoniza para mantener viva la causa de su marido y en una voz que, pese a la extenuación, sigue pidiendo su liberación.
Su actual dedicación personal había comenzado, sin embargo, como un compromiso profesional, si bien su cambio de nombre fue previo al inicio de su relación sentimental: cuando lo formalizó en 2012, fue para protegerse tanto a sí misma como a su familia mientras trabajaba en el equipo de la defensa del cofundador de WikiLeaks. Curiosamente, su incorporación a este un año antes había sido casi fortuita. Con 28 años de edad, trabajaba como abogada internacional, especializada en el área de refugiados y, aunque ha confesado que ya admiraba a Julian Assange, fue reclutada para contribuir en la ofensiva contra la extradición de él a Suecia, donde estaba acusado de delito sexual por dos mujeres.
Criada entre Suecia, Lesotho y España
Fue su amiga Jennifer Robinson, la abogada de Assange, quien le pidió ayuda, debido a la nacionalidad sueca del padre de la por entonces todavía Sara González. Nacida en Suráfrica, el nombre español le viene de su madre, una directora de teatro que le brindó una infancia nómada entre Lesotho, Suecia y España, donde vivió también de adulta, durante el máster de Derecho Público Internacional que hizo en Madrid.
Su primer encuentro con Julian Assange fue en 2011 en la casona del condado de Norfolk en la que este había pasado inicialmente su arresto domiciliario, pero fue tras su entrada como el más célebre inquilino de la Embajada de Ecuador en Londres, un año después, cuando la naturaleza de su contacto se transformó. La propia Stella ha contado que, en principio, eran amigos, pero, gradualmente, profundizaron en su relación hasta convertirse en pareja en 2015: “Él pasó de ser una persona con la que me gustaba estar al hombre que más quería ver en el mundo”.
Un noviazgo en secreto
Conscientes de la peligrosa sensibilidad de todo lo que rodeaba a Assange, con tramas de espías en la propia sede diplomática y supuestos intentos de asesinato por parte de la CIA, trataron de mantener su noviazgo en secreto, esquivando las cámaras que proliferaban en la embajada, si bien no han escapado a alegaciones de un vídeo íntimo.
Lo que sí lograron ocultar, en principio al menos, fue la identidad de sus hijos, que no se hizo pública hasta abril de 2021: Gabriel, nacido en 2017, podía ver a su padre porque lo registraban como hijo de otro visitante, si bien la visitas pararon cuando Stella fue avisada de un intento de robo de pañales para determinar la paternidad del pequeño. Max, el segundo, actualmente de cinco años, conoció a su progenitor por primera vez en la cárcel de Belmarsh, donde los dos niños todavía visitan a Julian Assange sin ser conscientes, según admite su madre, de por qué su padre está allí.