Mil días de invasión

Se cumplen 1.000 días de guerra en Ucrania: “Me he alistado en el Ejército para que no recluten a mis hijos”

Cada una tiene sus motivos para vestir el uniforme militar, pero cada vez son más las mujeres que se suman a las filas del Ejército ucraniano, donde ya se ha normalizado su presencia

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Natalia y Olena tras una jornada de prácticas en el campo de maniobras del Centro de Entrenamiento para Zapadores del Ministerio de Defensa de Ucrania María Senovilla

“Tal vez pueda evitar que algún joven ucraniano pierda una pierna al pisar una mina antipersona, pero no hay ninguna garantía de que yo misma no acabe con una prótesis”, reflexiona Natalia Lysenko desde un campo de maniobras cercano a la frontera con Bielorrusia, donde acaba de terminar una intensa jornada de prácticas aprendiendo a desactivar explosivos.

Su trabajo es tan peligroso como necesario: en estos 1.000 días de invasión, Rusia ha convertido a Ucrania en el país más minado del mundo. Se tardarán décadas en limpiar los territorios que el Kremlin ha sembrado de artefactos, y harán falta miles de hombres y mujeres como Lysenko para llevar a cabo esa tarea.

Por sus hijos

Sin embargo, en un primer momento, ella no se hizo militar pensando en ser zapadora. “Me alisté por mis hijos, porque tengo dos hijos, y si un padre o una madre prestan servicio militar, los hijos no tienen que ir al Ejército”, confiesa.

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Natalia Lysenko durante una jornada de entrenamiento en trabajos de desminado en el Centro de formación para Zapadores del Ministerio de Defensa (María Senovilla)

“He criado a mis dos hijos yo sola, ahora tienen 20 y 21 años. Los dos se han graduado en el liceo militar y querían ser soldados, pero no les he dejado ir más lejos. Yo lo haré por ellos”, insiste Lysenko con determinación.

Hizo su juramento militar en enero de este año, cuando el Gobierno de Volodimir Zelenski empezó a hablar de aprobar una Ley de Movilización que permitiría a las autoridades reclutar a hombres ucranianos de manera obligatoria –ante la acuciante necesidad de soldados para defender las posiciones en el frente de combate, en medio de esta sangrante guerra–.

No está sola

Lo más sorprendente es que Natalia Lysenko no es la única zapadora de su promoción que se ha alistado por este motivo: su compañera Olena también se hizo soldado para que no movilizaran a su hijo. Sin embargo, al ver su concentración y su manejo en el campo de maniobras, nadie adivinaría qué motivo las llevó hasta allí.

La técnica para peinar un campo de minas es lenta y meticulosa. Los instructores enseñan a Natalia, Olena y al resto de sus compañeros cómo trabajar en diferentes tipos de suelo, con diferentes tipos de explosivos y ante diferentes condiciones climatológicas.

Un detector y un punzón

Pero a la hora de la verdad, los zapadores se enfrentarán solos a las minas, armados con un detector de metales y un punzón que van hundiendo delicadamente en la tierra –a cada paso que dan– para comprobar que ningún objeto metálico está enterrado delante de sus pies.

“Tienes que ser muy detallista para hacer bien este trabajo, por eso las mujeres son buenas zapadoras”, reconoce el instructor de campo mientras observa cómo Olena peina un cuadrante con un punzón corto en la mano. “Ellas ya son el 10 por ciento de los futuros zapadores militares que vienen a capacitarse en este centro de entrenamiento”, añade.

Enfrentar la muerte

Una vez en el centro de entrenamiento, tampoco es sencillo pasar el examen y obtener el certificado. “Nosotras llevamos dos semanas de formación, y lo más difícil hasta el momento es aprenderlo todo. Y es muchísima información”, asegura Natalia. “El resto… bueno, somos mujeres ucranianas, somos fuertes”.

Pero “el resto”, en realidad, supone enfrentar la muerte en cada misión que lleven a cabo cuando comiencen a trabajar como zapadoras. Tanto si realizan desminado humanitario, operativo o militar.

Por caminos y trincheras

En el caso de que las asignen tareas de desminado militar, su trabajo consistirá en entrar al frente de combate inmediatamente después que los grupos de asalto que van abriendo brecha, y limpiar de restos de explosivos cada camino y cada trinchera para que su batallón pueda avanzar.

