Solo siete de los 23 puestos del Gabinete de Donald Trump estarán ocupados por mujeres. Un tímido 30,43% de los nombramientos, sin contar con los cargos de libre designación que no necesitan el visto bueno del Senado, que palidece en comparación con la política de paridad de la que hizo gala el presidente Joe Biden a lo largo de su mandato.
El demócrata designó a un total de 13 mujeres en los últimos cuatro años. Cifra récord de cualquier administración en la historia de Estados Unidos, según los datos del Center for American Women and Politics. Desde Janet Yellen en el Departamento del Tesoro hasta Gina Raimondo en el de Comercio o Deb Haaland en Interior, las mujeres interpretaron un papel predominante en el Gobierno federal.
Quiénes son las mujeres en la Administración Trump
El enfoque cambiará con el regreso de Trump a la Casa Blanca. En caso de que la Cámara alta, controlada por los republicanos, avale los polémicos nombramientos del presidente electo, las principales carteras de la que será su segunda Administración estarán en manos de hombres. Los Marco Rubio, Scott Bessent, Pete Hegseth –acusado de abusar sexualmente de una mujer–, Doug Burgum, Howard Lutnick, Chris Wright o Robert F. Kennedy Jr. llevarán la voz cantante de un Gabinete en el que también intervendrán otras figuras de peso como los multimillonarios Vivek Ramaswamy o Elon Musk.
Sin embargo, entre las siete mujeres que rodearán a Trump desde que este lunes 20 de enero tome posesión también habrá perfiles con capacidad de marcar la agenda. Pam Bondi será una de ellas. La próxima fiscal general, cuyo nombre emergió en sustitución del excongresista Matt Gaetz, envuelto en escándalos sexuales con mujeres menores de edad, se comprometió esta semana ante los senadores a defender la Constitución y garantizar que el Departamento de Justicia opere de manera independiente, sin influencias políticas. Ni siquiera del Gabinete. Existen dudas, sin embargo, dada su cercanía a Trump.
Bondi, ex fiscal general del estado de Florida, cargo al que renunció en 2019, formó parte del equipo legal del republicano durante su primer proceso de impeachment. Antes de su nombramiento, dirigía el brazo legal del America First Policy Institute, un think tank conservador fundado con la misión de dotar al trumpismo de un corpus ideológico de cara a una eventual segunda Administración. Además, hasta hace solo unos meses, Bondi trabajó como lobista para Ballard Partners, la firma de Brian Ballard, otro estrecho colaborador de Trump y financiador de su campaña presidencial.
La próxima fiscal general es una de las voces que ha amplificado la teoría falsa del fraude electoral de 2020. Durante su comparecencia ante el Senado, Bondi prometió acabar con la “politización” de un Departamento de Justicia que hereda de manos del reconocido jurista Merrick Garland. Interrogada por uno de los senadores sobre si Trump podría volver a presentar su candidatura a la Casa Blanca en 2028, Bondi respondió: “Senador, no a menos que cambien la Constitución”.
En Seguridad Nacional
Otra figura clave será Kristi Noem. La próxima secretaria de Seguridad Nacional estuvo en las quinielas para ser la compañera de ticket electoral de Trump para las presidenciales del pasado 4 de noviembre. Su nombre perdió fuerza cuando confesó en sus memorias haber matado de un disparo a su perra Cricket, un braco alemán de pelo de alambre de 14 meses. No obstante, el presidente electo ha apostado por ella para mantener a raya la inmigración, una de sus banderas.
La gobernadora de Dakota del Sur dirigirá el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza, y además supervisará la Guardia Costera y el Servicio Secreto, organismos clave. Contentar a Trump no será tarea fácil, sin embargo. A lo largo de su primer mandato, el republicano destituyó a seis secretarios de Seguridad Nacional.
