Nuevo aviso. Sobre las nueve de la mañana del martes 14 de mayo, alertan en el grupo de WhatsApp: “Los camiones están llegando al checkpoint de Tarkumiya”. En cuestión de minutos, decenas de colonos judíos acuden a este puesto de control al sur de Cisjordania. Detienen a los conductores, trepan por los camiones, y empiezan a tirar la mercancía al suelo. Rompen cajas y rajan sacos de grano o azúcar, ya que muchos defienden que en Gaza no hay civiles inocentes, y por tanto no debe entrar ni un gramo de ayuda humanitaria hasta la “victoria total” en la guerra. Entre el grupo de asaltantes hay familias con niños, mayormente religiosos con kipá que ondean banderas de Israel.
Estos incidentes, en que camiones de ayuda humanitaria procedentes de Jordania son asaltados por jóvenes radicales, llevan repitiéndose en las últimas semanas. Pero por primera vez, en Tarkumiya se toparon con la resistencia de Sapir Sluzker y una amiga suya, dos activistas de Tel Aviv que no podían soportar ver como se malbaratan toneladas de comida destinadas a una población hambrienta.
“Ellos son quienes fijan la ley y la aplican. Son un brazo ejecutor de quienes controlan el país. La ultraderecha no quiere que entre ayuda a Gaza, pero la presión internacional obliga al Gobierno. Así que dejan la violencia a manos de sus fuerzas sobre el terreno”, explica Sluzker a Artículo14 por videoconferencia.
Una década de activismo
Sluzker, de 33 años y abogada de profesión, lleva más de una década de activismo a sus espaldas. Se inició en movimientos de lucha por la vivienda digna, contra la pobreza, o el feminismo. Añade que su condición mizrají (judíos procedentes de Oriente Medio) y homosexual la posicionaron del lado de las minorías.
A diferencia de muchas familias mizrajíes llegadas tras la independencia de Israel, a quienes el recién fundado estado forzó a desarraigarse de sus costumbres orientales, sus abuelos preservaron el idioma, la música, la comida y la cultura que importaron de Irak. “Crecieron entre árabes y como árabes, por ello ni ellos ni yo les tememos”, matiza. En su habitación luce un cuadro de Um Kulthum, la popular estrella musical egipcia del siglo XX.
Paradójicamente, Sluzker creció en una colonia judía de Cisjordania, en el seno de una familia derechista. “No vengo de la izquierda. Pero cuando vi cómo el estado trata a quienes luchan por una vivienda digna, me abrió el camino a otras luchas”, cuenta. Su familia respetó su giro ideológico: “Hay espacio para el diálogo. Yo les influyo, y ellos a mí”, celebra.
Armados con rifles
Llevaba meses siguiendo las actividades de los radicales que boicotean los camiones de ayuda humanitaria. Dice que le aterraban los testimonios de rehenes israelíes liberados del cautiverio de Hamás, que contaron el hambre que sufrieron. “Quise ir a ver que ocurría e intentar frenarlo, pero es muy difícil, la gente les tiene miedo”, confiesa. Los colonos van armados con rifles, pistolas y armas blancas, y cuentan con la protección tácita del Ejército y la Policía, quienes aparecen en videos de los incidentes sin hacer nada para frenar los asaltos.
¿Chivatazo?
“Se organizan en abierto, en un grupo de WhatsApp donde no tienen ni idea de quién forma parte”, explica. De hecho, la propia Sapir es integrante del chat, desde donde monitoriza sus acciones. La activista está convencida de que algún policía, soldado o político les filtra las rutas de los camiones. “Hay quienes tienen conexiones con el gobierno”, denuncia.
“Eran muy violentos y amenazadores. Nadie les paraba”
Llegó con su amiga a Tarkumiya sobre las tres de la tarde. Cuando los colonos las avistaron filmándoles, se fueron rumbo a otro checkpoint, y las activistas aprovecharon para ayudar a los conductores a cargar la mercancía que pudieron salvar. “Pero volvieron y lo acabaron reventando todo. Eran muy violentos y amenazadores. Nadie les paraba. Nos fuimos cuando teníamos enfrente a unos 150 y era demasiado arriesgado. Huimos mientras ellos bailaban”, lamenta Sluzker.
Agredida
Antes de retirarse, subió a un camión a intentar frenar a los asaltantes mientras rajaban sacos. “Exigí a los soldados que subieran, que lo que hacían era ilegal. Pero no hicieron nada, y un colono me dio una bofetada fuerte. Se escapó, lo filmé, pero la Policía me impidió denunciar. Tras 15 minutos, el agresor estaba de vuelta”, prosigue. Sapir hace hincapié en que la escena duró largas horas, donde “hicieron lo que les apetecía”.
Movida por la indignación, ahora está investigando las conexiones entre los asaltantes y las autoridades. Destacan figuras como el joven Shai Glick, fundador de una asociación en “defensa de los derechos humanos de judíos”. Glick estuvo el martes en Tarkumiya compartiendo vídeos. En plena guerra, fue premiado por el Gobierno por su “contribución social” al país y su activismo.
Ataque a un camionero
La semana pasada, colegas de Glick apalizaron a un conductor palestino en Cisjordania, al pensar que llevaba ayuda humanitaria. Se equivocaron: era un simple camionero. “Netanyahu, que no encontró tiempo para verse con ningún familiar de rehenes, se reunió con él hace dos meses”, protesta Sluzker.
La activista es consciente que forma parte de “una minoría perseguida”, a quienes se está aplicando el último año “prácticas represivas”. Pero no desiste.
“Mucha gente cree que está todo perdido, pero yo amo este lugar. Me siento muy israelí, amo a la gente, el ambiente, y esta tierra a la que pertenezco. Es mi pueblo, y no renunciaré”, promete. Cree que, si no les hacen frente, “ellos tendrán una gran victoria. La derecha radical lo acabará controlando todo”.
Convertidas en un símbolo
Sluzker y su amiga lograron un hito simbólico. Tras hablar, gritar e incluso leer versículos de la Torá a los asaltantes, dónde se aclara que sus acciones son contrarias a la propia fe judía, varias personas dejaron de reventar paquetes. “Nunca se encontraron con alguien presentando resistencia”, aclara. Incluso un chico le escribió horas más tarde, lamentando su conducta y prometiendo que jamás volvería a las andadas. “No podemos cambiar a todos, pero esto tiene valor”, comenta.
Su testimonio se hizo viral tras una entrevista televisiva. “Normalmente en la prensa aparecen representantes del estado. Pero oír una voz con raíces religiosas y árabes, confundió positivamente a mucha gente. No somos mayoría, pero necesitamos que nos den voz”, concluye. Para la joven activista, los principales afectados son los gazatíes a quienes no llega la ayuda humanitaria saboteada, pero también es “un daño general a la sociedad israelí. Es importante afrontarlo si queremos preservar la posibilidad de vivir en paz”.