Si lo hacen bien, salvarán vidas. Si se saltan un sólo paso o pierden la concentración, podrían perder la suya. “En este momento, creo que los zapadores son tan necesarios como los médicos de combate: ambos salvamos vidas”, dice Lesia. La encuentro en una de las aulas del centro de formación, donde alternan la teoría con la práctica durante al menos seis semanas intensivas.

Dos años y nueve meses de invasión

Lesia se alistó al principio de la guerra. “Yo soy médica, y pensé que me llevarían inmediatamente a un hospital de campaña para atender heridos, pero acabé haciendo trabajos de seguridad en mi brigada”, relata.

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Lesia sentada entre sus compañeros de promoción recibe una clase teórica en el Centro de formación para zapadores del Ministerio de Defensa (María Senovilla)

“Cuando me presenté voluntaria en 2022, en el Ejército no sabían muy bien qué hacer con nosotras. Ni siquiera había uniformes para mujeres”, recuerda. “A mí me entregaron uno de la talla 56, cuando yo uso la 42. Se me caían los pantalones. Y hasta seis meses después de alistarme no me dieron permiso para ir a la ciudad, donde me pude comprar mis propios uniformes, de mi talla, me refiero”, continúa.

“Cuando volví a la unidad, todos los compañeros me preguntaron si había adelgazado… pero yo no había adelgazado, simplemente llevaba ropa de mi talla. Esa era la situación al principio de la invasión”, detalla.

De cocinera a zapadora

Su compañera de pupitre se llama Cristina. “Yo me alisté después, en 2023, porque realmente quería hacer algo para ayudar. Soy ingeniera ferroviaria, pero había hecho un curso de cocinera, y pensé que podía ayudar preparando comida para todos”, explica.

Sin embargo, con el paso del tiempo Cristina se dio cuenta de que ser cocinera no era lo que esperaba, y en cuanto tuvo oportunidad, cambió las ollas por el centro de entrenamiento para zapadores del Ministerio de Defensa.

Igualdad de género en las Fuerzas Armadas

Ambas mujeres tienen hijos pequeños. “Yo tengo dos; su padre es ahora su madre, y yo soy su madre online”, dice divertida Lesia. Pero reconoce que lo más duro de este trabajo es estar lejos de ellos. “Al principio de la invasión todos pensamos que iba a ser muy rápido, tal vez tres semanas, tal vez un poco más. Nadie imaginaba que seguiríamos así a estas alturas”, reconoce.

A la pregunta de si sienten que se avanza en las cuestiones de igualdad de género dentro del Ejército ucraniano, la médica asegura que “los hombres siguen entendiendo que somos mujeres, que somos un poco más débiles físicamente, pero nadie nos ofende. Aquí estamos todos unidos de alguna manera, como iguales”, concluye.

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Lesia y Cristina posan junto al material de prácticas que utilizan en el Centro de formación para Zapadores del Ministerio de Defensa de Ucrania (María Senovilla)

“Aunque lo más importante, más incluso que los uniformes para mujeres, es que la sociedad lo está normalizando poco a poco”, explica Lesia. “Al principio de la invasión, no nos miraban bien; la gente de la calle, que no sabía cómo era nuestro trabajo dentro del Ejército, pensaba cualquier cosa de nosotras”, apostilla.

La feminización del Ejército

Después de 1.000 días de invasión rusa de Ucrania, una de las pocas cosas positivas que ha propiciado la guerra ha sido la modernización del Ejército, y la manera en que se está adaptando a la presencia de mujeres –con la mira puesta en poder ser un ejército OTAN algún día–.

Pero independientemente de la posición que ocupe Ucrania en la Alianza Atlántica en el futuro, los militares que se formen ahora como zapadores tendrán trabajo durante muchos años en su país.

“En este país ya todos entendemos que el trabajo de desminado va a ser necesario a largo plazo. Aunque la guerra termine”, reflexiona Cristina, que está decidida a trabajar para que su hija no crezca en el país más minado del mundo. “Ella está orgullosa de su madre, aunque sólo me haya visto dos veces en un año”, confiesa antes de despedirnos.