Leer Persépolis en Irán es un acto revolucionario. Para acceder a la novela gráfica de Marjane Satrapi, distinguida con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, uno puede meterse en un lío con la Justicia iraní. En primer lugar, debe saber cómo saltarse la censura del régimen de los ayatolás. Hay quien confiesa que ha leído el guion de la película basada en la obra de Marjane Satrapi, pero nunca ha visto los dibujos. Y por supuesto, en segundo lugar -a pesar de que existe el rumor en Teherán de que circula una versión en farsi- hay que saber otros idiomas para poder disfrutar de la autobiografía que llegó a las librerías internacionales hace ya 20 años.
En plena oleada de hostigamiento contra las mujeres en Irán por su vestimenta, son muy pocas las iraníes dentro del país que confiesen que lo hayan leído. Incluso hablar de ello con una periodista extranjera las pone en una situación incómoda y hasta peligrosa.
Iraníes en el exilio
Sin embargo, el libro de Satrapi causa el efecto contrario en las iraníes en el exilio. Alaban a la autora y celebran el premio otorgado en España. Sentimientos como la nostalgia se entremezclan con la frustración de no poder volver a su país de origen.
“Ya vivía fuera de Irán cuando lo leí. En cuanto se publicó en Canadá, en 2004 corrí a comprarlo, justo en cuanto estuvo en las estanterías”, cuenta a Artículo14 Lily Pourzand, activista iraní y experta en violencia de género, equidad, interseccionalidad, inclusión y accesibilidad. Curiosamente, cuando lo leyó, estaba estudiando su Máster en Género.
La primera vez que se habló del sufrimiento de una generación
“Me pareció muy personal, político y conmovedor para mí”, confiesa Pourzand. “Fue la primera vez que alguien -en este caso una mujer- hablaba de lo que sufrimos en mi generación. Lo que experimentamos en nuestra infancia, en los años de colegio, con el hiyab obligatorio”, recuerda la activista.
“Fue muy personal. Me tocó emocionalmente y tuvo muchos desencadenantes“.
A Pourzand también le sorprendió los mensajes políticos que destilaba la novela gráfica. “En ese momento, nadie hablaba de ello, ni siquiera en Occidente. Se había normalizado y se justificaba que el uso obligatorio del velo islámico no era una cuestión que incumbiera los derechos de las mujeres en Irán“.
Sin embargo, para esta experta en género -que por cierto es hija de una de las abogadas más famosas de Irán y de un periodista y preso de conciencia que falleció en 2011- “el uso obligatorio del hiyab siempre ha sido uno de los asuntos más importantes de las mujeres iraníes. Porque las iraníes, sin que nadie lo supiera, han librado una batalla a diario“, insiste Pourzand.
La imposición del hiyab
“Desde que una mujer en Irán se levanta, le han impuesto qué ponerse y cómo ponérselo”, lamenta la activista. “La lucha comenzó desde el primer día, pero nadie hablaba de ello, se escondía debajo de la alfombra internamente”. Incluso externamente, asevera Pourzand, “soy muy franca y directa, en los países de Occidente también se pensaba entonces que eso era algo cultural. Pues no: la imposición del hiyab es un modo de ejercer el control sobre el cuerpo de las mujeres”. En suma, “cuando leí Persépolis, me alucinó cómo en ese punto, una mujer tan joven, tuvo el coraje y la creatividad de poner todos esos traumas, ejemplificarlos y retratarlos, y elaborar e ilustrar un libro que define a toda una generación, a la mía, sin ir más lejos”.
“Todas pasamos por eso, al igual que Marjane Satrapi”, manifiesta Pourzand.
La activista narra su primer día de colegio. “La noche de antes, estaba angustiada. Mi hiyab era demasiado grande para mi pequeña cara y se me caía. No había ningún velo en el mercado tan diminuto”. El problema era que los directores de las escuelas, se ponían delante de la entrada y revisaban si estaba bien tirante. “Tenía 6 años y ya había seguridad para que no se te cayera, incluso en las escuelas femeninas“, se queja Pourzand, que no entiende porqué hasta dentro de las clases, sólo con niñas, de puertas para adentro, también debían llevarlo.