Lori Chávez-DeRemer es otra de las elegidas. Quizás la que menos encaja en la órbita de Trump. La próxima secretaria de Trabajo, excongresista por Oregón, se ha labrado buena fama en el mundo sindical. No en vano, su padre es miembro de los Teamsters, uno de los principales sindicatos de Estados Unidos.
Republicana, Chávez-DeRemer votó a favor del principal proyecto de ley de los demócratas favorable a los sindicatos en la Cámara de Representantes. Una legislación que, aunque nunca llegó al Senado, contemplaba entre otras cláusulas la prohibición de que los empresarios interfirieran en las elecciones sindicales, como han hecho compañías del tamaño de Amazon en los últimos años. Por eso, senadoras del ala progresista del Partido Demócrata como Elizabeth Warren se han mostrado dispuestas a votar a favor de su nombramiento.
Linda McMahon, pese a ser más conocida en Washington, no tendrá previsiblemente demasiada relevancia. La próxima secretaria de Educación, que ha coordinado además el proceso de transición presidencial, dirigirá una cartera que Trump prometió cerrar durante la campaña. El presidente electo considera que la agencia en manos de McMahon es demasiado grande y su personal “en muchos casos odia a nuestros hijos”. “Enviaremos la Educación DE VUELTA A LOS ESTADOS, y Linda encabezará ese esfuerzo”, escribió Trump en su plataforma Truth Social.
McMahon ya formó parte del primer Gabinete de Trump como directora de la Administración de Pequeñas Empresas, aunque renunció en 2019 sin explicar los motivos. Ella y su marido, el magnate de la WWE Vince McMahon, son íntimos amigos de Trump desde hace más de 20 años. Ambos figuran, además, entre sus mayores donantes.
Brooke Rollins será la próxima secretaria de Agricultura. Esta abogada conservadora, directora ejecutiva del America First Policy Institute, uno de los think tank que han estado preparando el regreso de Trump a la Casa Blanca, ya asesoró a Trump en su primer mandato. Pasará a supervisar ahora un departamento dotado de un presupuesto anual de más de 200.000 millones de dólares y con cerca de 100.000 empleados. Rollins, negacionista del cambio climático, ha respaldado las políticas a favor de los combustibles fósiles del presidente electo.
Otros puestos de nivel ministerial
Fuera de los puestos clave del Gabinete, pero con cargos equiparables que también dependen de la confirmación del Senado, figuran Tulsi Gabbard, como directora de Inteligencia Nacional, y Elise Stefanik, como embajadora de Estados Unidos ante la ONU.
Gabbard, excongresista demócrata por Hawái de ascendencia samoana, se presentó sin éxito a las primarias demócratas de 2020 antes de abandonar el partido y convertirse en independiente. No tardaría en respaldar públicamente a Trump.
Es teniente coronel de la Reserva del Ejército, engrosó las filas de la Guardia Nacional y sirvió en Irak. Y es conocida por difundir la propaganda del Kremlin, antes incluso de que diera comienzo la invasión rusa de Ucrania. Una hoja de servicios que llevó al presidente electo a considerarla como posible compañera de fórmula antes de nominarla como directora de Inteligencia. A Trump no le importó que viajará a Damasco para reunirse con el depuesto presidente sirio Bachar al Asad en plena guerra civil. Supervisará un total de 18 departamentos de espionaje, en caso de ser confirmada.
Stefanik, por su parte, se convirtió en una de las principales defensoras del presidente electo cuando éste enfrentó su primer proceso de destitución en la Cámara de Representantes. La congresista por Nueva York ha formado parte del Comité de Servicios Armados de la Cámara y del Comité Permanente Selecto de Inteligencia del Congreso, pero tiene experiencia limitada en cuestiones de política exterior y seguridad nacional.
Firme defensora del Estado de Israel, Stefanik ha intervenido en las audiencias de la Cámara que forzaron la dimisión de varios rectores por su gestión de los disturbios propalestinos en los campus universitarios.