Ansiedad en lugar de emoción
Por lo que “esa tarde mi familia estaba en crisis, buscando por todas partes un hiyab negro (no valía ni azul oscuro ni gris) de mi tamaño, que me cubriera todo el cuerpo y no se me cayera”. Pourzand describe cómo su abuela logró que sus vecinas le cosieran uno para ella, que no lo terminaron hasta la medianoche. “En lugar de emoción por empezar el colegio fueron horas de ansiedad sobre mi vestimenta“.
Al igual que Satrapi, Pourzand no está en contra de que las mujeres lleven el hiyab, sino de que se obligue a las que no desean llevarlo. Otro hecho que define muy bien la obra de Persépolis es el contexto histórico en el que se desarrolla, en plena guerra entre Irán e Irak. “Había tantos eslóganes bélicos que conectaban la sangre de los mártires en el campo de batalla con las mujeres en el país”, destaca. “Lanzaban el mensaje de que el uso del hiyab era más importante que la sangre de nuestros soldados. Conectaban el cabello de la mujer con los muertos en el frente. Cada mujer era una honra nacional“, concluye Pourzand.
Reconectar con Irán
“Recuerdo haber leído Persépolis hace unos 20 años, cuando tenía veintipocos. Acababa de ganar el título de Miss Mundo Canadá y recibí un aluvión de cartas de admiradores iraníes debido a mi ascendencia. En cierto modo, estaba representando extraoficialmente a Irán en la escena mundial, ya que sus estrictas normas islamistas prohíben que una mujer compita”, cuenta a Artículo14 Nazanin Afshin-Jam. La activista de los derechos humanos y la democracia y miembro fundador del Colectivo Justicia Iraní reconoce cómo cuando justo estaba reconectando con sus raíces encontró el libro de Marjane Satrapi. “Me pareció muy atractivo y cercano, tanto por su refrescante estilo de novela gráfica” como por su momento personal.
“Vi cómo cobraban vida muchas de las historias que mis padres habían compartido conmigo sobre el comienzo de la Revolución Islámica, cuando nos vimos obligados a huir debido a la oleada de ejecuciones y represión”.
Es duro de rememorar para Afshin-Jam, pero su padre “fue detenido, torturado y ejecutado por los guardias revolucionarios porque era el director general del hotel Sheraton, en el oeste del país, que todavía permitía la música, el baile y la mezcla entre hombres y mujeres, algo que también estaba prohibido”.
Un cambio radical
Por supuesto, explica Afshin-Jam, “había diferencias entre las experiencias de mi familia y las de Satrapi, ya que proveníamos de una familia que apoyó al Sha y se opuso a la revolución desde el principio“.
Así, lo que más sorprendió a la activista de los Derechos Humanos es “cómo la vida cambió tan drásticamente, sobre todo para las niñas y las mujeres, que se vieron segregadas y obligadas a llevar el hiyab”. La fundadora del Colectivo Justicia Iraní, se preguntó entonces “cómo habría sido para una niña ver cómo se llevaban a rastras a sus seres queridos gritando, o incluso presenciar ejecuciones, colgados de una grúa, en las calles a plena luz del día o escondiéndose durante las sirenas de los ataques aéreos de la guerra entre Irán e Irak”.
Las dulces conversaciones con Dios
Para Afshin-Jam, Satrapi “pintó maravillosamente estos escenarios desde la perspectiva de una niña. Lo que más me impresionó fueron sus dulces conversaciones con Dios y el hecho de que los malvados hombres barbudos en el poder le robaran esa inocencia y esa fe”.
Asimismo, la activista recalca que Persépolis “sigue siendo relevante hoy, cuando seguimos siendo testigos de 45 años de opresión bajo este régimen teocrático de apartheid de género“. Afshin-Jam reconoce que espera “con impaciencia” que Satrapi escriba un libro de estilo similar “sobre la revolución por la libertad de la vida de la mujer, desencadenada por el asesinato de Jhina Mahsa Amini a manos de la “policía de la moral” en septiembre de 2022″.
Y ya augura la última página, el cierre más deseado. “El final será este régimen derrocado por el pueblo que tan desesperadamente desea la libertad, el establecimiento democrático del país con el imperio de la ley y una constitución basada en la declaración universal de los derechos humanos. Un ‘y fueron felices’ para siempre”.